Los tiempos cambian… ¿para lo mejor?

Vivimos solo unas cuantas décadas y morimos. Los que tienen la dicha de vivir ocho de ellas son escasos y muy afortunados. La historia nos ayuda a ver que cada diez años las cosas cambian. Cada década trae nuevos inventos, avances en la tecnología, cambios en la moralidad, en la mentalidad y la actitud de cada generación en un proceso que parece interminable.

Komosabe nació justo al terminar la Segunda Guerra Mundial. Al mirar atrás puedo recordar con alguna claridad los cambios o supuestos cambios que han estado al alcance de mi muy limitada mirada. A ver:

“Al terminar la Guerra en 1945 la humanidad sintió que era momento de reconstruir y de valorar la vida. Muchos países y capitales europeas tenían que levantarse de los escombros. Se sembraba un despertar de valores y esperanzas noveles. De 1945 a 1955 ese fue el objetivo general.

Con otros tonos se vistió la década de 1955 a 1965. Aquí se enfatizó la importancia de la educación como un ideal para el éxito en la vida. Recuerdo que los rusos anunciaron con orgullo que enviaron al espacio la perra Laika y que la recuperaron de regreso con éxito. ¡Que noticia! Pero harían más: en esa misma década Yuri Gagarin, también ruso, da una vuelta a la Tierra desde el espacio. Los viajes al espacio parecían estar a las puertas.

En Cuba, los barbudos bajaron de la Sierra Maestra resueltos a cambiar lo malo por lo bueno y prometieron el fin de los abusos de una tiranía. ¿Cambió realmente el panorama? Rápidamente surgió la crisis por el emplazamiento de misiles rusos en esa misma isla lo que casi provoca la III Guerra Mundial. El 22 de noviembre de 1963 asesinan al 35to. presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. El 2 de julio de 1964 el presidente Lyndon B. Johnson firma la revolucionaria ley de los derechos civiles. De un golpe la segregación racial queda prohibida en los Estados Unidos.

Durante la década siguiente de 1965 a 1975 se comenzaron las luchas para que se acepten los derechos civiles y los privilegios que la ley brinda a todos los ciudadanos. Una década de énfasis en derechos, pero no tanto a los deberes. El 4 de abril de 1968 asesinan a Martin Luther King, precisamente cuando las leyes de igualdad civil van abriéndose camino.

Los Estados Unidos al fin logra que un hombre pise la luna el 20 de julio de 1969. “Un paso pequeño para el hombre y paso inmenso para la humanidad.” Ahora esta nación se proclama al frente de la conquista del espacio.

Por otro lado, en esta década hubo mucha desmoralización producto de la guerra de Viet Nam y las protestas juveniles que se hicieron populares. Los jóvenes comenzaron a rebelarse contra las instituciones y se popularizan los hippies, la LSD, la marihuana y por supuesto, los Beatles. Los que vivimos esa década vimos cambios grandes pero no necesariamente para mejorar.

1975 a 1985 vimos cómo los padres se volcaron en la sobre protección de sus hijos, tal vez como resultado de las malas experiencias de la década anterior. Los maestros perdieron fuerza y los padres eran capaces de enfrentar a los maestros a favor de sus hijos. En Rusia comenzó a tomar fuerzas la Perestroika con nuevas promesas políticas. Padres sobreprotectores de sus hijos sembrarían la semilla de una generación por venir sin las herramientas necesarias para enfrentar el mundo cambiante.

En la década del 1985 a 1995 aparece una generación de jóvenes que se hicieron dependientes de sus padres. Una generación que enfrentaba el mundo, sin saber cómo. Los padres se hicieron más permisivos y parecía que todo lo que hicieran los hijos estaba bien. Comenzó la era de que la disciplina se convertiría en un enemigo que acomplejaba y afectaba a los hijos. La disciplina se convirtió en una mala palabra y aplicarla se convirtió en base para llevar a los padres a las cortes.

1995 a 2005 se revelan los fracasos nacionales, políticos y educativos por todas partes. Había confusión y parece que nadie tenía la respuesta. Unas instituciones decían una cosa y otras lo contrario. Se hizo público y a gran escala el abuso de menores por parte de clérigos. Cayeron las Torres Gemelas. El futuro no era como se pensó que sería en la década de la postguerra. El hombre no estaba viajando por las estrellas como era la propuesta de los años cincuenta.

Ese 11 de septiembre la vida cambió como la conocíamos

2005-2015 vuelve la tecnología a presentar la imagen de un futuro cómodo y accesible para todos. Apple y Microsoft luchan por el control del mercado de las computadoras. La revolución verde no alimentó a la humanidad, la capa de ozono se convierte en una amenaza real y el deshielo de los glaciares se derrite en proporciones no sospechadas. El hombre ve oscuro el futuro de su casa-planeta y la ciencia busca respuestas.

2015 al presente reflejan duras realidades que no podemos tapar con la mano. La corrupción a todos los niveles, el amor al dinero y a la fama enferman a casi todos los países del mundo. Surgen millonarios de un día al otro, nunca antes en el planeta ha habido tantos millonarios ni tanta inseguridad. Los valores se mueren. La tensión política, las enfermedades e incluso la pandemia del COVID-19 se convierten en elementos que cambian la vida de la humanidad por tiempos indeterminados.”

Para Komosabe, los tiempos parecen cambiar solo en el escenario, pero no en sus características básicas y vitales. Tal vez debemos empezarlo todo de nuevo. Como cuando un estudiante borra toda la página de su libreta y vuelve a empezar, aunque sea sobre borrones. Eduardo Galeano escribió: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo.” La pregunta es: ¿podrían cambiarlo para lo mejor?

¡Pásala por la piedra!

