Eres, o pareces ser -La falsa identidad.

Lo que uno es, es, y lo que parece ser, aunque parezca, no es, y tarde o temprano saldrá a la luz. No me estoy refiriendo a este asunto popular y triste de nuestros tiempos en los que por medios astutos nos roban la identidad. Me refiero a la imposición de una identidad ficticia, falsa. Cuando digo “identidad ficticia y falsa” me refiero a lo que hacen personas que tienen mucho poder sobre nosotros como son nuestros padres, hermanos carnales, maestros y compañeros de clase. ¿Cómo pueden estos imponernos una identidad falsa?

La doctora Helen E. Mozia en su libro “No Less Than Genius” narra la historia de un joven cuyo profesor, que durante una clase lo humilló de tal forma, que nunca pudo recuperar su verdadera identidad. Relata la doctora Mozia que este muchacho era sumamente inquisitivo y de una personalidad vibrante. Sin embargo, debido a que hacía demasiadas preguntas en clase, llegó el momento en que el maestro decidió acabar con lo que consideraba una perenne molestia. Puso al joven al frente de la clase y pidió a sus compañeros que escribieran una nota sobre todo lo que les disgustaba de él. Lo que escribieron sobre su ropa, su persona, su forma hablar y de jugar su deporte favorito le hirieron tanto y de forma tan profunda que nunca, nunca más recobró su identidad vivaracha e inquisitiva. Con el tiempo perdió interés por todo y cayó en el hábito de comer. Llegó a pesar 325 libras con solo cinco pies siete pulgadas de altura. Solo al borde de la muerte reaccionó y gracias a la terapia y a la ayuda suminstrada pudo recuperar conciencia de su verdadera identidad. Llegó a pensar que los comentarios negativos que le hicieron tanto sus compañeros como el maestro eran ciertos por lo que desgraciadamente se le programó una identidad falsa que no correspondía a su persona.

Es probable que algunos de nosotros, hayamos tenido que ajustar nuestra manera de ser sobre la base de alguna crítica que internalizamos como cierta y eso no es un mal proceder, sino una actitud de sabios pues no toda crítica es negativa para nuestra identidad.  Por otra parte, debemos ser equilibrados pues sin malos motivos, los maestros, los padres y los amigos pueden intentar acomodarnos o encajonarnos a un patrón que no es exactamente lo que sentimos o creemos ser.

Por supuesto, es natural que sintamos que los maestros, los padres y los amigos tengan una influencia en nosotros pero, ¿hasta qué punto? ¿Cuándo una guía, llega al punto de imponernos algo que no sentimos?  Tal vez el lector ha conocido padres que se empeñan en que sus hijos crean algo o cultiven amor por cierta rama de conocimiento sin lograr que sus hijos se involucren en estas de todo corazón. En ocasiones esto puede traer frustración y roces fuertes en el seno de la familia. Con todo lo noble que pueda ser desear “encarrilar” a los jóvenes en una dirección, todavía ese joven tiene el derecho de decidir lo que hará con su vida.

NO IMPONGAS ETIQUETAS. 

Recuerdo una conversación con mis padres en la que papá me dirigía hacia la carrera que él pensaba que me convenía. Quería que fuera abogado. No tenía yo una idea de lo que ser un abogado implicaba, excepto por la serie televisiva del abogado criminalista Perry Mason, muy popular en esos tiempos. Sin embargo, mi madre, no estaba muy convencida de que eso fuera algo que “me llenara”. Tal vez mamá me conocía mejor, no sé, lo que sí entiendo que fue genial de su parte, fue la recomendación que me hizo. Dijo: “tu decides, pero antes de hacerlo, ¿por qué no haces preguntas a los abogados mismos sobre lo que implica su trabajo?  Me sugirió que mi padre me llevara a visitar a algunos abogados que conocía y que yo tuviera la oportunidad de hacerles algunas preguntas sobre lo que implicaban sus servicios. Preparamos las preguntas. Una de ellas era: “Si me inclino a ser abogado criminalista ¿cómo puede afectar mi conciencia defender a alguien que no es inocente?  El resultado de esas conversaciones, y otras consultas, me llevaron a la conclusión de que el ejercicio de la abogacía, no era para mi en vista de mis creencias y principios personales, no auto impuestos.

