¿Por qué somos como somos?

Cada hijo tiene características particulares y únicas.

Cada uno de nosotros, aunque tenemos características externas similares, en realidad somos muy diferentes unos de los otros. Y eso, en nuestra propia familia. No es extraño que los padres que tienen varios hijos comenten lo distintos que son unos de otros. Incluso, los gemelos idénticos, tienen características de personalidad y habilidades diferentes, lo que muestra la enorme diversidad que existe entre nosotros los seres humanos. ¿A qué se debe que seamos tan distintos?

En este artículo consideraremos algunas de estas razones. Al repasarlas trataremos de comprender por qué existen diferencias entre nosotros y cómo nos hacen ser lo que somos. También veremos que estos factores no tienen que gobernarnos y marcarnos para siempre.

IMPACTO GENÉTICO.

Los científicos han logrado, en los últimos años, avanzar en descifrar algunas características del gen humano y destacar la importancia del factor hereditario en nuestra conducta, forma de pensar e incluso, personalidad.  Sí, nuestra existencia comienza con una serie de factores heredados que irán, a nuestro favor y/o en nuestra contra, desde el mismo momento en que el óvulo de nuestra madre fue fecundado por el esperma de nuestro padre. Desde ese mismo instante, los factores de herencia irán destacándose, de forma precisa, para que lleguemos a ser quienes somos tu y yo.

Los genes determinarán nuestro color de ojos, piel, estatura, carácter, inteligencia entre otras características. Incluso en teoría, los genes determinarán de qué vamos a padecer y morir. De seguro pues, el impacto genético tiene mucho, mucho que ver en que seamos como somos. Sin embargo, el factor genético no es el único factor que nos hace distintos.

El lugar donde nacemos, el clima, el lenguaje y la cultura también nos forman.

IMPACTO SOCIAL.

El lugar donde nacemos, el clima, el lenguaje y la cultura también harán su buena parte en hacernos diferentes. Se ha comprobado que las personas que viven rodeadas de vegetación y que se dedican a la agricultura, tienen, por lo general, un carácter más jovial y actitudes más humildes que los que nos criamos en clima árido y desértico. En casi todas las culturas se reconoce a la gente del campo como más noble que las que vivimos en ciudades atestadas de tráfico y en las que vivimos en asinamiento. El lugar donde nacemos y el ambiente cultural que nos rodea toman ventaja para hacernos como somos.

Algo que me ha llevado a reafirmar esta conclusión tiene que ver con lo que he leído en las Santas Escrituras sobre la gente y la tierra. Se dice de los galileos, por ejemplo, que eran personas más dóciles que los de la árida Judea. Comprobé esto cuando visité Galilea. Todavía hoy, ves una tierra fértil y generosa en aguas. Por otra parte, Judea, refleja en los judíos, características semejantes a la tierra en la que viven. Interesante, que las mismas características del clima, pueden tener influencias en las actitudes de las personas. Por supuesto, había y hay otras consideraciones que tomar en cuenta por lo que no debemos establecer reglas fijas. Con todo, no deja de ser un factor interesante, que el clima puede afectar nuestra manera de ser.

IMPACTO DE LA MUCHA O POCA EDUCACIÓN.

La mucha o poca educación también ejercen su parte en moldearnos.

La escolaridad o grado de educación alto o bajo, igualmente, tendrá un impacto en ser lo que somos. Sabemos que es común observar a las personas muy educadas tener un punto de vista particular hacia los menos educados y viceversa. Los primeros, tienden a querer que sus hijos se asocien con otras personas educadas, aunque estas no sean obligatoriamente mejores personas. Por su parte, los menos educados tienden a ver con sospecha a los más educados. Cuando se manifiestan estas diferencias,  se provocan, estemos conscientes de ello o no, características negativas en ambos lados. Unos por su poca educación y otros por su mucha educación, van a desarrollar prejuicios que serán difíciles de eliminar y que se reflejarán en determinados momentos de sus vidas.

