Comer, respirar y tener internet.

Cuando conocí a mi abuelo ya tenía él su pelo blanco. De vez en cuando vienen a mi mente las palabras que me hizo aprender de memoria y que recuerdo hasta el presente: “No hay respeto, no hay amor, no hay cariño…¡todo se ha perdido!”  Si eso era cierto para mi abuelo en la década de los 50ta. es mucho, mucho más cierto hoy. No sé por qué mi abuelo quería que me aprendiera esas palabras. No sé si percibía, con esa sabiduría que manifiesta la gente mayor, que algún día necesitaría recordarlas. No lo sé, lo que sí sé es que mi abuelo no era clarividente, pero tenía muy claro hasta dónde llegaría este mundo.

Jovenes y adultos dedican demasiado tiempo a las redes sociales.

¿Quién puede negar que se ha perdido, al punto de generalizar, el respeto, el amor y el cariño? Se han perdido en las escuelas las clases de urbanidad y de conducta que solíamos tener cuando muchachos. Se han perdido los “cocotazos” que nos daba la maestra por susurrar una mala palabra en el Salón de claes. Y aunque esto parezca una tontería, muchas tonterías juntas, que faltan hoy, nos han llevado al desastre moral y de salud mental que vemos por todas partes. Si te ofrecieran llevar a donde tu quisieras ir a vivir, ¿qué lugar escogerías? Piénsalo bien, porque los lugares que se reconocen como los más felices no disfrutan de las “ventajas materiales” que disfrutan los lugares donde vive la mayoría de los que habitan el planeta; las grandes ciudades. Selvas de desamor dónde el 90% de los que saludamos no se toman la molestia de devolvernos el saludo. Gente y lugares que nos roban la tranquilidad mental y la paz interior pero, que nos compran ofreciendonos wify y el tan deseado internet. Junto con esos, nuestros juguetes preferidos: el acceso a un mundo virtual que, bueno y malo, no queremos perder, cueste lo que cueste.

Vivimos un gran conflicto. El conflicto de no saber lo que queremos. De no saber lo que nos cuesta, lo que queremos. Por una parte reconocemos que la tecnología nos ha robado lo poco que teníamos en sentido de tiempo y por otro lado, la amamos, al punto de estar dispuestos a perderlo todo por estar “conectados.” Y cuando digo “lo que nos cuesta,” que en dólares y centavos son un horror, pienso también en lo que nos cuesta en términos de tiempo, o debo decir, en términos de pérdida de tiempo. En los Estados Unidos las estadísticas comprobadas indican que los adolescentes pasan un promedio de 9 horas diarias a estar conectados. Te lo voy a repetir por si leíste el dato muy rápido. ¡9 horas diarias!

¡Esto es más tiempo del que un adulto trabaja para ganarse la vida! ¿Tienes una idea de todo lo que puedes aprender si le dedicas 4 horas diarias de estudio? Imagínate 9 horas perdidas todos los días de Dios. No duermen, no descansan, no estudian, no pueden trabajar por estar en la red y terminan frustrados y cansados de la vida. Ese es el caldo perfecto para las drogas y el alchol que ciertamente lleva a la juventud de hoy a otros problemas de conducta mucho mayores.

La población carcelaria aumenta.

Los Estados Unidos, el país al que desean emigrar millones de personas, de todas partes del globo, tiene el mayor número de presos que cualquier otro país. La población carcelaria aquí es de dos millones de personas. Y no es casualidad que desde que “disfrutamos” del uso de la tecnología, el número de la población carcelaria ha aumentado vertiginosamente. De 1999 al 2014 un aumento de 945%. No me equivoqué, 945%.

Parece que nuestra vida se nutre de comer, respirar y tener Internet. Mala, mala cosa nos espera en los años por venir. Mala, mala cosa que los abuelos ya no tengamos la misma influencia que nuestros abuelos. Mala, mala cosa que lo que amamos tanto nos destruye en plazos cómodos… y cada vez queremos más. Más lugares con wify, más velocidad, más equipos conectados a la red en la casa. Ya no queremos ni siquiera apagar las luces usando el receptáculo de la pared. ¡Padre mío!

Te propongo un examen personal. No te voy a proponer que vayas a los tiempos de los trogloditas ni nada de eso. Tampoco tengo nada complicado y doloroso que recomendarte. Cada uno ya tiene lo suyo. Sí, te pido esto: Dedica diez minutos a conversar con tu familia. Siéntalos a todos, en la tarde o en la noche, cuando te sea cómodo y no arriesgues la vida por intentarlo. Apaga todos los aparatos, TODOS. Conversa con tu esposa o esposo y con tus hijos juntossolo diez minutos todos los días. Una hora diez todas las semanas. No parece mucho pero tal vez es mucho más de lo que haces ahora ¿no?  Pues vamos ganando amigo(a) mío(a). Si ya lo tienes por costumbre, ¡te felicito! ¡No tienes una idea de los problemas que resolverás al tiempo presente y a lo largo de los años.

Hay cosas sencillas que hemos perdido, sí, son muchas, pero las batallas que valen la pena nunca se dejan por perdidas. Nunca debemos darnos el lujo de perder el respeto, el amor y el cariño. ¡Nunca!

 

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