Agradezco, que mis padres me permitieran determinar por mí mismo lo que quisiera hacer. No me pusieron una etiqueta de que “tienes que ser esto” o “tienes que creer en esto”. Me permitieron tomar decisiones y me advirtieron que si eran malas, tendría que enfrentar las consecuencias. 

Esa libertad de selección, me parece a mi, es de origen divino y debe respetarse sobre todas las cosas. ¿Qué piensa el lector?Estoy convencido de que ningún maestro, por mucho que desee ayudarnos, debe violar este derecho. Eso incluye a la familia inmediata, compañeros de estudio o de escuela e incluso incluye a los padres.

Influenciar, guiar, educar son sinónimos de procesos importantes y sanos que nada tienen que ver con “imponer etiquetas,” que, a la larga lo que hacen es “robar la identidad”.  ¿De qué vale que nuestros hijos “simulen” ser lo que no son ni sienten? Mientras estemos allí puede que no se desvíen del trayecto, pero si no son genuinos con ellos mismos, no permanecerán allí porque su identidad no era real, sino falsa.

 

 

 

¿Rompes muros?

Tal vez te preguntas qué muro, por qué hay que romperlo y dónde está. El muro al que me refiero es al muro que te impide expresar sentimientos. La razón por la que hay que romperlo es porque te impide disfrutar de la vida en todo su esplendor. El lugar donde se encuentra ese muro es justo enfrente de ti, pero deberás tener tus ojos bien abiertos para verlo.

Estemos conscientes de ello o no, todos tenemos muros que romper, no en sentido literal, pero sí en sentido emocional. Somos como las tortugas que se encierran en su propio caparazón y que le sirve de protección contra sus enemigos naturales.  ¡Nada entra pero tampoco sale nada! Puede alcanzar los 250 años y jamás abandonará su caparazón. Para ella no pesa, ni le molesta ni le impide moverse, aunque sea lentamente. Debajo de él se siente segura. ¿Estamos sentenciados a ser como ellas?

Nosotros, los seres humanos hacemos lo mismo que las tortugas. Se nos ha inclulcado que debemos separarnos de los sentimientos y hemos llegado a pensar que son una complicación, una molestia,  y cada vez suprimimos más y más los sentimientos en nuestras vidas. Cada vez nos encerramos más pensando que es el estado perfecto para evitar problemas. Millones de seres humanos presentan las mismas razones que las tortugas para no salirse de su propio encierro. Dentro de nuestros caparazones nos sentimos protegidos y muy a gusto. ¿Existe otra razón para querer llegar a casa sino es para encerrarnos y desconectarnos de todo? ¿De la familia? ¡Sí! ¿De los amigos? También. ¿De nuestra comunidad y de nuestros vecinos? ¡Por supuesto!

Por cincuenta y cuatro años he trabajado como voluntario en programas de base comunitaria. He tenido la oportunidad y la bendición de compartir con miles de personas. Personas de distintos niveles sociales, de distintas culturas, educación, raza y estrata social. Y todas, sin dejar una, tienen las mismas necesidades y los mismos temores. Los seres humanos somos gobernandos por  cuatro sentimientos que los griegos llamaban: éros, estorgé, filía y agápe.