Las diferencias entre las personas, por causa de su educación, no solo dividen familias sino que dividen los pueblos, luego las ciudades y consecuentemente los países. Todos cargamos con alguna culpa por haber llegado a tener opiniones negativas de otros, sobre la base de la cantidad de educación que hayamos podido adquirir en la vida. ¡Que lamentable!

IMPACTO EN LA CRIANZA.

Quién nos cría, abuelos, tíos u otros familiares dejarán una huella en quienes somos hoy.

Cuando los abuelos, los tíos y otros familiares nos crían, en lugar de nuestros padres biológicos, se dejarán también ciertas características que nos llevan a ser como somos. No necesariamente malas, por supuesto, pero tampoco obligatoriamente buenas. Lo que sí se puede generalizar es que, muchas veces, existen características profundas, que en determinados momentos o situaciones van a salir a la superficie para bien o para mal. Puede que se manifiesten en ciertos momentos en nuestra relación marital, con nuestros hijos o en nuestra relación con otros miembros de la familia. También pueden llegar a manifestarse en nuestras relaciones de negocio o trabajo.

Recordemos que muchas de estas características ocurren sin percatarnos de ello, pero han hecho de nosotros,  lo que somos. Somos una suma compleja de circunstancias y situaciones que nos afectan de diferentes maneras. Que nos hace ser lo que amamos de nosotros y lo que rechazamos de nosotros mismos. A veces, nos sentimos orgullosos de lo que somos, y otras veces, nos sentimos desafortunados de ser lo que hemos llegado a ser.

Sin percatarnos de que luchamos con factores que están muy lejos de nuestra conciencia diaria, nos convertimos poco a poco en los que somos. Estos factores que, en realidad, no han tenido mucho que ver con decisiones propias, nos van moldeando día a día, sin darnos cuenta.

Al final, somos lo que somos y al darnos tiempo para pensar en ello, debemos sacar una conclusión valiosa que puede hacernos muy felices. Si nos damos cuenta de rasgos indeseables ¡podemos cambiar! ¡Podemos mejorar! Ninguno de nosotros nace condenado a ser quien no quiere ser, ninguno.

El pasado no garantiza nuestro futuro. Nuestro futuro no está asegurado por nuestro pasado. Tu y yo podemos tener muchas cosas en nuestra contra, muchas, pero nada ni nadie puede obligarnos a tomar un camino que no deseamos, a beber el agua que no queremos ni a llegar a ser lo que odiamos. Esas hermosas y poderosas realidades nos hacen, a todos los seres humanos, diferentes de los animales sin conciencia ni dirección o control de sus actos. Amigo(a) mio(a) ¡resuélvete hoy a superar quien hayas llegado a ser, para convertirte en quien, en realidad, quieres ser!

 

Comer, respirar y tener internet.

Cuando conocí a mi abuelo ya tenía él su pelo blanco. De vez en cuando vienen a mi mente las palabras que me hizo aprender de memoria y que recuerdo hasta el presente: “No hay respeto, no hay amor, no hay cariño…¡todo se ha perdido!”  Si eso era cierto para mi abuelo en la década de los 50ta. es mucho, mucho más cierto hoy. No sé por qué mi abuelo quería que me aprendiera esas palabras. No sé si percibía, con esa sabiduría que manifiesta la gente mayor, que algún día necesitaría recordarlas. No lo sé, lo que sí sé es que mi abuelo no era clarividente, pero tenía muy claro hasta dónde llegaría este mundo.

Jovenes y adultos dedican demasiado tiempo a las redes sociales.

