LO POCO AGRADA Y LO MUCHO, ENFADA

Todo en la vida es cuestión de medida. Mi amigo José Germán Roig me contó, que en Juana Díaz, un atractivo pueblo de Puerto Rico, allá por los años cincuenta, había un dueño de colmado (bodega) acusado de haberle propinado un puño (un golpe) a su cliente. Cuando el juez preguntó por qué había agredido así a su parroquiano, el tendero le dijo que ya estaba cansado de que constantemente lo estuviera alabando diciéndole: “querido dueño del colmado” y que se cansó y le dio un buen puño para que no le llamara más “querido dueño del colmado,” porque lo tenía harto. El juez le dijo que esa no era una razón válida. A lo que el tendero le respondió: “querido juez” es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.”

De hecho, dicen que después de decirle al juez diez o doce veces “querido juez,” el mismo magistrado, enfadado, dio un malletazo y dijo: “¡no me diga más “querido juez!” … por lo que al final, salió absuelto de cargos. ¡Hasta el juez se enojó con tanta babosería! Y es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.

Es verdad que no hay razón para perder la calma y actuar de esa forma, sin embargo, cuando los halagos no son sinceros, se convierten en palabras que llegan a ser irritantes y provocan que se nos salga “el monstruo” que llevamos dentro (como también dicen en la Isla). Aunque parezca ser un elogio, eso que se dice constantemente, sin sentido, con el único propósito de halagar el oído, se llega a convertir en una afrenta y al final, en una falta de respeto.

Mi abuela Ramona decía en esas situaciones: “¡gracias, pero no me quieras tanto!.” Y es que las palabras ya vienen cargadas de significado, según quién las diga, cómo las diga y en qué momento las diga.

Es como el que se la pasa diciendo “¡gracias a Dios!” esto y “¡GRACIAS A DIOS!” lo otro. A veces, todo el mundo sabe que es de la boca para afuera, pues no siempre el que predica, se aplica y no todo el que calla, falla.

Recuerdo el relato en el que uno de esos religiosos plagados de su propia justicia decía en su oración: oh Dios, te doy gracias porque no soy como todos los demás: extorsionadores, injustos, adúlteros…, ni tampoco soy como este cobrador de impuestos…” era de los que tienen que compararse con los peores porque saben que no pueden compararse con los mejores. No olvido la conclusión de esa historia, pues a Dios no puedes engañarlo: “Porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que actúa con humildad será engrandecido.” -Lucas 18:9-14.

Y es que lo poco agrada, pero lo mucho, lo mucho en las comparaciones, lo mucho en pintarse en falsos colores y la mucha palabrería hueca… enfada al más manso de los mortales… y parece que también a Dios.

UN ENFOQUE EQUIVOCADO

Por otro lado, debido a un enfoque equivocado, podríamos restarle méritos al esfuerzo de las personas, pensando que si lo hacemos le quitamos méritos a Dios. Tal vez, la siguiente historia explique lo que quiero decir.

Cuentan que un hombre, un viajero, se detuvo en un campo florecido. Estaba lleno de árboles frutales y bien decorado con flores de colores seleccionados, colocadas en terrazas preciosas. El dueño de la finca estaba, a la sazón, trabajando duro allí mismo. Entonces el viajero le dijo: “Amigo, la verdad que Dios lo ha bendecido con una finca preciosa. ¡Seguro que está muy agradecido al Señor!” El dueño de la finca le contestó: “¡Tiene usted mucha razón. Dios me ha bendecido! De eso no hay duda. Pero tenía usted que pasar por aquí hace dos años, cuando El estaba solo.”