En términos generales, Éros se refiere al amor sexual pasional que no tiene absolutamente nada de malo dentro del contexto del amor romántico que se expresan los esposos. Estorgé a menudo se refiera al amor relacionado con nuestra familia, concretamente la relación que tenemos con nuestros padres. El amor Filía se relaciona con los sentimientos que expresamos a nuestros hermanos carnales y en general a los lazos que tenemos con nuestros amigos. Por extensión puede aplicar a hermanos espirituales. Y Agápe que suele referirse al amor basado en altos principios morales que puede incluír el amor a compañeros de escuela, de trabajo o al amor general que podemos expresar hacia otras personas, incluso hacia personas completamente desconocidas.

Estas cuatro avenidas gobiernan los sentimientos del cien por ciento de la familia humana. Es decir, todos los seres humanos nos relacionamos emocionalmente sobre estas cuatro avenidas complejas y llenas de sentimientos, emociones, resentimientos, risas y lágrimas.

Aunque podemos reconocerlas individualmente, la vida las entreteje de una forma muy particular, lo que en ocasiones, suelen agobiarnos, confundirnos, y hasta casi enloquecernos. Lo fácil, para evitarlas, es, encerrarnos y no sacar ni las narices para respirar. ¡Mala cosa! Es todo lo contrario. Debemos romper los muros que nos impidan buscar todas esas avenidas de amor y aprender a colocarlas en su debido lugar.  Es curioso cómo Mahadma Gandhi lo ilustra: Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores crean tu destino.

Si nuestros valores crean nuestro destino y andamos encerrados, me pregunto ¿qué destino? Si nuestras acciones se convierten en hábitos ¿cómo es posible sacar fuerzas para visitar a la abuela? Si nuestras creencias nos llevan a razonar que lo mejor es quedarse en casa en vez de ayudar al vecino, al amigo o al compañero de fe ¿qué poderosa fuerza puede movernos a hacer algo diferente?  

Si llegamos a pensar que no vale la pena hacer nada por nadie esta actitud se convertirá en nuestro triste destino. ¿Te das cuenta por qué es urgente romper los muros?

Hoy, abrazar o besar a un niño casi se convierte en un delito. Si un desconocido nos pide ayuda, lo catalogamos de “sospechoso”. Alguien pidiendo transporte no puede ser otra cosa que “una trampa”. Vivimos en pánico. En pleno siglo XXI levantamos castillos medievales en los que tiene que bajarse una inmensa y pesada puerta para que alguien logre entrar a nuestro corazón. Y dices tu ¿dónde están los muros? ¡Están por todas partes y nos encierran, endurecen y alejan cada día más!

Si tu corazón queda encerrado solo para ti mismo, morirá de hastío. Lo que tiene valor permanente es lo que tiene relación con los cuatro pilares del amor antes señalados. Estoy de acuerdo en que seamos juiciosos, observadores y cuidadosos pero de eso a lo que hablamos aquí hay un trecho grande. De modo que ¡ni bobos, ni maniáticos en encierro!

No olvidemos que los cuatro pilares del amor, uno queda sujeto al otro para ser total y completamente efectivos y equilibrados.  Eros sin ágape se ensucia. Estorgé sin filía, no perdura. Estorgé sin ágape solo ve defectos. Ágape sin Filía jamás será permanente.

Aunque a veces duela.

Hacer el bien es lo que debemos hacer siempre.  Cuando hacemos lo correcto nos llenamos de una satisfacción que nos enriquece como seres humanos. Sin embargo, puede que no sea nada fácil hacer el bien en determinadas situaciones, incluso, puede ser doloroso. Sí, doloroso para nuestra auto estima, doloroso por el esfuerzo que implique y doloroso porque pudiera estar en contraposición a lo que nos convenga.

Te presento dos situaciones como ejemplos:

AUNQUE NOS DUELA, DEBEMOS EDUCAR. La educación de un hijo puede ser dolorosa para los padres, particularmente cuando es necesario aplicar disciplina. En nuestros tiempos no es raro que hasta quien pensamos que es un buen muchacho, se meta en problemas con drogas, en la escuela, o incluso con la policía. Si como padres no ejercemos nuestra autoridad y rehusamos adjudicar la disciplina apropiada, la actitud y las acciones de nuestros hijos van a empeorar y como consecuencia, con el tiempo, se verán en mayores problemas.