Si tienes dudas, ¡pásala por la piedra! No nos estamos refiriendo a cometer un crimen ni a torturar a nadie, sino a la prueba común y corriente que suelen hacer los joyeros para probar la calidad de una prenda. ¿De qué clase de piedra estamos hablando? Se trata de la piedra de toque.  Es una piedra dura de color oscuro compuesta por una mezcla de cuarzo con alúmina, cal, óxido de hierro, carbón y otras sustancias de grano fino. El ácido no puede afectarla de manera que es adecuada para probar la pureza de la plata y el oro. Sí, la “piedra de toque” es el instrumento que nos define la calidad del oro. Veamos.

PROCEDIMIENTO DE PRUEBA.

Tome una sortija y pásela suavemente por la piedra de toque. Observará que deja un trazo de oro. Ahora, deje caer una gota de ácido nítrico que prueba el oro de 18 kilates o de la plata de la que desea probar su calidad. Si la prenda es de oro, la huella no sufre alteración de ninguna especie pero si no es puro, el color de la huella indica la proporción en que está aleado. !Sorprendentemente sencillo y estupendamente exacto!  Dicho sea de paso, este procedimiento no es nada nuevo pues desde los tiempos de los griegos, la piedra de toque ha sido un instrumento preciso para medir la calidad de una alhaja.

Con el paso del tiempo, las palabras van adquiriendo nuevos matices de forma que hoy por hoy el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define piedra de toque con otro sentido, pero conservando el sabor de su uso original. La define así: Aquello que permite calibrar el valor preciso de una cosa”Según la definición, usted y yo podemos probar la verdad de la mentira, si nos tomamos el tiempo de “pasar cualquier alegación por la piedra de toque” y demostrar su verdad o por el contrario su falsedad. ¿Qué puede utilizarse como una piedra de toque sobre la que probar una verdad? En religión sería la Biblia, en las cortes sería La Ley. En una compañia serían los estatutos y normas aprobadas por el consejo rector o por los accionistas. Cuando se les consulte, los mencionados anteriormente pueden dejar fuera de toda duda qué acciones estarían o no en armonía con las bases de tales instituciones. No hay otra forma de descubrir una verdad o probar una falsedad, si no se pasa por la piedra de toque.

En armonía con lo anterior, en vez de dejarnos llevar por la propaganda, las alegaciones, los comentarios, los chismes o los sentimientos, debemos aprender a justipreciar la verdad y aceptarla tal y como es. Sin acomodar los principios claramente expuestos por las leyes a nuestra manera de pensar. Esto, por supuesto, es más difícil de lo que parece ya que los seres humanos estamos cargados de emociones y de sentimientos. Además, muchas veces nos ciega el orgullo y la vanidad. Descubrir falso un concepto que hemos dado por cierto toda la vida, puede ser una de las experiencias más traumáticas que podamos vivir.

EL FANATISMO NO TIENE NADA QUE VER CON LA VERDAD.

Los seres humanos no estamos enamorados de la verdad. De hecho, la verdad muchas veces nos importa un bledo. Queremos lo que queremos y rechazamos lo que desconocemos. Algunos llegan al punto de dar su vida por este postulado: “Mi país, con la verdad o sin ella, es mi país”. Con este pensamiento justificamos cualquier cosa para adherirnos a lo que pensamos que es nuestro deber patriótico. Esa supuesta “lealtad” es, muchas veces, una simple manipulación política, social o incluso cultural que no tiene absolutamente nada que ver con la verdad. Cuando la pasas “por la piedra de toque” queda evidente su falsedad. El paso del tiempo ha revelado que muchas guerras comenzaron por el orgullo, la ambición o las ansias de poder de un gobernante.

Lamentablemente esto mismo sucede en otros frentes como el del deporte o incluso la religión. Soy de tal equipo deportivo porque lo fue mi padre o de tal religión porque “en casa TODOS somos —” ¿Y qué tiene que ver eso con la verdad? La verdad no es posesión de una raza, de una cultura, de una familia o de mis antepasados. En vez de convertirnos en fanáticos que solo siguen “costumbres o tradiciones” deberíamos tomarnos el tiempo para “pasar por la piedra de toque” lo que creemos que es cierto. Solo entonces tendremos razones para SABER que lo que que pensamos es completamente correcto o, si fuera incorrecto, hacer los cambios en busca de la pura verdad.

Lo que es verdad puede ponerse a prueba sin dificultad y no importa las veces que la “pases por la piedra de toque” siempre dará el mismo resultado. Hoy te invito a ser valiente y a someter a la prueba de “la piedra de toque” lo que crees, lo que sientes y lo que te motiva. La verdad no te desmotivará sino que al contrario puede ayudarte a hacer cambios positivos a tu vida, a tu carácter y a la visión que tienes de los demás seres humanos. La mentira mata, la verdad, aunque duela, salva. Un pensador dijo: “hay tres cosas que no pueden ocultarse por mucho tiempo: el sol, la luna y la verdad.”

 

 

No idealices el fracaso, trabaja duro por el éxito y ruega a Dios.

¿Qué es fracasar? Para distintas personas puede significar distintas cosas. Para algunos fracasar es no lograr ganar el premio mayor en la lotería. Para otros es no alcanzar una meta profesional muy deseada. Puede ser el rechazo de alguien a quien se quiere, o, puede ser no alcanzar el estatus social que se buscaba. De cualquier manera, sea lo que sea que deseemos, no alcanzarlo puede representar un duro fracaso. Eso siempre es doloroso. De modo que “fracasar” no va a ser algo fácil con lo que lidiar en la vida. Y sin embargo, este llega a sernos familiar, tan familiar que a veces tratamos de idealizarlo como algo positivo.