Dos años atrás aquella finca solo daba abrojos y malas hierbas. Exhibía un paisaje desolador. No había nadie que trabajara la tierra. Al natural aquella finca era un desastre, pero, nuestro jardinero comenzó a trabajarla duro con esperanza. Con el paso del tiempo, el escenario fue cambiando. ¡Claro que Dios le ayudó dándole las fuerzas y la voluntad! ¡Dios le regaló la vida para que la usara para provecho! ¡Dios creó aquellas flores y frutas y le dio la inteligencia para ordenarlas y cuidarlas de forma magistral! … pero eso no le quita al dueño de la finca el mérito de su esfuerzo. Entonces, por favor, aprendamos a reconocer el mérito que tengan los demás, con la plena seguridad de que a Dios nunca le podemos quitar el mérito.

Sin embargo, he visto a muchos seres humanos buscar un poco de reconocimiento en sus padres, en sus hijos, en sus maestros, en sus líderes, incluso en sus amigos, para solo encontrar palabras gastadas o alabanzas a medias que no ofrecen un reconocimiento verdadero y sincero. He visto mujeres descuidadas porque sus esposos han dejado de decirles que son hermosas. Han dejado de decirles que están enamorados de ellas. Las mujeres y los niños, los hombres, todos, necesitamos reconocimiento para florecer. Retenerlo es como quitarle el agua a un campo seco.

Estimado lector, aprendamos a regar sobre nuestro semejante, abundancia de palabras de ánimo, concediéndoles el crédito y el mérito que justamente se merecen por algún trabajo bien hecho. Recordemos: lo poco, agrada y lo mucho, enfada. Enfada la falta de perspicacia para reconocer el mérito y aprender a dar el crédito merecido. Enfada no saber cuándo dar alabanzas justas y medidas. Enfada el halago vacío. Enfada ver cómo se marchitan los que deben florecer.

Agrada el que se esfuerza por hacer el máximo dentro de sus posibilidades sin jactarse, sin elevarse sobre los demás, sin buscar su gloria personal … eso, es un adorno que agrada… ¡el adorno que nunca enfada!

Todos necesitamos y merecemos elogios y el crédito por algo bien hecho.

No se incluyen instrucciones -Parte III

Hasta ahora hemos visto varios puntos importantes en esta serie de artículos que concluyen con el presente. Hemos repasado que:

  • No hay tarea más compleja que la crianza de nuestros hijos.
  • Somos responsables por su educación y esta comienza en el hogar.
  • Incluquemos la idea de que el verdadero mérito no se encuentra en la inteligencia ni en las habilidades sino en el esfuerzo.
  • Reforcemos en nuestros hijos la “mentalidad de crecimiento”, no la “mentalidad fija”

La quinta sugerencia se relaciona con:

EL PUNTO DE VISTA APROPIADO SOBRE LOS FRACASOS

Aunque ninguno de nosotros desea el fracaso de nuestros hijos, tenemos que reconocer que el fracaso puede enseñarles verdades importantes que deben aprender. De hecho, el fracaso puede enseñarles lecciones que no aprenderían de ninguna otra forma. Por lo tanto, la manera en que les ayudamos a manejar, ver y trabajar sus fracasos tendrá un impacto muy importante, en su desarrollo y por lo tanto, en su futuro.

La doctora Carol Dweck, mencionada anteriormente, cuenta en una de sus charlas, que en una escuela de Chicago, los maestros cambiaron la calificación de “F” que significa “FRACASO” ( FAIL en inglés) por otra palabra: “NOT YET” que en inglés significa “TODAVÍA”.

¡Que interesante fueron los resultados! Al tan solo cambiar “FRACASO” por “TODAVÍA” se les transmitió a los estudiantes el sentimiento de que había esperanza, de que podrían superar la asignatura, solo que, TODAVÍA no la dominaban. De seguro esa estratégia fue brillante y muy animadora para aquellos estudiantes. Aunque esa forma de calificar no exista en su escuela, nosotros pudiéramos incorporar el concepto y aplicarlo, cuando sea necesario y si es necesario. Es una idea sencilla y eficaz de ver los fracasos.