Mientras trabajaba en un campamento para jovenes en Los Angeles, California,  tuve la oportunidad de conversar con una mamá que asistió a una de mis conferencias de motivación para padres con hijos con problemas. Con lágrimas en los ojos me contaba cómo tuvo que llamar a la policía para que viniera a arrestar a su hijo porque había cometido varios robos y guardaba el botín en su propia habitación. Es muy fuerte para una madre tener que llegar a este punto, particularmente cuando vive sola con su hijo. Pero, a menudo la única forma de ayudar a un hijo descarriado es tomando una decisión difícil. Pues resultó que en el campamento juvenil su hijo, estaba reaccionando a la disciplina de levantarse a una hora, comer a otra, estudiar diariamente y a acostarse temprano. En este caso, el dolor, poco a poco fue quedando atrás en vista de los buenos resultados alcanzados.

AUNQUE NOS DUELA, HAGAMOS LO CORRECTO.  Cada persona tiene una conciencia que le pide cuentas. Cuando hablo de la conciencia hablo de ese sentido de justicia que nos ha sido implantado desde el nacimiento.  Por otro lado, cuando tenemos firmes convicciones, no cedemos a las alternativas que puedan violar nuestro sentido interno de lo que es correcto. Aunque esto no sea popular, así debe ser.

Tomemos por caso el de una historia que escuché hace algún tiempo. Se trata de cierta pareja de misioneros, en África, a quien amenazaban vez tras vez para que ingresaran a un grupo político revolucionario. Por mucho tiempo habían enfrentado la situación de forma exitosa. No obstante, cierto día, los interceptaron en el camino y volvieron a amenazarles. Ellos continuaron rechazando la oferta explicándoles sus razones. De pronto, uno de los hombres que acompañaba al grupo le arrebató a su niñita y la arrojó con toda su fuerza por un acantilado al mar. Aunque este inesperado acto los destrozó, el matrimonio se mantuvo firme y los rebeldes se retiraron. ¡Cuánto tuvo que dolerles aquella terrible experiencia! Incapacitados de poder continuar con su noble servicio, regresaron a Francia, su lugar de origen.

Años después, resuelto el conflicto militar y recuperados de la pérdida de su niñita, solicitaron de nuevo alguna asignación misional. Para su sorpresa, se les volvió a enviar al mismo pueblo africano. Decidieron ser obedientes y aceptaron. Con el tiempo, en una convención entrevistaron al misionero y este contó las terribles pruebas que había enfrentado y cómo se había mantenido firme. Ese mismo día, un hombre se acercó al misionero y le dijo: “Ahora lo entiendo todo”. El misionero le preguntó “¿qué es lo que entiendes ahora?” Le contó que él y su esposa no podían tener hijos y le habían pedido a Dios, muchas veces que lograran tener un bebé, pero nunca sucedió. Un día, mientras pescaba, vio una niñita flotando en el mar y la rescató aún viva. ¡Aquella niñita era la hija de los misioneros!

Es verdad que no siempre las recompensas por hacer lo que uno entiende que es correcto, son tan impresionantes como ocurrió en el relato anterior, pero siempre son y serán recompensadoras.

Como en mi caso, estoy seguro que en el caso del lector, luchar con nuestras malas tendencias, sean carnales, materiales o incluso espirituales, pueden dolernos muchísimo. Aunque nos duelan no debemos ceder a lo malo, a la revancha, al prejuicio, al odio racial o nacionalista, a la ambición o al deseo de poder. ¡Y nos irá bien mientras actuemos en balance con nuestra conciencia y con nuestros mejores ideales!

En conclusión, hacer lo bueno, aunque sea con dolor nos reportará resultados favorables.  Hoy, aplaudimos al que hace lo correcto y mantiene su conciencia limpia. Si ese eres tu: ¡mil felicidades!

