Vivimos en la época más iluminada de la humanidad. Tenemos satélites en la atmósfera y bases espaciales. Disfrutamos de la mayor y mejor comunicación que el hombre ha experimentado y con todo, cuando se acerca el paso de un huracán como Irma… luchamos con ocho o diez modelos de computadora que nos ofrecen una idea vaga de su paso… que al final resultan decepcionantes.
Y no es que me haya convertido en un incrédulo de la tecnología ni nada de eso, pero me resulta curioso la ignorancia que tenemos sobre los eventos de la naturaleza, a pesar de las patadas que nos damos en el pecho de conocimiento “avanzado.” Al final los eventos atmosféricos nos sorprenden una y otra vez con su extraordinario poder y capacidad de actuar por sí mismos sin ninguna clase de pronóstico humano.
Esta semana muchos amigos salieron despavoridos de La Florida cruzando el estado y alejándose a una “zona segura”. Luego a media que Irma se acercaba, resultaba que su exodo a la otra costa o al norte de la peninsula no resultaba ser el supuesto refugio. Otra prueba más de que no sabemos tanto como nos hacen creer nuestros sabios y estudiosos del clima.
Al final tenemos que reconocer que nuestros guajiros eran verdaderamente sabios cuando nos decían: “este año tendremos tormentas” y cuando preguntabas por qué, simplemente te decían: “porque no hay buena cosecha de aguacates”. Y no hay que ser demasiado viejo para recordar esta clase de respuestas de la gente del campo de casi todo el continente.
Volviendo a la Florida y a la locura de Irma, el huracán, la pregunta de muchos de nosotros es: “Y yo, dónde me pongo?” Me voy al norte? Me quedo en el sur? Debo ir al Oeste? Al final entre tanto cancaneo me sorprende la tormenta en el mejor lugar de todos… donde he estado siempre.