En verdad, la clave que debemos resaltar frente a cualquier fracaso de nuestros muchachos es: “ESPERANZA”. La esperanza no es solo una palabra, es el sentimiento de que hay solución a nuestro dolor, a nuestro reto. La esperanza abre puertas y nos ayuda a visualizar una verdad de vital importancia: el fracaso no es permanente. La victoria tampoco lo es..

Claro, hay que reconocer que ese sentimiento y esa visión no nos es natural porque lo natural en los seres humanos es ser negativo. Tenemos una predisposición que parece innata a concentrarnos en eso. Pueden pasarnos cien cosas buenas y agradables durante una jornada, pero, si nos sucede algo negativo, de eso es de lo que estaremos hablando todo el día y tal vez toda la semana. Una cosa mala cubre todo lo bueno que experimentamos en una jornada.

Nos conviene saber que todo proceso de aprendizaje está, inevitablemente asociado con el fracaso, por lo menos en algún momento.

Creo que tenía unos doce años cuando me suspendieron en la clase de ortografía. En Baldor, la escuela en la que estudié la primaria, el estudiante que fracasaba en su examen final podía solicitarlo de nuevo al fin del período de vacaciones. Mi madre, siempre serena y siempre optimista, me hizo solicitar nuevamente el examen final. No hubo peleas en casa ni fue una tragedia familiar. Era simplemente un obstáculo que habría que superar. Por supuesto, tanto mamá como papá estaban conscientes de que necesitaba ayuda, de que no lo podría superar solo.

Durante las vacaciones, mamá me puso de tarea copiar 10 páginas DIARIAS de la revista “Bohemia”, muy popular en aquellos tiempos. Luego, ella revisaba lo que copiaba y me repasaba algunas reglas de ortografía. Los acentos ortográficos, el uso de la “y” la “z” y la dichosa “h”. Al final de los tres meses volví a tomar el examen. ¡La nota fue un 100! ¡Yo mismo me sorprendí! ¿De dónde vino esa nota? Vino de un fracaso que me impediría pasar de grado. Desde ese día aprendí dos verdades: 1) que fracasar duele y 2) que un fracaso no tiene que ser el final.

De hecho, la mayoría de los que hoy consideramos personas exitosas no lo fueron en sus comienzos. Sin embargo, trabajaron duro y finalmente se superaron. Como se ha dicho antes, solo puede fracasar quien NO lo intenta, de modo que allí ya tenemos algo que aprender.

El eminente sociólogo Benjamín Barber dijo una vez: “Yo no divido el mundo entre débiles y fuertes, ni entre éxitos y fracasos. Yo divido el mundo entre los que aprenden y los que no.”

Los padres podemos y debemos ayudar a nuestros hijos para que aprendan a superarse con una mentalidad de crecimiento y no necesariamente para que sientan que el fracaso jamás deba ser parte de sus vidas. Porque si les enseñamos que ellos no pueden fracasar, no les enseñamos a prepararse para la vida. En la vida debemos aprender a vivir con éxitos y con fracasos. Muchas victorias pueden llenarlos de lustre pero una sola derrota, sin saber cómo manejarla, puede destruirlos para siempre.

En ocasiones, casi sin darnos cuenta, sembramos en nuestros hijos la idea de que tienen que tener éxito en todas sus asignaturas, en todos los deportes, les inculcamos que tienen que ser populares, que deben ser el presidente de su clase, que tienen que participar en actividades voluntarias y demostrar liderato pues todo eso es lo que las universidades buscan. Sin querer queriendo asociamos su felicidad eterna con una carrera, con un diploma, con un colegio, aún cuando sabemos, en nuestro interior, que la felicidad verdadera jamás reside en los títulos, en las cuentas de banco ni en los campeonatos mundiales.

En el fondo los padres sabemos que la felicidad verdadera, desayuna, almuerza y cena todos los días, dentro de un muchacho sano de mente y limpio de corazón.

No se incluyen instrucciones -II Parte

Segunda parte

El “bone pastore” de su casa no transmite ideas o conceptos equivocados a sus hijos. Evita los estereotipos y se aparta de la idea de que su descendencia es superior a la de los otros seres humanos. Tales ideas no solo son equivocadas sino que transmiten conceptos “peligrosos” al buen desarrollo de los nuestros. Repasemos uno de los más populares.