¿Quién puede negar que se ha perdido, al punto de generalizar, el respeto, el amor y el cariño? Se han perdido en las escuelas las clases de urbanidad y de conducta que solíamos tener cuando muchachos. Se han perdido los “cocotazos” que nos daba la maestra por susurrar una mala palabra en el Salón de claes. Y aunque esto parezca una tontería, muchas tonterías juntas, que faltan hoy, nos han llevado al desastre moral y de salud mental que vemos por todas partes. Si te ofrecieran llevar a donde tu quisieras ir a vivir, ¿qué lugar escogerías? Piénsalo bien, porque los lugares que se reconocen como los más felices no disfrutan de las “ventajas materiales” que disfrutan los lugares donde vive la mayoría de los que habitan el planeta; las grandes ciudades. Selvas de desamor dónde el 90% de los que saludamos no se toman la molestia de devolvernos el saludo. Gente y lugares que nos roban la tranquilidad mental y la paz interior pero, que nos compran ofreciendonos wify y el tan deseado internet. Junto con esos, nuestros juguetes preferidos: el acceso a un mundo virtual que, bueno y malo, no queremos perder, cueste lo que cueste.

Vivimos un gran conflicto. El conflicto de no saber lo que queremos. De no saber lo que nos cuesta, lo que queremos. Por una parte reconocemos que la tecnología nos ha robado lo poco que teníamos en sentido de tiempo y por otro lado, la amamos, al punto de estar dispuestos a perderlo todo por estar “conectados.” Y cuando digo “lo que nos cuesta,” que en dólares y centavos son un horror, pienso también en lo que nos cuesta en términos de tiempo, o debo decir, en términos de pérdida de tiempo. En los Estados Unidos las estadísticas comprobadas indican que los adolescentes pasan un promedio de 9 horas diarias a estar conectados. Te lo voy a repetir por si leíste el dato muy rápido. ¡9 horas diarias!

¡Esto es más tiempo del que un adulto trabaja para ganarse la vida! ¿Tienes una idea de todo lo que puedes aprender si le dedicas 4 horas diarias de estudio? Imagínate 9 horas perdidas todos los días de Dios. No duermen, no descansan, no estudian, no pueden trabajar por estar en la red y terminan frustrados y cansados de la vida. Ese es el caldo perfecto para las drogas y el alchol que ciertamente lleva a la juventud de hoy a otros problemas de conducta mucho mayores.

La población carcelaria aumenta.

Los Estados Unidos, el país al que desean emigrar millones de personas, de todas partes del globo, tiene el mayor número de presos que cualquier otro país. La población carcelaria aquí es de dos millones de personas. Y no es casualidad que desde que “disfrutamos” del uso de la tecnología, el número de la población carcelaria ha aumentado vertiginosamente. De 1999 al 2014 un aumento de 945%. No me equivoqué, 945%.

Parece que nuestra vida se nutre de comer, respirar y tener Internet. Mala, mala cosa nos espera en los años por venir. Mala, mala cosa que los abuelos ya no tengamos la misma influencia que nuestros abuelos. Mala, mala cosa que lo que amamos tanto nos destruye en plazos cómodos… y cada vez queremos más. Más lugares con wify, más velocidad, más equipos conectados a la red en la casa. Ya no queremos ni siquiera apagar las luces usando el receptáculo de la pared. ¡Padre mío!

Te propongo un examen personal. No te voy a proponer que vayas a los tiempos de los trogloditas ni nada de eso. Tampoco tengo nada complicado y doloroso que recomendarte. Cada uno ya tiene lo suyo. Sí, te pido esto: Dedica diez minutos a conversar con tu familia. Siéntalos a todos, en la tarde o en la noche, cuando te sea cómodo y no arriesgues la vida por intentarlo. Apaga todos los aparatos, TODOS. Conversa con tu esposa o esposo y con tus hijos juntossolo diez minutos todos los días. Una hora diez todas las semanas. No parece mucho pero tal vez es mucho más de lo que haces ahora ¿no?  Pues vamos ganando amigo(a) mío(a). Si ya lo tienes por costumbre, ¡te felicito! ¡No tienes una idea de los problemas que resolverás al tiempo presente y a lo largo de los años.

Hay cosas sencillas que hemos perdido, sí, son muchas, pero las batallas que valen la pena nunca se dejan por perdidas. Nunca debemos darnos el lujo de perder el respeto, el amor y el cariño. ¡Nunca!

 

Tu decides, nadie más.