El caballito de madera.

Casi todo niño, en algún momento, fuera suyo o prestado, jugó con un caballito de madera.  En algunos casos resultó ser un caballito con todas las de la ley que se mecía de aquí para allá y en otros casos fue un caballito improvisado con un palo de escoba entre las piernas. Fuere como fuere, niños y niñas de mi generación disfrutamos del juego correteando o meciéndonos a nuestro gusto y gana.

Hopealogn Cassidy 1952-1954

La imaginación de un niño es poderosa de modo que, por lo menos a mi, no me era difícil correr mi caballo al estilo de “Hopealong Cassidy”, el vaquero al que nunca se le caía el sombrero, no importa la pateadura que le diera a algún desalmado en aquellos famosos bares en el que todo el mundo jugaba pocker y tenía cara de bobo o de malo. Hasta el día de hoy los bares parecen ser los lugares más populares donde encontrar las mismas caras, además de la consabida camorra, pero como era el caso, en nuestra época ya nos advertían evitarlos.

Puede que las cosas, la vida y los niños hayan cambiado desde la década de los cincuenta pero hay cosas que nos resultan curiosas y hasta aleccionadoras. Es verdad que hoy a ningún niño se le ocurriría andar por ahí con un pedazo de palo entrepiernas y gritando “¡Aaaaaarre caballo!!!” porque, para empezar, parece que a ningún niño le gusta ya correr, saltar y patinar excepto verlo hacer a otros en su Play Station. Pero no era así en mis tiempos. En mis tiempos, los parques eran populares y el que estuvieran llenos, también. Me entristece hoy ver los parques vacíos en muchas comunidades de aquí y de allá. Hoy son simples espacios abiertos, prácticamente abandonados.

Mi generación, al paso del tiempo, pudo darle uso a eso que jugaba. Me explico. El caballito de madera nos permitía gastar energías y utilizar nuestra imaginación que suele ser muy creativa en la niñez. No importa lo encerrado que vivieras, el caballito de madera te brindaba toda la libertad del mundo para recorrer las praderas de tu imaginación. Con el, siempre eras libre. Andar cabalgando te permitía también hacer el ejercicio necesario para el desarrollo sano de un niño.

En 2018 una Amosandra puede costar hasta 500 dólares.

Lo mismo le sucedía a las niñas. Ellas jugaban a “las casitas y a las mamás y papás”. Mi hermana, por ejemplo, luego que se bajaba de su “caballo”, corría a “la casita”, lugar que papá nos fabricó para que pusiéramos nuestros cacharros y donde ella preparaba las “comiditas” como el café en aquellas tacitas miniatura y las galletitas con los pedazos de masilla coloreada que colocaba cuidadosamente en los platillitos.  No faltaba una muñeca, que en caso de mi hermana era una negrita de nombre “Amosandra.” Otra vez, los niños jugaban a lo que probablemente harían cuando grandes. Disfrutar de aventuras, usar la imaginación y conocer los trabajos de llegar a ser mamás y papás. ¡Todo un entrenamiento!

Aunque yo no tuve caballos ni broncas en los bares y mi hermana tampoco tuvo una negrita, usar la imaginación en el juego, e interactuar con otros niños, de una u otra forma nos preparaba para el futuro. No necesitábamos “cosas” para ser felices porque lo poco o mucho que tuviéramos, lo disfrutábamos. ¡Jugábamos hasta que los juguetes se rompieran!

Todos teníamos más o menos lo mismo y se nos permitía gastar todas las energías en la calle, o en el parque, donde conocer a otro niño o niña también nos permitía aprender a conversar, a introducirnos a desconocidos y a intercambiar juguetes sin temor a que nos los robasen. Y en días de lluvia, lo importante era tener el permiso para salir al patio a mojarnos con el agua del aguacero y chasquear con los chicotes el agua que se empozaba. ¡No había nada mejor!