Decirle esto a los muchachos es como jugar con una espada de dos filos pues le estamos transmitiendo la idea de que su éxito en el examen o en la empresa que sea, se debe a su inteligencia y no a su esfuerzo. Descansar en que se es muy inteligente, aunque sea una verdad, en términos de coeficiente intelectual, no es un acercamiento positivo apropiado que inculcar a un niño o a un adolescente.

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Confiar en cualquier habilidad natural será, tarde o temprano, una trampa.

Inculquemos en nuestros hijos el valor del esfuerzo y el estudio. En otras palabras, el muchacho debe aprender que, si trabaja duro y se esfuerza, va a tener éxito en cualquier empresa que decida aceptar. De esta forma, no va a depender de factores o habilidades naturales sino que aprenderá sobre una base mucho más sólida y realista. Aprenderá que el trabajo y el esfuerzo, son, a la larga, valores superiores a las habilidades con las que nacemos.

Recientemente repasaba el estudio que hace sobre este tema la doctora Carol S Dweck Profesora de  Sicología de la Universicad de Standford, EE.UU. En su libro sobre la “mentalidad de crecimiento” (Grouth mindset) propone que el estar elogiando la inteligencia de un niño, incluso hasta de tierna edad, no va a promover actitudes favorables. Señala que se ha popularizado la idea de que si los jóvenes pasan muchos trabajos tratando de entender algo, es muy probable que no tengan la capacidad de entenderlo. En el pasado se pensaba que los seres humanos nacemos con una inteligencia limitada, ya pre programada, que no puede cambiarse. Esto, explica la doctora Dweck es totalmente falso porque el cerebro humano disfruta de lo que se conoce como “la neuroplasticidad”. Esta, le permite al cerebro, continuar desarrollándose como ocurre con nuestros músculos. ¿Qué es la “neuroplasticidad”?

Por muchos años, los sicólogos creían que los cambios en la estructura cerebral sólo podían tener lugar durante la infancia. Luego, particularmente desde la década de los sesenta, esta idea ha ido transformándose. De hecho, investigaciones más recientes demuestran que el cerebro continúa creando nuevas conexiones neuronales y alterando las ya existentes con el fin de adaptarse a nuevas experiencias. Nuestras neuronas (así se llaman las células del cerebro) son capaces de hacer nuevas conecciones y es capaz de manejar nueva información para crear nuevas conexiones neuronales. A esta facultad de flexibilidad de nuestro cerebro se le ha llamado neuroplasticidad.

El psicólogo William James, sugirió que el cerebro no era tan inmutable como se pensaba. En su obra “Principios de sicología”, escrito a finales del siglo diecinueve, señalaba que “la materia orgánica, especialmente el tejido nervioso, parece dotado de un extraordinario grado de plasticidad.” Luego en la década de 1920, el investigador Karl Lashley proporcionó evidencias sobre los cambios en las vías nerviosas en ciertos monos estudiados. Más tarde en la década de los años sesenta, los científicos comenzaron a estudiar casos de neuroplasticidad en la que adultos que habían sufrido accidentes cerebrovasculares pudieron recuperarse. Esto demostraba que el cerebro es mucho más maleable de lo que hasta entonces se creía.

En pleno siglo XXI se han encontrado evidencias sólidas sobre la neuroplasticidad del cerebro humano.  Este puede seguirse ajustándo, puede renovarse y reconfigurarse aún después de ciertos daños. Lo anterior rechaza la idea preconcebida de que nacemos con una inteligencia fija. Tanto nosotros como nuestros hijos podemos aprender conductas nuevas y mejores.
 