Foto: KomoSabe

Esta mañana me levanté temprano. Mientras caminaba por la playa observé un pelícano solitario que parecía observar entretenido, el amanecer. Saqué mi teléfono y decidí retratarlo. No sé cuanto tiempo llevaba allí pero sabía que llegaría el momento en que tomaría la decisión de volar y decidí esperar ese momento. No parecía muy apurado y hasta pensé que disfrutaba del amanecer. Entonces ocurrió. Abrió sus enormes alas y las desplegó a su plena embergadura, con todo, no le fue fácil, pero poco a poco, majestuosamente, fue elevándose hasta que se me perdió de vista.

¡Que expectáculo! Observar a este impresionante ave me hizo pensar en que muchas, muchas veces en la vida lo que verdaderamente se nos hace difícil a ti y a mi es, empezar. Empezar un proyecto, comenzar algo desde su principio, sin tener nada que nos sostenga. Abrir las alas, por decirlo así, nos parece en demasiadas ocasiones una tarea muy difícil.  Con cada decisión de comenzar algo, tenemos que estar convencidos de que vale la pena.  Resueltos a cambiar, para siempre, el lugar y la perspectiva que tenemos de la vida, hasta ese momento, no es una tarea sencilla. Esa decisión primera, ese primer paso es el que más nos cuesta. Incluso, este cambio radical, no siempre se debe a nuestra propia determinación sino que a veces estos cambios difíciles son producto de las decisiones de otras personas o como consecuencia de la edad o la enfermedad, pero que, vengan de donde vengan, nos afectan de forma contundente, personal y directa.

Cuando comenzamos una nueva tarea o un nuevo proyecto nos sentimos como el pintor que exhibe el primer cuadro que pondrá a la venta, el autor que publica su primer libro, el músico que interpreta esa primera pieza musical que deja escapar a los oídos de los críticos, es esa primera vez que cantas, recitas o pronuncias un discurso al público, la que es particularmente retadora. Y a la vez, es la que no olvidarás, nunca. Y, en realidad, no importa el ánimo que te ofrezcan los amigos o tu mentor, o lo preparado que estés, la pura verdad es que tu eres el que protagonizas el cambio y nadie más puede experimentarlo  por ti. ¡Es tu primer paso en un camino diferente! ¡Es el instante más temido y a la vez el que cambiará toda tu vida, para siempre!

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Cuando tu y yo nos salimos de nuestra rutina o de nuestra zona de confort, nos parece que seremos víctimas del fracaso total. Sentimos que estamos solos y que todo el mundo estará atento a nuestro fracaso. Ni siquiera sabemos qué hacemos metidos en una decisión que ya no tiene marcha atrás. Y es que nos gusta la comodidad, la ley del menor esfuerzo, andar por la vida sin tener que pasar por muchas situaciones difíciles que nos expongan a la crítica y por eso, la gran mayoría de nosotros no quiere dar el paso que nos elevará a regiones desconocidas hasta ese momento.

Nos ancla por la vida una cobardía innata que nos frena al cambio que, en el fondo de nuestro corazón, sentimos que debemos hacer. No tenemos ni idea de lo que podemos lograr si nos resolvemos a hacer lo que ese pelícano cercano a la playa hizo. Podemos movernos y emprender el viaje con un nuevo norte y una nueva visión, sin miedo… si realmente lo queremos.

La historia nos brinda un ejemplo que cambió el curso de la historia. El almirante Cristobal Colón estaba convencido de que la tierra no era plana. Tenía variadas evidencias que estudió, tenía la intuición y tal vez hasta tuvo a alguien que le pudiera leer una escritura antigua que decía: “hay uno que mora por encima del círculo de la tierra” -Isa 40:22. Fuera como fuera, Colón hizo lo que muchos nunca hubiéramos hecho. Salió de la zona de confort y se lanzó al mar. Es cierto que también la historia cuestiona sus motivos pero independientemente de eso, fue muy valiente y nadie puede negar su éxito. Aunque todo parecía en su contra, ¡lo logró!