Aquel caballito de madera que introdujo a la niñez a mi generación, permanece en nuestros recuerdos. Ahora que peinamos flores de almendro, nos sigue ayudando a recordar que soñar siempre será posible. Que no hay límites para lo que nuestra imaginación puede crear. Que no importa dónde estemos o en qué condición vivamos, nada ni nadie nos puede impedir soñar.

Si te atreves, te invito, hoy y ahora, a dar una vueltecita juntos, con nuestro caballito de madera en mano, a pasear cabalgando sobre las nubes, hacia las verdes praderas de los días mejores por vivir. Días en el que los viejos serán siempre como niños y los niños nunca morirán de viejos.

 

 

 

 

El romance de nuestra niñez.

Los seres humanos tenemos la tendencia de mirar al pasado y verlo de forma un poco, digamos, romántica. Especialmente cuando se trata de nuestros días mozos. No es raro que de tanto en tanto hagamos una remembranza de sabores, lugares, perfumes y vivencias compartidas con nuestros seres queridos. Casi siempre hacemos esto en un ejercicio de tendencias positivas o, en otros casos, experiencias aleccionadoras. Sin embargo, solemos pasar por alto los momentos de frustración, necesidad, dolor y verguenza. De ahí que muchas veces nos escuchemos decir: “que lindos eran aquellos tiempos.”

Pero ¿decimos toda la verdad? Muchas veces no. Y no lo hacemos por malicia, es que nuestra memoria despojó de todo valor práctico los pensamientos tristes, duros e inútiles para reemplazarlos por los buenos que también nos reportaba la vida de aquellos días. Sin embargo, si de alguna manera tuviésemos a nuestro alcance un dispositivo que nos llevara al pasado instantáneamente, es probable que no pasáramos más de media hora en el lugar y en el tiempo que nos es tan añorado. Y la verdadera razón es, que la vida, ni era tan agradable ni tan romántica como hoy la solemos recordar.

Nací a finales de la década de los cuarenta y me crié en la Habana Vieja a finales de la década de los cincuenta. Suelo recordar los carros de madera que se paraban en las esquinas con aquellos enormes purrones de cristal, llenos de aquel delicioso jugo de sandía, coco, piña y tamarindo del vendedor ambulante de la esquina. Había vasos de a tres centavos y vasos de a cinco centavos. Echaba el jugo en el vaso utilizando una de esas cucharas soperas grandes y al hacerlo, en aquel tiempo, me parecía que el zumo brillaba a trasluz del sol de la tarde. ¡Que delicia! Solía disfrutarlo algunas tardes de la semana cuando visitaba a mi tía Amparo que vivía en la calle Muralla. Aunque suelo romantizar el pensamiento, hoy, no me explico cómo bebía de aquel jugo servido en vasos de plástico. Dije “vasos de plástico” al que se le daba un chapuzón en agua de jabón para que quedara limpio para el próximo cliente. Si mi mamá hubiese sabido que me daba esas escapadas con Amparo, ambos hubiésemos tenido problemas, pero, ambos supimos guardar el secreto.

Recuerdo los “Sundaes” de chocolate de la Cafeteria Universal a poca distancia de donde vivían mis abuelos. Jamás he podido olvidar el sabor del caramelo que los cubría a la perfección. Aquel helado suave, servido en aquel vaso espigado con cuchara extra larga, pasaba por mi garganta como ambrosía del cielo. ¡Nunca quedaba satisfecho con aquel regalo de diez centavos!

Al transportarme a estas vivencias del pasado, ya distante en mi memoria, es imposible recordar todo lo malo que sucedía a mi alrededor ni cómo el país se hundía en una revolución que no solo afectó, dividió y rompió mi vida y mi familia, sino la vida y las familias de millones de personas. La violencia, las bombas en los cines, el terror y la persecución. El asesinato en la calle del que fuí testigo desde el balcón de la casa de un amigo, se lanza veloz a un lado, cuando pienso en el romance de mi juventud, de mis travesuras, de mis amantes padres, de mi hermana querida y de mi ignorancia.