¿Cómo muchos idealizan el fracaso?  Algunos insisten en tratar de convencernos de que el fracaso no existe, que solo es un paso para el éxito. En nuestro interior sabemos que esa prédica no tiene fundamento. De hecho, cuando se estudian las estadísticas, del por qué muchas empresas fracasan, hallamos algunos datos interesantes. En México, por ejemplo, la falta de planeación es responsable del 44% de los fracasos comerciales, a lo que le sigue otro 44% de falta de análisis antes de comenzarlo. Esto nos indica que los que comenzaron negocios, sin planificar bien y sin analizar en lo que se estaban metiendo se dirigian derechito al fracaso. Fracaso que ellos mismos se buscaron por no hacer buenos planes de cómo desarrollar la empresa y no haber estudiado el mercado de su producto de forma apropiada y eficaz. Lamentablemente eso mismo sucede con la mayoría de nosotros cuando nos resolvemos alcanzar una meta, sea la de abrir un negocio o la de alcanzar algo deseado. Planeamos poco, investigamos menos y tomamos decisiones deficientes. Pero hay otros aspectos interesantes de lo que nos sucede en la toma de decisiones.

QUEREMOS LO QUE QUEREMOS Y ESO ES TODO

Cuando nos encaprichamos y deseamos lo que deseamos porque sí, estamos destinados al fracaso. El fracaso no fue ninguna otra cosa que culpa de nosotros mismos. Claro, siempre podemos buscar un culpable. Los empleados, la economía, la falta de capital, el mal tiempo y todo lo que quieras agregar, al final, nos espera con los brazos abiertos el fracaso. ¿Pudo haberse evitado? ¡Por supuesto! De modo que, amigo mío, no nos metamos en el bolsillo el cuento de que solo ha sido un paso para el éxito cuando ha sido un “fracaso planificado.”

EL ENCAPRICHAMIENTO Y LAS CORAZONADAS

Ambos son enemigos del éxito, como dice un amigo, “big time”. Eso a pesar de que la gente suele confundir la experiencia con las corazonadas. Un ejemplo: cierto tenísta observa el saque de su contrincante. Puede que sea adentro o afuera, él no lo sabe. Sin embargo, por su experiencia ha aprendido que cualquier movimiento del cuerpo del atleta en el saque, si es a un lado o al otro, indica que su saque será en determinada dirección. Entonces, se adelanta en respuesta rápida a lo que “intuye” que será su saque. Tal vez el tenista diga que tuvo la “corazonada” de que el saque sería en aquella dirección, pero en realidad no tiene nada que ver con ese “espíritu caprichoso y vago” al que muchos llaman “corazonada”. Lo que sí tuvo que ver fue su experiencia en el deporte que le puede dar cierta habilidad, cierta perspicacia, para captar detalles de movimiento que otros no captarían. ¡Olvídate de las corazonadas y confía en tu experiencia! Otro ejemplo: Estás entre dos caminos. No tienes ni idea de cuál tomar. Puede que decidas tomar el de la derecha y luego dices que fue una corazonada si efectivamente llegaste donde debías. Pero si te equivocaste, no pensarás en la “corazonada” sino en tu mala decisión. Total es lo mismo, solo que cuando nos sale bien el tiro, realzamos la “corazonada” como la responsable del éxito, pero no del fracaso. La realidad es que, digan lo que digan, las decisiones son buenas o malas y no hay nadie más que nosotros mismos para ser responsables de ellas.

Por otro lado están los encaprichamientos. Estos van haciéndose presentes en determinados momentos en la vida. Y, dicho sea de paso, a qualquier edad. Eso de que los viejos son sabios por viejos es un cuento de camino. He visto viejos más tercos que una mula y jovenes más dóciles que una paloma. Claro, también he visto lo opuesto pero no tiene la edad nada que ver con la toma de decisiones sabias. Eso, sí, si te encaprichas, es muy probable que vayas derechito al fracaso. Antes de tomar decisiones, estudia, medita, mira las consecuencias, consulta y cruza los dedos.

Finalmente recordemos que no debemos idealizar los fracasos. No son pasos para el éxito. Un solo fracaso puede destrozar la vida de alguien, o la nuestra, sin remedio, sin segundas oportuniades, para siempre. Pregúntale a un piloto. Pregúntale a un cirujano. Pregúntale a un chofer de guagua escolar. Teme al fracaso y toma decisiones con mesura, con conocimiento. Usa todas tus habilidades y todos tus recursos para triunfar. No idealices el fracaso porque hacerlo no te proporcionará ningún pensamiento positivo.

Lo anterior no quiere decir que no podamos enfrentar nuestros errores y fracasos, y también es cierto que podemos aprender algo,  pero no un paso para inspirarnos en el siguiente error. Lo real es que el suceso imprevisto acaece a cualquiera, incluso a nosotros. Esa es la vida, esa es la verdad. Por eso, trabaja duro, planifica y estudia lo que vas a hacer y luego que has hecho todo eso… ¡ruega a Dios!

Piensa en esta cita del sabio Salomón:

Me volví, y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontece a todos. -Eclesiastés 9:11 (RV)

¿Por qué Siri y no Paco?

Aunque no estoy de acuerdo con todos los planteamientos feministas que ruedan por el mundo, reconozco que algunos de esos planteamientos tienen buen fundamento. El que en muchas culturas los varones nos pasamos de machos, es, duélale a quien le duela, una cruda realidad que no debe orgullecernos.

Sin querer echar leña al fuego, me pregunto de dónde salió la idea de tener a una mujer como la secretaria del mundo. Me pregunto por qué no un “Bob” o un “Alex” (por “Alexa”). ¿Por qué tienen que ser voces femeninas las que transmiten nuestros aparatos electrónicos más populares? ¿Será porque la mujer tiene el sello de ser la que nos resuelve todos los problemas como mamá, como la secretaria o como la esposa que nos cuida y atiende el hogar?