Foto: KomoSabe

Con más razones que Colón, tu y yo podemos buscar lo noble, lo genuino, lo sano, lo que es correcto y buscarlo aunque nos cueste. Ningún héroe planificó su acto heróico. Ningún martir se hizo martir por sí mismo y nadie cambió sin haberlo decidido por sí mismo.

El temor al cambio, es lo que le da fuerza a las adicciones.  Estos y otros venenos se sembraron en nuestra niñez de alguna manera. Tal vez fue por un mal ejemplo, por malas compañías o por nuestra propia ignorancia sobre adonde nos llevarían tales fuerzas malignas que brotan de nuestro interior. Quizás por nuestra desobediencia o nuestro desamor nos plantamos en lo que no era correcto y luego les dimos poder con las excusas que nos atrincheran en el mal. Con todo, estas cosas y otras parecidas pueden llegar a ser cargas pesadas que nos convenzan de que no podemos cambiar.

Un alcohólico piensa que no puede salir del vicio y lo mismo piensa el adicto al sexo. El fumador está convencido de que necesita la nicotina y el mediocre se convence de que no puede aprender. ¡Todo eso es falso! ¡Podemos, si queremos¡ Sin embargo, nadie te levantará del piso si tu mismo no deseas hacerlo. Es tal y como reza el dicho español: “no hay peor ciego que el que no quiere ver.” Admítelo, amiga o amigo nuestro y ese será el primer paso para ir cargando las fuerzas que te llevarán al cambio que deseas y que mereces. No permitas que la cobardía te plante y te aplaste. Recuerda que el pasado no es igual al futuro. 

Aquel pelícano se alejó de la playa. No lo vi más. Continué mi camino por la costa. Repasé hoy una buena lección. Nadie hará por mi lo que de mi, depende.

 

 

 

 

¡Es un milagro estar vivo!

  Cuando te pones a pensarlo bien, ¡es un milagro estar vivo! Mira todo lo que sucede a nuestro alrededor. Si ves las noticias te parece que el mundo se desmorona. Cada día los seres humanos nos quedamos con menos y menos compasión, dignidad, respeto y verguenza. Las familias se pelean en estos días de fiesta, nuestros contemporáneos se mueren y para colmo, nuestros mejores amigos se mudan …y tu miras por todas partes y te dices a ti mismo: –“¡es un milagro que estoy vivo!”

La tristeza.

La enfermedad del momento es la depresión, en mis días le llamábamos, “tristeza.” Por supuesto hay tristeza pasajera y hay tristeza profunda que necesita ayuda clínica. Desgraciadamente, hoy la tristeza es uno de los negocios más productivos que existen. El negocio de la depresión deprime a cualquiera de modo que no voy a dar cifras. Pero, ¿no crees que mucho pudiera mejorarse con una terapia de esperanza y amor?  Por lo menos una buena parte de los que padecen estas enfermedades, que aún no han llegado a ser graves, se deben a malas decisiones, a exigencias impropias, y a  frustraciones que arrastramos desde la niñez. Todos los anteriores, asuntos serios que cobran sus réditos tarde o temprano.

Otras personas, tal vez las menos que las anteriores, pero todavía un buen grupo, se entristecen por asuntos de muy poco valor verdadero, como por no tener los recursos para comprarse el último iPhone o el BMW de sus sueños. ¿De verdad valen la pena estas cosas como para que cambie nuestro sentido de logro en la vida y nos lleven a un estado de tristeza?

Todavía otros, se entristecen por causa de lo que ven en el espejo, que, obviamente no les gusta para nada. Lo escuchas todos los días: -“me estoy poniendo viejo(a). ¡Pues deberías alegrarte de que no te hayas muerto todavía! Pero, nuevamente el comercio y la vanidad se interponen y comenzamos a pensar que si me levantan de aquí y me ponen por acá, tengo mayores posibilidades de ser feliz y de liberarme de esta tristeza que tengo. ¡Quien se crea esa mentira le espera mayores dolores!  Este tipo de remedio popular hoy, es sumamente costoso y peor aún, sumamente temporal. Es otra manipulación que nos hace el comercio del mundo en que vivimos. Es ponerle una curita a una grieta que se abre en la represa de las emociones. ¡Evita caer en esta trampa!