Exprimo mis recuerdos una y otra vez, solo para recordar lo bueno, y es probable que tu hagas lo mismo. ¿Quién en su sano juicio quiere deleitarse en crudas realidades?  Con todo, siendo sinceros, el pasado de ninguna manera fue mejor que el presente, pero en nuestro romance, solemos verlo con exclusivos buenos ojos. ¿Por qué será?

Será porque anhelamos ver a los que hemos perdido en el sueño. Será porque recordamos el terruño que nos vio nacer y los olores, sabores y palabras de mamá, de los amigos, de la energía de la niñez y de la juventud. Será porque el presente siempre es tiempo de correr, de afanarnos y de ganar el pan. Todo parece pasar por nuestro lado muy rápido y no es hasta mañana que tenemos tiempo de mirar atrás al ayer. Con todo, el presente, igual que el pasado debe verse con ojos nobles y no con ojos ciegos. Debe verse con paciencia y no con ligereza. Esto es algo que debemos aprender.

Hoy estamos vivos y demos las gracias a Dios por eso. La vida, la vida nos lleva por donde nos lleva. El mañana, bueno, malo o regular, ya pasó. El futuro queda adelante de nosotros y es allí que debemos mirar con esperanza, sin darnos cuenta que el día de hoy pronto se convierte en el ayer.  Que jamás los días vividos se aparten de nuestra conciencia, de nuestras memorias y de nuestros mejores recuerdos. Esos mejores recuerdos nos impulsan hoy a vivir, a sonreir, a dar y a compartir lo mejor de nosotros. Lo mejor de nosotros hoy serán nuestras felices vivencias del mañana. Vive el hoy y no olvides que por él será posible que recuerdes feliz, tu mañana.

KomoSabe tiene ya su nueva cara.

Muchas gracias a Sunem Martínez por regalarnos un rostro, una actitud y una sonrisa con nuestra nueva imagen. KomoSabe pretende compartir experiencia, opiniones y comentarios en ensayos breves con el que el lector pueda identificarse. Su lectura es liviana y pretende ampliar el pensamiento. KomoSabe no trata de comentar ni resolver situaciones específicas sino que desea compartir problemas generales, actitudes y reacciones del diario vivir con las que todos podemos  identificarnos.

Esperamos que nuestra perspectiva y enfoque provoque una lectura que resulte inspiradora y motivadora para todos los que se acerquen a nuestro vecindario. Aunque la meta es alta, KomoSabe reconoce que vivimos en un mundo complejo, lleno de tendencias contradictorias, confusas y muchas veces autodestructivas. Dejando todo eso detrás, pretendemos movernos hacia adelante ofreciendo algo distinto que leer y que compartir mientras nos esforzamos por superarnos como personas.

Por más de cincuenta años KomoSabe ha estado inmerso en la obra de motivar, enseñar, inspirar y ayudar a otros, jovenes y viejos a superar barreras, fracasos, prejuicios y estigmas sociales, culturales, morales y espirituales. Por eso, le aseguramos que siempre encontrará una palabra positiva y de estímulo en las lecturas breves y variadas de su amigo, KomoSabe.  Mil gracias a nuestros primeros lectores y a Sunem por todas sus bondades y ayuda en esta pequeñita empresa. ¡Gracias a todos ustedes y siempre sean bienvenidos!

 

 

“Yo”, “mi” y “me”… tres palabras indiscretas.

¿Qué sientes cuando conversas con alguien que siempre está hablando de sí mismo? Si sientes lo mismo que yo, seguro que esa persona te enferma. Y no es que uno no pueda hablar de uno mismo en una conversación en la que compartes ideas, pero si SOLO hablamos de “yo”, “mi” y “me”, estamos diciendo mucho más de lo que suponemos. ¿Cómo?