Hace ya mucho rato que las mujeres no solo trabajan en la casa sino que también contribuyen a los gastos de sostener una familia. Hay sobradas razones por las que las primeras palabras de un bebé sean “mamá”. Ellas no solo los dan a luz, sino que se desvelan constantemente por el bienestar de los suyos, incluyendo a sus esposos.  Y aunque muchos, muchos padres hacemos un papel estupendo como papás, las mujeres están naturalmente capacitadas para atender a su bebé de formas expectaculares. ¿De acuerdo? Si no lo estás puedes dejarme tus comentarios y razones de por qué piensas diferente. Sin embargo, tome en cuenta que lo anterior no quiere decir que no haya padres excepcionales, porque los hay.

Hace poco se me ocurrió comprar mi “Alexa” que no es para nada barata. Cuando la traje a casa lo primero que tuve que hacer fue presentársela a mi esposa. Le expliqué lo que hacía y por qué la había comprado. Luego de tirarle a mi mujer toda mi “filosofía” que no era más que “paja,” mi esposa me dijo que ya tenía suficiente con doña “Siri” y que no quería otra “mujer sabelotodo en casa”. Traté de convencerla pero no hubo forma. Creo que tendré que vivir sin ella, quiero decir, sin Alexa.

Si nos ponemos a pensar, las mujeres y sus voces siguen tomando más y más terreno en el mundo de hoy. Incluso en las torres de control de los aeropuertos se han estado utilizando más mujeres. Se ha comprobado que los pilotos suelen escuchar con mayor atención las instrucciones transmitidas por voces femeninas. ¿Será otra vez porque sicológicamente pensamos que nos habla mamá o nuestra novia o nuestra esposa? No sé, lo que sí sé es que la reacción y consecuente atracción del varón hacia la voz femenina es muy obvia.

Hace poco, conversaba con uno de los locutores hispanos más reconocidos en la industria aquí en los Estados Unidos. Desde mi punto de vista tiene una de las voces más varoniles y limpias que he conocido. Me sorprendió cuando me dijo que la industria de la locución, en estos momentos, busca menos voces varoniles. Las voces más populares del futuro serán más agudas de tono y menos varoniles. Las razones pueden ser varias pero lo que se hace muy elocuente es que hay cierto “encantamiento” con todo lo que suene, luzca o se parezca a “mujer”.

A finales del año pasado Arabia Saudita anunció un nuevo robot, por supuesto, femenino, al que llaman “Sofía” y al que el gobierno le ha dado el privilegio de la ciudadanía Saudí según The Jakarta Post. “Sofía” es solo un androide y ya cobra vida por sí misma con expresiones faciales que malamente imitan las expresiones femeninas. Claro, otra vez, por el vecindario no hay ningún “Joe” que pueda imponerle alguna competencia o interés romántico al estilo robótico.

Si las voces de mujeres inundan el mundo cibermético y las mujeres androides ya disfrutan de ciudadanía, visualizo un mundo que en veinte años será muy diferente a lo que es ahora… ¡a menos que no aparezca pronto un “Paco” que nos salve y nos ofrezca igualdad robótica!

 

 

 

¿Por qué pides limosnas?

Al dar una mirada rápida por el mundo en que vivimos, son pocos los que pueden sentirse afortunados. Los pocos que pueden vivir una vida con un propósito y un futuro. Un propósito que no sea el de sobrevivir cada día. Y un futuro que no dependa de los planes de los gobernantes humanos. Pocos afortunados tienen la capacidad emocional e intelectual para comprender sus bendiciones presentes aún en medio de todo lo malo que nos rodea. De hecho, muchos que pudieran estar incluídos entre ese grupo selecto de afortunados, no se consideran así. ¿Será porque no sacan el tiempo para meditar en todas sus bendiciones? ¿Que piensas tu?

Es verdad que la inmensa mayoría de nosotros tiene que trabajar para ganar el pan, procurar lo mejor para los que amamos y ofrecer a los más jóvenes una educación a la altura de los tiempos. Aún así, ¿sacamos tiempo propio para contar nuestras muchas bendiciones? Hacerlo es imprescindible. De otra forma nos pasarán los años por encima sin haber evaluado nuestras grandes riquezas. Como se puede contar el dinero, debemos contar las bendiciones para llegar a apreciarlas, para no malgastarlas o peor, olvidar que las tenemos. Cuado hacemos este ejercicio, es muy probable que nos demos cuenta de que estamos entre los afortunados. Si lo estamos, tenemos una gran fuente de felicidad a la que recurrir en nuestros tiempos difíciles.

Fue Winston Churchill quien dijo: “El éxito no es final, el fracaso no es fatal, es el valor que continúa, lo que cuenta.” Podemos concordar en que ni la felicidad es permanente ni tampoco lo es la  infelicidad. El valor debe estar presente para rectificar la ceguera que tantas veces nos impide ver todo lo valioso que nos rodea. Aunque todos pasamos por tiempos duros y frustrantes, estos no se quedan allí sino que son como las tormentas que vienen y van. Cuando llegan, te guareces bajo techo. Cuando se van, sales a la intemperie y sigues con tu vida.

¿Por qué no dejar las tormentas pasar? ¿Por qué concentrarnos en lo negativo de todo lo que nos rodea? Cuando lo hacemos perdemos la perspectiva de nuestra felicidad y de nuestras muchas bendiciones. A nadie le gusta vivir con un mártir que solo sufre porque ni vive ni deja vivir. A todos nos gustan las personas alegres y positivas que se sienten agradecidas por sus bendiciones, no se la pasan haciendo un inventario interminable de sus dolores. Si eres de los afortunados que viven agradecidos, no te sientas culpable y disfruta tus bendiciones.

