Creo que debería andar por ahí con un letrerito en mi frente que dijera: “perdonen los inconvenientes: ¡estoy en reparaciones!” Sucede que si tuviera ese letrerito en la frente, la gente me soportaría mejor. Como no tengo el letrerito, la gente piensa que soy incapaz de cometer errores. Piensan que si los cometo ha de ser por cabeza dura, pero eso no es verdad. La verdad es que, como todos, yo también cometo errores. Errores de comisión o en omisión por cosas que debí haber hecho o dicho y no las hice ni las dije. Otras, que no debí haber hecho o dicho y las hice o las dije. Debo aceptarlo y lo acepto. Pero si los demás me vieran como cualquier otra persona, no se decepcionarían pensando que soy especial. Gracias al letrerito en mi frente, pensarán: “pobre tipo, está en reparaciones.”
Y, sí, esa es la pura vedad, estoy en reparaciones, como todos los seres humanos debemos estar. Puede que hagamos cosas muy buenas y meritorias que nos procuren alabanzas de otros. Sin embargo, estos ejercicios no tienen nada que ver con el hecho de que todos necesitamos seguir superándonos como hombres, mujeres, madres o padres, esposas o esposos y como personas.
Un dicho popular reza: “el pillo juzga por su condición.” Y lo que intenta decir es que las personas tenemos la tendencia de mirar y juzgar según lo que nosotros mismos somos en nuestro corazón. Aquel mira y juzga a través de lo que es y de su propio punto de vista. De hecho, hay otro dicho que dice: “Las cosas son según el color del cristial con que se miran.” Al mirar por ese cristal muy personal, suelen ver lo que están predispuestos a ver. Yo reconozco que es así, el problema es que la gente que mira a uno, por su propio cristal, resulta ser muy dura con los demás y muy blanda con ellos mismos. Sin embargo, si lleváramos ese letrerito mencionado ya, en la frente, la gente comprendería que estamos tratando de ser mejores, que no estamos satisfechos con ser como somos y que estamos luchando duro para superarnos… ¡llevar el letrerito en la frente lo facilitaría un montón!
Por otra parte, todos nosotros conocemos personas que ya se cree superada, reparada, exitosa y pulida. ¡Benditos ellos! Se pueden creer gran cosa pero es que se miran al espejo con los cristales que ellos mismos se ponen para verse superiores a los demás. ¡Hum!… creo que el letrerito famoso debe estar disponible para regalar, pues tendríamos a varios en la lista de los “necesitados de nuevos cristales” ¿no es cierto? Sí, algunos creen que ya aprendieron todo lo que se puede aprender de la vida y de la gente, ¡se equivocan!
Por lo general, parece que al final, los que necesitamos letreritos somos, entre otros:
- Los llenitos
- Los que tenemos pensamientos negativos
- Los que no sabemos qué hacer con la vida
- Los que tenemos problemas
- Los entrados en años
- Los que vivimos solos
- Los enfermos
- Los que somos feos
- Los que somos torpes etc. etc. etc.
El letrerito nos salvaría del empujón, de la crítica mordaz, de la burla, del desprecio, del desamor, del abandono de los amigos, del silencio de sus hijos, del descrédito, de la falta de tolerancia y del agobio que puede producirnos la soledad. Con el letrerito en la frente, la gente sería más paciente, más comprensiva, más amorosa, menos exigente. La gente nos vería con mejores ojos, disposición y actitud.
La verdad es que tu y yo podemos ver a otro ser humano y ver muy poco de lo que realmente es esa persona. Puede llevar un traje de lino o unos harapos, pero lo que esa persona es por dentro, eso nadie lo puede ver. Pero, como el cristal con el que miramos es del color con el que querramos ver a los demás, es muy probable que nos confundamos y lleguemos a ver solo las apariencias. Fijarnos en las apariencias es peligroso, imprudente y falto de sabiduría.
La moraleja, sin importar el color del cristal con que se mira, es esta: aprendamos a ser más pacientes y a tratar de entender a los demás. Aprendamos a juzgar menos recordando que la mayoría de la gente buena no está contenta con ser como es.
Amemos más y mejor al prójimo y tratemos de evitar ponernos esos cristales caprichosos con los que estamos acostumbrados a ver y medir a nuestro prójimo. Si lo hacemos, es muy probable que aprendamos a querer a la gente más y mejor.
No podemos leer el corazón de nadie, de hecho, hasta el mismo propio corazón es difícil de entender. Si nos decidimos a juzgar menos, ganaremos más amigos y disfrutaremos del afecto y el respeto de los demás. No estaremos tan ansiosos de dar consejos y más resueltos a dar abrazos. Sembraremos menos dudas y más esperanzas. Seremos menos exigentes y como consecuencia seremos personas más alegres.
De todas formas, en caso de necesidad, podemos fabricar uno de esos letreritos que ayude a los demás a comprender que somos simplemente seres humanos, comunes y corrientes. ¿Recuerda lo que debe decir? “perdonen los inconvenientes, estoy en reparaciónes.”