Para empezar, reflejamos tener un problema grave de falta de estima personal. Es obvio que si solo hablamos de nosotros es porque queremos dirigir la atención a nosotros mismos. Reflejamos una imperiosa necesidad de reconocimiento, además de demostrar falta de sentido común. Ninguna de las tres anteriores son saludables ni atractivos adornos de personalidad, sino cualidades desagradables que nos alejan de otras personas. Es un reflejo de una enfermedad profunda y triste que ocurre en nuestro interior, se llama, orgullo.

Quienes se la pasan hablando de sí mismos, no se percatan de que ellos no son el centro del universo. No se dan cuenta de que el resto de la humanidad no hace circunferencia a su alrededor, de modo que terminan siendo una peste que los demás evitamos como el diablo a la cruz. En segundo lugar, es feo no saber hablar de otra cosa que de uno mismo. Los demás también tienen vidas, problemas, enfermedades, éxitos y logros que compartir de modo que, por favor, permitamos que las conversaciones que tenemos con otras personas sean un intercambio de información placentero entre dos personas y no un soliloquio empalagoso de nuestra persona.

En tercer lugar es una falta de respeto ignorar a los demás y centrarse en uno mismo. El desatender las necesidades de los demás no es tenerles una pizca de estima. Por lo tanto, si queremos tener amigos y personas que disfruten de nuestra compañía, debemos recordar que la comunicación es una avenida de dos vías y no un camino escabroso de una sola vía en una sola dirección.

Cuando digo evitar hablar solo de nosotros también incluyo esa otra mala costumbre de estar hablando todo el tiempo. A veces, con algunos, siento que tengo que esperar a que respiren para poder decir algo. De otro modo ellos se hacen las preguntas y ellos mismos se las contestan. ¡Santo Dios, se callarán en algún momento durante la próxima media hora! -no niego que ese pensamiento me ha pasado por la cabeza más de una vez. ¡No solo es el “yo”, “mi” y “me” sino lo seguidito!

Aunque es muy agradable participar en una conversación, no es fácil hallar un grupo con el que puedas disfrutar de este hermoso ejercicio. Y que conste, que soy persona de disfrutar conversar, más que ninguna otra actividad. Más que ver una película, más que ir a pasear, más que ver un programa de televisión. Y eso no es algo nuevo para mi ahora que peino canas, cuando joven, me era natural, en algunos de mis días libres, pasarme toda la noche conversando con uno o varios amigos. En más de una ocasión, conversábamos hasta el amanecer. Claro está, que sería imposible e insoportable si hubiese estado ahí en medio de un soliloquio extensísimo al estilo del famoso personaje de Segismundo en la obra “La vida es Sueño” de Calderón de la Barca. Lo que sí da sueño es escuchar a algunos con su sonsonete del “yo” “mi” y “me”. Con lo anterior no estoy diciendo que solo uno la pasa bien hablando, lo que quiero decir es que se aprende y se disfruta mucho de conversar con quienes saben lo que dicen y también saben cómo decirlo. Se produce un fascinante intercambio de estímulo, consejo e ideas que pueden hacernos la vida más agradable, estimulante y feliz. Estoy convencido de que si se tienen estos tres factores presentes: el tiempo, el tema y la persona adecuada, conversar es uno de los placeres que te lleva a aprender de otros y de ti mismo.

¡Celebremos a los buenos conversadores! Tratemos de ser uno de ellos! Recordemos: Primero: no acaparar la conversación, Segundo: escuchemos con interés a nuestro interlocutor reflejando aprecio no solo en nuestros asuntos, sino escuchando con interés personal los asuntos que tienen que ver con la vida, la problemática y los éxitos de los demás. De seguro, eso nos hará personas más interesantes, mejores oidores y al final nos convertimos en personas con la que otros quieren compartir. Demos evidencias de conocer el secreto de evitar el “yo”, el “mi” y el “me.”