De modo que, ¡evitemos sugerir que si a nuestro hijo determinada materia o actividad les cuesta trabajo es que no son capaces de aprenderla! El individuo promedio no tiene límites mentales que le impidan aprender lo que desee. No busquemos excusas ni le echemos leña al fuego fijándo en la mente de nuestros hijos que son como son y que no pueden superar sus retos. Es hora de pasar adelante desarrollándonos como padres y ayudando a que nuestros hijos crezcan y se desarrollen en lo que la doctora Dweck llama una “mentalidad de crecimiento.” Una que acepte retos. Poco a poco irán mejorando.
 
NO MÁS ALABANZAS A LA INTELIGENCIA
 
Cuidado con tus alabanzas.

Tratemos de sustituir las alabanzas a su inteligencia por las alabanzas a su esfuerzo. Felicitémosles por EL PROCESO que les lleva al éxito y no por el éxito en sí mismo. Los padres podemos aprovechar las oportunidades que tenemos para enseñar a nuestros hijos estos valores. Esto hace un “bono pastore.”
 
Recordemos, por favor, que NO somos dueños de nuestros hijos sino maestros y motivadores. NO seamos alabadores criando una prole “adicta al elogio”. NO les inculquemos que lo más importante es una buena calificación sino lo que los llevó a ella. Ayudémosles a aprender que de los fracasos derivamos lecciones que pueden serles útiles hasta el día en que ellos mismos sean padres.
 
Es cierto, nuestros hijos no vienen al mundo con un manual de instrucciones bajo el brazo. Se nos deja a nosotros los padres el trabajo y la responsabilidad de escribir ese manual en su corazón… que en cada hogar y con cada uno de nuestros hijos, suele ser una experiencia diferente.

No se incluyen instrucciones. -Ira. Parte

Primera Parte

Cuando la mayoría de nosotros compramos un nuevo equipo eléctrico, nos damos cuenta de que se incluyen una serie de instrucciones relacionadas a su uso, abuso y cuido. Sin embargo, no solemos darle importancia. De manera que incluir instrucciones no siempre es una garantía de que las tomaremos en cuenta.

En un artículo anterior (“No se incluyen instrucciones -Introducción”) ya repasamos que en el caso de nuestros hijos su individualidad hace imposible establecer una pauta específica y concreta que nos garantice éxito seguro en la crianza. Además, cada niño y luego joven, tiene sus propias características que difieren unos de otros, aún cuando sean gemelos. Nuestros hijos no son objetos, no son máquinas, cada uno tiene su forma de aprender, sus características, sus vivencias y experiencias.

“BUON PASTORE”

A pesar de lo anterior, todavía los padres podemos y debemos ser buenos “pastores” para nuestros hijos en el seno del hogar. En esta serie de artículos que son la base de la conferencia anual de padres preparada para la organización All Heads Up, nos proponemos ayudar, a cada padre, a que logre ser un “Buon Pastore” de su familia. Este es un término tomado del italiano que utilizaremos para identificar al padre que se convierte en el “buen pastor” que cuida, alimenta y protege a sus hijos.

Y es que la imagen mental que nos provoca un buen pastor es la de una persona capaz del sacrificio personal, de dar protección y de cuidar a los que están bajo su supervisión y responsabilidad. El “buon pastore” tiene mucho que sacrificar por lo que vale la pena, la educación y la felicidad de sus hijos.

Debemos tener presente que un “buon pastore” no trata a las ovejas como posesiones personales con las que hace lo que quiere. Casi siempre el pastor es responsable a alguien más y lo mismo sucede con los padres. Nuestros hijos no nos pertenecen en un sentido absoluto. No podemos hacer con ellos lo que nos plazca. Es verdad que les llamamos “nuestros hijos” pero lo son solo en el sentido del cuido, protección, amor y responsabilidad que les debemos.

En muchos países el estado tiene lo que se conoce como la “Patria Potestad” que no es más que el derecho que establece el estado sobre nuestra paternidad. Mal utilizados los privilegios de padres, podemos perderlos ante la autoridad del Estado.  Así, queda claro, que nuestros hijos no son posesiones sino concesiones, privilegios que nos conceden Dios y el Estado.