¡Es un milagro estar vivo!  Si estás vivo, deja de preocuparte por lo que te falta y piensa en todo lo que te sobra. Tienes solo dos pies y cinco pares de zapatos en el closet. Solo te puedes poner una camisa a la vez y tienes diecisiete en el armario. ¡Vamos, amigo, saca un papel y un lápiz! Suma, y dime cuánto te sobra… te aseguro que es mucho, mucho más de lo que te falta. Y si además  todavía sientes tu cabeza sobre tu cuello, ¿de que te quejas amigo?

Sé creativo.

Cuando era un muchacho recuerdo que hacía con un patín una carriola y a mis carritos los tiraba de una soga. Aunque tenía algunos carritos de baterías, los que más me gustaban eran los que yo podía arrastrar con un cordel a la velocidad que quisiera. La imaginación de un niño siempre está presente y se multiplica con lo sencillo. Recuerdo a mi hermana disfrutar de lo lindo, debajo de una caja que nos servía de casita. No que fuéramos pobres pero nuestros padres no nos adulaban con juguetes muy costosos. Ellos, incitaron en nosotros, tal vez sin saberlo, el uso de un arma poderosa contra la tristeza: la imaginación. Aunque ya un poco abollada por los años, todavía, ella y yo tratamos de mantener viva la imaginación en las cosas que hacemos. ¿Recuerdas la imaginación que tenías de niño?

No olvido el día que papá me compró una bici. Recuerdo que entonces no existían los cascos para protegerse el coco, más bien, lo que nos hacía “coco” era lograr tener una bici con un buen timbre, una trompeta y una cesta para buscarle los mandados a mamá. Hay pocas sensaciones que producen un agradable sentido de la libertad como correr en bicicleta, ¿no te parece?

La vida en aquellos tiempos era menos peligrosa que la de hoy, es cierto, pero no podemos negar que muchas veces es nuestra propia conducta la que hace la vida más y más peligrosa. ¿No has visto cómo los jóvenes revisan su correo electrónico mientras montan bici, conducen el automóvil o van de camino a la escuela con el celular en la mano? Es verdad que nuestra vida era más sencilla pero también es verdad que nuestra conducta tiene mucho que ver con complicar lo que ya de por sí está complicado.

El trabajo.

¿Has notado que esta generación lo sabe todo? Le preguntan todo a Siri o a Alexa quienes a la velocidad del rayo les suministran las respuestas, de modo que siempre saben más que tu. Si “ellas” no saben buscan el vídeo en YouTube. ¡Ya está! Saben de todo menos de aprender a trabajar. No les hemos enseñado con suficiente fuerza que para ganar un peso hay que estudiar, sudar y seguir instrucciones. Hay que llegar temprano al trabajo y cumplir con las responsabilidades antes de acostarse. Muchas veces no tienen ni idea de lo que es el sentido de compromiso por lo que nunca sabes si llegan o no llegan, si vienen o no vienen, si van al trabajo o decidieron quedarse a descansar.  Lo que piensan es que trabajar 8 horas es solo para los bobos que no saben lo que ellos saben. Nuestros chicos saben mucho de todo, pero los pobres, todo lo que saben no les sirve para mucho.  ¡Ah! ¡pero ambición no les falta! Todos quieren ser millonarios y tener su propio avión. Cuando esos pensamientos suben a la cabeza, la tristeza ha comenzado a tocar con fuertes golpes a las puertas de sus vidas. Ellos no lo saben, pero crean el caldo para un futuro de frustraciones.

El equilibrio.

Y todavía hoy los jóvenes nos preguntan cómo era posible que nosotros viviéramos sin internet, sin teléfonos celulares, sin televisión a colores, sin Facebook ni Apple.  Estas cosas han llenado tanto y tanto sus vidas que les parece que no hay vida posible sin estas cosas. ¡Por supuesto que la hay! Es cuestión de equilibrio.