Cuentan de un ciego que se la pasaba pidiendo limosnas. Día tras día colocaba un viejo banco que traía de su casa y se sentaba sobre él, en una esquina, todo el día. Agradecía las monedas que caían en la latita que tenía frente a él pero, como suele suceder, no eran muchas las personas que dejaban sus limosnas. Cierto día, un hombre pasó a su lado y no dejó ninguna moneda sino que se sentó a su lado. El ciego le preguntó: “-¿no piensas dejarme alguna limosna?” A lo que el hombre respondió: “-no la necesitas, estás sentado sobre una fortuna”. Se levantó y se fue.

Al llegar a su casa el ciego pensó en lo que le dijo aquel hombre desconocido y se propuso examinar el banco que llevaba a la esquina. Al palparlo por todas partes notó que había una tapa con cierre. Se propuso abrirla y para su sorpresa ¡estaba llena de monedas, pero no de monedas comunes, eran monedas de oro! Por años estuvo sentado sobre una fortuna, sin saberlo, mientras, en una esquina, pedía limosnas.

Tu, y yo, estamos sentados sobre una gran fortuna. No seamos como aquel ciego que no podía ver lo que poseía. No busquemos limosnas entre amigos casuales que no valen la pena. ¡Demos una mirada a todo lo que poseemos en sentido espiritual y emocional! Para muchos su fortuna oculta se encuentra entre verdaderos amigos, ya olvidados. Para otros entre sus hijos alejados, algunos no reconocen el valor de una esposa o esposo amoroso. Otros no disfrutan de lo que su trabajo duro les ha reportado. Sí, conviven día a día con una bendición y la ingnoran. La oportunidad de ayudar a alguien a levantarse, el privilegio de ver la luz del día de poder aprender algo de valor que nos inspire representa una gran fortuna demasiadas veces olvidada.

Hay algo que no logro entender en el ser humano. ¿Por qué siempre estamos buscando y no disfrutamos lo que poseemos? ¿Por qué no pausamos? Podríamos descubrir tanto y tanto que nuestra vida pudiera cambiar para siempre. Hay millones de afortunados que no tienen la menor idea de que lo son.

Hoy te invito a reflexionar en tus relaciones de amistad y de famila. En tus hijos, tus hermanos, en los que te han apoyado y en los que te han amado, no por días sino por años. Te invito a rescatarlos de tu rutina, de tu memoria y a permanecer agradecido, con mejor visión, con mejor evaluación de lo que eres. No olvidemos que gracias a nuestro pasado podemos vivir nuestro presente. Probablemente, ahora mismo, tu también estás sentado sobre un tesoro y no te has dado cuenta. ¡Deja ya de recibir limosnas y abre los ojos a la gran fortuna que posees y que debes compartir!

Aunque a veces duela.

Hacer el bien es lo que debemos hacer siempre.  Cuando hacemos lo correcto nos llenamos de una satisfacción que nos enriquece como seres humanos. Sin embargo, puede que no sea nada fácil hacer el bien en determinadas situaciones, incluso, puede ser doloroso. Sí, doloroso para nuestra auto estima, doloroso por el esfuerzo que implique y doloroso porque pudiera estar en contraposición a lo que nos convenga.

Te presento dos situaciones como ejemplos:

AUNQUE NOS DUELA, DEBEMOS EDUCAR. La educación de un hijo puede ser dolorosa para los padres, particularmente cuando es necesario aplicar disciplina. En nuestros tiempos no es raro que hasta quien pensamos que es un buen muchacho, se meta en problemas con drogas, en la escuela, o incluso con la policía. Si como padres no ejercemos nuestra autoridad y rehusamos adjudicar la disciplina apropiada, la actitud y las acciones de nuestros hijos van a empeorar y como consecuencia, con el tiempo, se verán en mayores problemas.

Mientras trabajaba en un campamento para jovenes en Los Angeles, California,  tuve la oportunidad de conversar con una mamá que asistió a una de mis conferencias de motivación para padres con hijos con problemas. Con lágrimas en los ojos me contaba cómo tuvo que llamar a la policía para que viniera a arrestar a su hijo porque había cometido varios robos y guardaba el botín en su propia habitación. Es muy fuerte para una madre tener que llegar a este punto, particularmente cuando vive sola con su hijo. Pero, a menudo la única forma de ayudar a un hijo descarriado es tomando una decisión difícil. Pues resultó que en el campamento juvenil su hijo, estaba reaccionando a la disciplina de levantarse a una hora, comer a otra, estudiar diariamente y a acostarse temprano. En este caso, el dolor, poco a poco fue quedando atrás en vista de los buenos resultados alcanzados.

AUNQUE NOS DUELA, HAGAMOS LO CORRECTO.  Cada persona tiene una conciencia que le pide cuentas. Cuando hablo de la conciencia hablo de ese sentido de justicia que nos ha sido implantado desde el nacimiento.  Por otro lado, cuando tenemos firmes convicciones, no cedemos a las alternativas que puedan violar nuestro sentido interno de lo que es correcto. Aunque esto no sea popular, así debe ser.

Tomemos por caso el de una historia que escuché hace algún tiempo. Se trata de cierta pareja de misioneros, en África, a quien amenazaban vez tras vez para que ingresaran a un grupo político revolucionario. Por mucho tiempo habían enfrentado la situación de forma exitosa. No obstante, cierto día, los interceptaron en el camino y volvieron a amenazarles. Ellos continuaron rechazando la oferta explicándoles sus razones. De pronto, uno de los hombres que acompañaba al grupo le arrebató a su niñita y la arrojó con toda su fuerza por un acantilado al mar. Aunque este inesperado acto los destrozó, el matrimonio se mantuvo firme y los rebeldes se retiraron. ¡Cuánto tuvo que dolerles aquella terrible experiencia! Incapacitados de poder continuar con su noble servicio, regresaron a Francia, su lugar de origen.

