Esta mañana me levanté temprano. Mientras caminaba por la playa observé un pelícano solitario que parecía observar entretenido, el amanecer. Saqué mi teléfono y decidí retratarlo. No sé cuanto tiempo llevaba allí pero sabía que llegaría el momento en que tomaría la decisión de volar y decidí esperar ese momento. No parecía muy apurado y hasta pensé que disfrutaba del amanecer. Entonces ocurrió. Abrió sus enormes alas y las desplegó a su plena embergadura, con todo, no le fue fácil, pero poco a poco, majestuosamente, fue elevándose hasta que se me perdió de vista.
¡Que expectáculo! Observar a este impresionante ave me hizo pensar en que muchas, muchas veces en la vida lo que verdaderamente se nos hace difícil a ti y a mi es, empezar. Empezar un proyecto, comenzar algo desde su principio, sin tener nada que nos sostenga. Abrir las alas, por decirlo así, nos parece en demasiadas ocasiones una tarea muy difícil. Con cada decisión de comenzar algo, tenemos que estar convencidos de que vale la pena. Resueltos a cambiar, para siempre, el lugar y la perspectiva que tenemos de la vida, hasta ese momento, no es una tarea sencilla. Esa decisión primera, ese primer paso es el que más nos cuesta. Incluso, este cambio radical, no siempre se debe a nuestra propia determinación sino que a veces estos cambios difíciles son producto de las decisiones de otras personas o como consecuencia de la edad o la enfermedad, pero que, vengan de donde vengan, nos afectan de forma contundente, personal y directa.
Cuando comenzamos una nueva tarea o un nuevo proyecto nos sentimos como el pintor que exhibe el primer cuadro que pondrá a la venta, el autor que publica su primer libro, el músico que interpreta esa primera pieza musical que deja escapar a los oídos de los críticos, es esa primera vez que cantas, recitas o pronuncias un discurso al público, la que es particularmente retadora. Y a la vez, es la que no olvidarás, nunca. Y, en realidad, no importa el ánimo que te ofrezcan los amigos o tu mentor, o lo preparado que estés, la pura verdad es que tu eres el que protagonizas el cambio y nadie más puede experimentarlo por ti. ¡Es tu primer paso en un camino diferente! ¡Es el instante más temido y a la vez el que cambiará toda tu vida, para siempre!
Cuando tu y yo nos salimos de nuestra rutina o de nuestra zona de confort, nos parece que seremos víctimas del fracaso total. Sentimos que estamos solos y que todo el mundo estará atento a nuestro fracaso. Ni siquiera sabemos qué hacemos metidos en una decisión que ya no tiene marcha atrás. Y es que nos gusta la comodidad, la ley del menor esfuerzo, andar por la vida sin tener que pasar por muchas situaciones difíciles que nos expongan a la crítica y por eso, la gran mayoría de nosotros no quiere dar el paso que nos elevará a regiones desconocidas hasta ese momento.
Nos ancla por la vida una cobardía innata que nos frena al cambio que, en el fondo de nuestro corazón, sentimos que debemos hacer. No tenemos ni idea de lo que podemos lograr si nos resolvemos a hacer lo que ese pelícano cercano a la playa hizo. Podemos movernos y emprender el viaje con un nuevo norte y una nueva visión, sin miedo… si realmente lo queremos.
La historia nos brinda un ejemplo que cambió el curso de la historia. El almirante Cristobal Colón estaba convencido de que la tierra no era plana. Tenía variadas evidencias que estudió, tenía la intuición y tal vez hasta tuvo a alguien que le pudiera leer una escritura antigua que decía: “hay uno que mora por encima del círculo de la tierra” -Isa 40:22. Fuera como fuera, Colón hizo lo que muchos nunca hubiéramos hecho. Salió de la zona de confort y se lanzó al mar. Es cierto que también la historia cuestiona sus motivos pero independientemente de eso, fue muy valiente y nadie puede negar su éxito. Aunque todo parecía en su contra, ¡lo logró!
Con más razones que Colón, tu y yo podemos buscar lo noble, lo genuino, lo sano, lo que es correcto y buscarlo aunque nos cueste. Ningún héroe planificó su acto heróico. Ningún martir se hizo martir por sí mismo y nadie cambió sin haberlo decidido por sí mismo.
El temor al cambio, es lo que le da fuerza a las adicciones. Estos y otros venenos se sembraron en nuestra niñez de alguna manera. Tal vez fue por un mal ejemplo, por malas compañías o por nuestra propia ignorancia sobre adonde nos llevarían tales fuerzas malignas que brotan de nuestro interior. Quizás por nuestra desobediencia o nuestro desamor nos plantamos en lo que no era correcto y luego les dimos poder con las excusas que nos atrincheran en el mal. Con todo, estas cosas y otras parecidas pueden llegar a ser cargas pesadas que nos convenzan de que no podemos cambiar.
Un alcohólico piensa que no puede salir del vicio y lo mismo piensa el adicto al sexo. El fumador está convencido de que necesita la nicotina y el mediocre se convence de que no puede aprender. ¡Todo eso es falso! ¡Podemos, si queremos¡ Sin embargo, nadie te levantará del piso si tu mismo no deseas hacerlo. Es tal y como reza el dicho español: “no hay peor ciego que el que no quiere ver.” Admítelo, amiga o amigo nuestro y ese será el primer paso para ir cargando las fuerzas que te llevarán al cambio que deseas y que mereces. No permitas que la cobardía te plante y te aplaste. Recuerda que el pasado no es igual al futuro.
Aquel pelícano se alejó de la playa. No lo vi más. Continué mi camino por la costa. Repasé hoy una buena lección. Nadie hará por mi lo que de mi, depende.