Aunque lo moderno tiene ventajas indiscutibles, el gusto está en el equilibrio. ¿Que tal de trabajar para ganarnos lo que compramos sin pedir prestado? Deber dinero, para mi, no es un estatus de poder sino una condición de esclavitud. ¿Qué tal de sacar tiempo para conversar con nuestra esposa, nuestros hijos y nietos?  ¿Qué te parece gozar de visitar a los verdaderos amigos, de compartir tiempo con otras personas?

¿Qué es lo más importante para ti en tu vida? Cuando lo practicas ¿no sientes una profunda felicidad? Como ves, no es necesario estar “conectado” el día entero, a los aparatos, es cuestión de ser equilibrado. ¿Lo eres?

El respeto primero y el vocabulario, después.

Todos nos quedamos sorprendidos cuando sabemos que a nuestro vecino le robaron una caja que dejó en la puerta un empleado de UPS. Y parece que para algunos este es un negocio redondo que no detienen las cámaras de seguridad ni las rondas de la policía.

Y que conste que dejar cosas en las puertas, no es nada nuevo, por si acaso los jóvenes piensan que es una innovación del siglo XXI. Cuando niño el lechero nos dejaba en casa dos litros de leche en aquellos envases de cristal y a nadie se le ocurría llevarse la leche del vecino. ¡Ni siquiera pensaban en llevarse la peseta que se dejaba dentro del litro de leche para pagarle al lechero por los dos litros!  He dicho “llevarse” porque tampoco hoy se ve bien que uno escriba: ROBARSE”… porque hasta el vocabulario tenemos que cambiar para no ofender los derechos civiles de los pillos, abusadores, y pervertidos que andan buscando a ver a quien “tumban”. El problema es mayor que el vocabulario, amigo mío. Trabajemos con lo primero ayudando a la gente y no le demos tanta importancia a lo segundo.

El televisor.

Otra cosa, ya que estoy en esta línea, no sé a ti, pero a mi me enseñaron que, cuando recibes una visita hay que atenderla y cuidarla.  ¿No es cierto que en tiempos bíblicos Lot arriesgó su vida para proteger la visita que había venido a su casa? Hoy, en muchos lugares, una visita no es bienvenida a menos que primero avise sobre sus intenciones y eso aunque sea familia. Pero, aún después de avisados, el televisor se queda encendido como para enviar el mensaje subliminal de que “estamos ocupados viendo televisión de modo que puedes irte cuando gustes.”

¿Has notado que los televisores son cada vez más grandes y las entradas a nuestros hogares cada vez más pequeñas? No es casualidad, el televisor ha reemplazado a aquel  altarcito que había en muchas casas con aquella virgen que presumía de tener siempre su velita encendida. Pues hoy, ver televisión es, como aquel altarcito. El dios de millones de personas es la tele y sus fieles adoradores van a la cama, cada noche, más vacíos y frustrados que al momento de encender el aparato de la TV. Otra vez es asunto de equilibrio y de saber seleccionar lo que vemos. ¿Por qué no tratas de controlar su influencia en tu hogar? Y, por favor, si recibes una visita, apaga el aparato y disfruta de la velada.

El robo de identidad.

El robo de identidad, no se trata de que la gente quiere ser como tu. No es “imitación de tu identidad.” De lo que se trata es de que te quieren quitar lo que tu tienes, sin compasión y muchas veces, sin remedio. El FBI dice que todos los que vivimos en los Estados Unidos vamos a sufrir el robo de identidad, tarde o temprano. Y estamos expuestos hasta en nuestras actividades cotidianas. Cada vez que hacemos una compra con una tarjeta de crédito o cada vez que encendemos nuestra computadora, nos estamos exponiendo a que nos roben la identidad, que es lo mismo que te dejen sin un centavo. En mis días eso era tema para películas. Hoy, tu y yo vivimos la película, sin ser las estrellas nos convertimos en los estrellados.

¿Cuánto más nos falta por ver? No sé tu, pero yo, a cada rato me digo: “es un milagro que esté vivo”.