Años después, resuelto el conflicto militar y recuperados de la pérdida de su niñita, solicitaron de nuevo alguna asignación misional. Para su sorpresa, se les volvió a enviar al mismo pueblo africano. Decidieron ser obedientes y aceptaron. Con el tiempo, en una convención entrevistaron al misionero y este contó las terribles pruebas que había enfrentado y cómo se había mantenido firme. Ese mismo día, un hombre se acercó al misionero y le dijo: “Ahora lo entiendo todo”. El misionero le preguntó “¿qué es lo que entiendes ahora?” Le contó que él y su esposa no podían tener hijos y le habían pedido a Dios, muchas veces que lograran tener un bebé, pero nunca sucedió. Un día, mientras pescaba, vio una niñita flotando en el mar y la rescató aún viva. ¡Aquella niñita era la hija de los misioneros!

Es verdad que no siempre las recompensas por hacer lo que uno entiende que es correcto, son tan impresionantes como ocurrió en el relato anterior, pero siempre son y serán recompensadoras.

Como en mi caso, estoy seguro que en el caso del lector, luchar con nuestras malas tendencias, sean carnales, materiales o incluso espirituales, pueden dolernos muchísimo. Aunque nos duelan no debemos ceder a lo malo, a la revancha, al prejuicio, al odio racial o nacionalista, a la ambición o al deseo de poder. ¡Y nos irá bien mientras actuemos en balance con nuestra conciencia y con nuestros mejores ideales!

En conclusión, hacer lo bueno, aunque sea con dolor nos reportará resultados favorables.  Hoy, aplaudimos al que hace lo correcto y mantiene su conciencia limpia. Si ese eres tu: ¡mil felicidades!

El caballito de madera.

Casi todo niño, en algún momento, fuera suyo o prestado, jugó con un caballito de madera.  En algunos casos resultó ser un caballito con todas las de la ley que se mecía de aquí para allá y en otros casos fue un caballito improvisado con un palo de escoba entre las piernas. Fuere como fuere, niños y niñas de mi generación disfrutamos del juego correteando o meciéndonos a nuestro gusto y gana.

Hopealogn Cassidy 1952-1954

La imaginación de un niño es poderosa de modo que, por lo menos a mi, no me era difícil correr mi caballo al estilo de “Hopealong Cassidy”, el vaquero al que nunca se le caía el sombrero, no importa la pateadura que le diera a algún desalmado en aquellos famosos bares en el que todo el mundo jugaba pocker y tenía cara de bobo o de malo. Hasta el día de hoy los bares parecen ser los lugares más populares donde encontrar las mismas caras, además de la consabida camorra, pero como era el caso, en nuestra época ya nos advertían evitarlos.

Puede que las cosas, la vida y los niños hayan cambiado desde la década de los cincuenta pero hay cosas que nos resultan curiosas y hasta aleccionadoras. Es verdad que hoy a ningún niño se le ocurriría andar por ahí con un pedazo de palo entrepiernas y gritando “¡Aaaaaarre caballo!!!” porque, para empezar, parece que a ningún niño le gusta ya correr, saltar y patinar excepto verlo hacer a otros en su Play Station. Pero no era así en mis tiempos. En mis tiempos, los parques eran populares y el que estuvieran llenos, también. Me entristece hoy ver los parques vacíos en muchas comunidades de aquí y de allá. Hoy son simples espacios abiertos, prácticamente abandonados.

Mi generación, al paso del tiempo, pudo darle uso a eso que jugaba. Me explico. El caballito de madera nos permitía gastar energías y utilizar nuestra imaginación que suele ser muy creativa en la niñez. No importa lo encerrado que vivieras, el caballito de madera te brindaba toda la libertad del mundo para recorrer las praderas de tu imaginación. Con el, siempre eras libre. Andar cabalgando te permitía también hacer el ejercicio necesario para el desarrollo sano de un niño.

En 2018 una Amosandra puede costar hasta 500 dólares.

Lo mismo le sucedía a las niñas. Ellas jugaban a “las casitas y a las mamás y papás”. Mi hermana, por ejemplo, luego que se bajaba de su “caballo”, corría a “la casita”, lugar que papá nos fabricó para que pusiéramos nuestros cacharros y donde ella preparaba las “comiditas” como el café en aquellas tacitas miniatura y las galletitas con los pedazos de masilla coloreada que colocaba cuidadosamente en los platillitos.  No faltaba una muñeca, que en caso de mi hermana era una negrita de nombre “Amosandra.” Otra vez, los niños jugaban a lo que probablemente harían cuando grandes. Disfrutar de aventuras, usar la imaginación y conocer los trabajos de llegar a ser mamás y papás. ¡Todo un entrenamiento!

Aunque yo no tuve caballos ni broncas en los bares y mi hermana tampoco tuvo una negrita, usar la imaginación en el juego, e interactuar con otros niños, de una u otra forma nos preparaba para el futuro. No necesitábamos “cosas” para ser felices porque lo poco o mucho que tuviéramos, lo disfrutábamos. ¡Jugábamos hasta que los juguetes se rompieran!

Todos teníamos más o menos lo mismo y se nos permitía gastar todas las energías en la calle, o en el parque, donde conocer a otro niño o niña también nos permitía aprender a conversar, a introducirnos a desconocidos y a intercambiar juguetes sin temor a que nos los robasen. Y en días de lluvia, lo importante era tener el permiso para salir al patio a mojarnos con el agua del aguacero y chasquear con los chicotes el agua que se empozaba. ¡No había nada mejor!

Aquel caballito de madera que introdujo a la niñez a mi generación, permanece en nuestros recuerdos. Ahora que peinamos flores de almendro, nos sigue ayudando a recordar que soñar siempre será posible. Que no hay límites para lo que nuestra imaginación puede crear. Que no importa dónde estemos o en qué condición vivamos, nada ni nadie nos puede impedir soñar.

Si te atreves, te invito, hoy y ahora, a dar una vueltecita juntos, con nuestro caballito de madera en mano, a pasear cabalgando sobre las nubes, hacia las verdes praderas de los días mejores por vivir. Días en el que los viejos serán siempre como niños y los niños nunca morirán de viejos.

 

 

 

 

El romance de nuestra niñez.

Los seres humanos tenemos la tendencia de mirar al pasado y verlo de forma un poco, digamos, romántica. Especialmente cuando se trata de nuestros días mozos. No es raro que de tanto en tanto hagamos una remembranza de sabores, lugares, perfumes y vivencias compartidas con nuestros seres queridos. Casi siempre hacemos esto en un ejercicio de tendencias positivas o, en otros casos, experiencias aleccionadoras. Sin embargo, solemos pasar por alto los momentos de frustración, necesidad, dolor y verguenza. De ahí que muchas veces nos escuchemos decir: “que lindos eran aquellos tiempos.”

Pero ¿decimos toda la verdad? Muchas veces no. Y no lo hacemos por malicia, es que nuestra memoria despojó de todo valor práctico los pensamientos tristes, duros e inútiles para reemplazarlos por los buenos que también nos reportaba la vida de aquellos días. Sin embargo, si de alguna manera tuviésemos a nuestro alcance un dispositivo que nos llevara al pasado instantáneamente, es probable que no pasáramos más de media hora en el lugar y en el tiempo que nos es tan añorado. Y la verdadera razón es, que la vida, ni era tan agradable ni tan romántica como hoy la solemos recordar.

Nací a finales de la década de los cuarenta y me crié en la Habana Vieja a finales de la década de los cincuenta. Suelo recordar los carros de madera que se paraban en las esquinas con aquellos enormes purrones de cristal, llenos de aquel delicioso jugo de sandía, coco, piña y tamarindo del vendedor ambulante de la esquina. Había vasos de a tres centavos y vasos de a cinco centavos. Echaba el jugo en el vaso utilizando una de esas cucharas soperas grandes y al hacerlo, en aquel tiempo, me parecía que el zumo brillaba a trasluz del sol de la tarde. ¡Que delicia! Solía disfrutarlo algunas tardes de la semana cuando visitaba a mi tía Amparo que vivía en la calle Muralla. Aunque suelo romantizar el pensamiento, hoy, no me explico cómo bebía de aquel jugo servido en vasos de plástico. Dije “vasos de plástico” al que se le daba un chapuzón en agua de jabón para que quedara limpio para el próximo cliente. Si mi mamá hubiese sabido que me daba esas escapadas con Amparo, ambos hubiésemos tenido problemas, pero, ambos supimos guardar el secreto.

Recuerdo los “Sundaes” de chocolate de la Cafeteria Universal a poca distancia de donde vivían mis abuelos. Jamás he podido olvidar el sabor del caramelo que los cubría a la perfección. Aquel helado suave, servido en aquel vaso espigado con cuchara extra larga, pasaba por mi garganta como ambrosía del cielo. ¡Nunca quedaba satisfecho con aquel regalo de diez centavos!

Al transportarme a estas vivencias del pasado, ya distante en mi memoria, es imposible recordar todo lo malo que sucedía a mi alrededor ni cómo el país se hundía en una revolución que no solo afectó, dividió y rompió mi vida y mi familia, sino la vida y las familias de millones de personas. La violencia, las bombas en los cines, el terror y la persecución. El asesinato en la calle del que fuí testigo desde el balcón de la casa de un amigo, se lanza veloz a un lado, cuando pienso en el romance de mi juventud, de mis travesuras, de mis amantes padres, de mi hermana querida y de mi ignorancia.

Exprimo mis recuerdos una y otra vez, solo para recordar lo bueno, y es probable que tu hagas lo mismo. ¿Quién en su sano juicio quiere deleitarse en crudas realidades?  Con todo, siendo sinceros, el pasado de ninguna manera fue mejor que el presente, pero en nuestro romance, solemos verlo con exclusivos buenos ojos. ¿Por qué será?

Será porque anhelamos ver a los que hemos perdido en el sueño. Será porque recordamos el terruño que nos vio nacer y los olores, sabores y palabras de mamá, de los amigos, de la energía de la niñez y de la juventud. Será porque el presente siempre es tiempo de correr, de afanarnos y de ganar el pan. Todo parece pasar por nuestro lado muy rápido y no es hasta mañana que tenemos tiempo de mirar atrás al ayer. Con todo, el presente, igual que el pasado debe verse con ojos nobles y no con ojos ciegos. Debe verse con paciencia y no con ligereza. Esto es algo que debemos aprender.

Hoy estamos vivos y demos las gracias a Dios por eso. La vida, la vida nos lleva por donde nos lleva. El mañana, bueno, malo o regular, ya pasó. El futuro queda adelante de nosotros y es allí que debemos mirar con esperanza, sin darnos cuenta que el día de hoy pronto se convierte en el ayer.  Que jamás los días vividos se aparten de nuestra conciencia, de nuestras memorias y de nuestros mejores recuerdos. Esos mejores recuerdos nos impulsan hoy a vivir, a sonreir, a dar y a compartir lo mejor de nosotros. Lo mejor de nosotros hoy serán nuestras felices vivencias del mañana. Vive el hoy y no olvides que por él será posible que recuerdes feliz, tu mañana.

KomoSabe tiene ya su nueva cara.

Muchas gracias a Sunem Martínez por regalarnos un rostro, una actitud y una sonrisa con nuestra nueva imagen. KomoSabe pretende compartir experiencia, opiniones y comentarios en ensayos breves con el que el lector pueda identificarse. Su lectura es liviana y pretende ampliar el pensamiento. KomoSabe no trata de comentar ni resolver situaciones específicas sino que desea compartir problemas generales, actitudes y reacciones del diario vivir con las que todos podemos  identificarnos.

Esperamos que nuestra perspectiva y enfoque provoque una lectura que resulte inspiradora y motivadora para todos los que se acerquen a nuestro vecindario. Aunque la meta es alta, KomoSabe reconoce que vivimos en un mundo complejo, lleno de tendencias contradictorias, confusas y muchas veces autodestructivas. Dejando todo eso detrás, pretendemos movernos hacia adelante ofreciendo algo distinto que leer y que compartir mientras nos esforzamos por superarnos como personas.

Por más de cincuenta años KomoSabe ha estado inmerso en la obra de motivar, enseñar, inspirar y ayudar a otros, jovenes y viejos a superar barreras, fracasos, prejuicios y estigmas sociales, culturales, morales y espirituales. Por eso, le aseguramos que siempre encontrará una palabra positiva y de estímulo en las lecturas breves y variadas de su amigo, KomoSabe.  Mil gracias a nuestros primeros lectores y a Sunem por todas sus bondades y ayuda en esta pequeñita empresa. ¡Gracias a todos ustedes y siempre sean bienvenidos!

 

 

“Yo”, “mi” y “me”… tres palabras indiscretas.

¿Qué sientes cuando conversas con alguien que siempre está hablando de sí mismo? Si sientes lo mismo que yo, seguro que esa persona te enferma. Y no es que uno no pueda hablar de uno mismo en una conversación en la que compartes ideas, pero si SOLO hablamos de “yo”, “mi” y “me”, estamos diciendo mucho más de lo que suponemos. ¿Cómo?

Para empezar, reflejamos tener un problema grave de falta de estima personal. Es obvio que si solo hablamos de nosotros es porque queremos dirigir la atención a nosotros mismos. Reflejamos una imperiosa necesidad de reconocimiento, además de demostrar falta de sentido común. Ninguna de las tres anteriores son saludables ni atractivos adornos de personalidad, sino cualidades desagradables que nos alejan de otras personas. Es un reflejo de una enfermedad profunda y triste que ocurre en nuestro interior, se llama, orgullo.

Quienes se la pasan hablando de sí mismos, no se percatan de que ellos no son el centro del universo. No se dan cuenta de que el resto de la humanidad no hace circunferencia a su alrededor, de modo que terminan siendo una peste que los demás evitamos como el diablo a la cruz. En segundo lugar, es feo no saber hablar de otra cosa que de uno mismo. Los demás también tienen vidas, problemas, enfermedades, éxitos y logros que compartir de modo que, por favor, permitamos que las conversaciones que tenemos con otras personas sean un intercambio de información placentero entre dos personas y no un soliloquio empalagoso de nuestra persona.

En tercer lugar es una falta de respeto ignorar a los demás y centrarse en uno mismo. El desatender las necesidades de los demás no es tenerles una pizca de estima. Por lo tanto, si queremos tener amigos y personas que disfruten de nuestra compañía, debemos recordar que la comunicación es una avenida de dos vías y no un camino escabroso de una sola vía en una sola dirección.

Cuando digo evitar hablar solo de nosotros también incluyo esa otra mala costumbre de estar hablando todo el tiempo. A veces, con algunos, siento que tengo que esperar a que respiren para poder decir algo. De otro modo ellos se hacen las preguntas y ellos mismos se las contestan. ¡Santo Dios, se callarán en algún momento durante la próxima media hora! -no niego que ese pensamiento me ha pasado por la cabeza más de una vez. ¡No solo es el “yo”, “mi” y “me” sino lo seguidito!

Aunque es muy agradable participar en una conversación, no es fácil hallar un grupo con el que puedas disfrutar de este hermoso ejercicio. Y que conste, que soy persona de disfrutar conversar, más que ninguna otra actividad. Más que ver una película, más que ir a pasear, más que ver un programa de televisión. Y eso no es algo nuevo para mi ahora que peino canas, cuando joven, me era natural, en algunos de mis días libres, pasarme toda la noche conversando con uno o varios amigos. En más de una ocasión, conversábamos hasta el amanecer. Claro está, que sería imposible e insoportable si hubiese estado ahí en medio de un soliloquio extensísimo al estilo del famoso personaje de Segismundo en la obra “La vida es Sueño” de Calderón de la Barca. Lo que sí da sueño es escuchar a algunos con su sonsonete del “yo” “mi” y “me”. Con lo anterior no estoy diciendo que solo uno la pasa bien hablando, lo que quiero decir es que se aprende y se disfruta mucho de conversar con quienes saben lo que dicen y también saben cómo decirlo. Se produce un fascinante intercambio de estímulo, consejo e ideas que pueden hacernos la vida más agradable, estimulante y feliz. Estoy convencido de que si se tienen estos tres factores presentes: el tiempo, el tema y la persona adecuada, conversar es uno de los placeres que te lleva a aprender de otros y de ti mismo.

¡Celebremos a los buenos conversadores! Tratemos de ser uno de ellos! Recordemos: Primero: no acaparar la conversación, Segundo: escuchemos con interés a nuestro interlocutor reflejando aprecio no solo en nuestros asuntos, sino escuchando con interés personal los asuntos que tienen que ver con la vida, la problemática y los éxitos de los demás. De seguro, eso nos hará personas más interesantes, mejores oidores y al final nos convertimos en personas con la que otros quieren compartir. Demos evidencias de conocer el secreto de evitar el “yo”, el “mi” y el “me.”