LA EDUCACIÓN DEL HOGAR

De ahí que una de las responsabilidades de los padres consiste en educar a los hijos. Cuando hablamos de educar no nos estamos refiriendo a enseñarles en casa matemáticas, historia o geografía. Aunque no hay nada impropio en esto, nos estamos refiriendo a otras cosas importantes en la vida, que se aprenden en el seno del hogar y no en el aula de clases. Cosas que se aprenden antes de llegar a kindergarden y que nos serán de ventaja, toda nuestra vida. Repasemos:

Es en casa que el niño aprende a bañarse todos los días, a lavarse los dientes luego de cada comida, a lavarse las manos antes de tomar alimentos y después de usar el servicio sanitario. Es en la casa cuando el niño aprende a compartir sus juguetes, a no decir mentiras, a no robar, a no decir malas palabras. El niño debe aprender modales en su casa, con la ayuda de sus padres. Es allí donde aprende a dar las gracias, a pedir excusas y perdón cuando hace algo impropio. La madre debe enseñarle a colgar la ropa cuando se la quita y a saber qué ropa debe echar en el cesto de la ropa sucia. Debe aprender a amarrarse y a limpiar sus zapatos. Le enseña a ordenar su cuarto y a recoger los juguetes. Debe aprender a ordenar sus cajones y su armario. Los padres tienen la obligación de enseñar estas cosas, no la maestra o el maestro de primaria. 

Es en casa que aprende a comer alimentos nutritivos. Allí aprende que no se puede comer cualquier cosa a cualquier hora. Aprende horarios de forma tal que sabe que no se puede ver televisión a cualquier hora y que no puede estar con los videojuegos todo el tiempo que desee. Va a aprender también disciplina pues puede perder “privilegios” si su conducta no es apropiada. Además, recibirá el beneficio de la disciplina que con amor y buen juicio administren sus padres. Y, sabemos por experiencia, que estas cosas no son asunto de decirlas unas cuantas veces sino de repetirlas y repetirlas durante toda su niñez y luego durante su adolecencia.

Para resumir, es en casa que aprende la educación que le servirá para toda su vida y en la escuela las materias que debe dominar para desempeñarse secularmente de forma aceptable.

No hay atajos a estas labores. Como todo un “bono pastore” debemos “pastorear” a nuestros hijos con amor y paciencia. Eso lo agradecerán toda la vida y si no lo agradecen, a nosotros nos queda la satisfacción y la tranquilidad de conciencia de que les enseñamos y les educamos como es debido. Luego, por supuesto, ellos usarán su libre albedrío para tomar sus decisiones pues al fin y al cabo, ese es el privilegio con el que todos hemos nacido.

La imagen del “bono pastore” nos recuerda los sacrificios que hace el pastor por cuidar lo que se le ha encargado.

No se incluyen instrucciones. -La introducción.

John Wilmot Poeta Inglés

INTRODUCCIÓN

No hay tarea más compleja ni juego más arriesgado que la educación de nuestros hijos. La tarea es diaria y constante. Los riesgos son enormes y permanentes. Pero, lo más desconcertante de todo es que no se nos incluyen instrucciones. Es tal y como dijo el poeta inglés del siglo XVII John Wilmot, “antes de casarme tenía seis teorias sobre el modo de educar a los niños. Ahora tengo seis hijos y ninguna teoría.” Es evidente que no es lo mismo creer que sabemos a vivir la vida y comprender que la teoría dista muchísimo de la realidad. En fin, todo indica que tendremos que arreglárnosla sin instrucciones.

En la siguiente serie de artículos “no se incluyen instrucciones” no pretendemos darle a ustedes los padres y tutores, nuestras directrices personales sobre la crianza de los niños. No ofreceremos reglas ni leyes. Tampoco vamos a suplirles un manual de educación por el que, paso a paso, se vayan juntando las piezas que produzcan un resultado inequívocamente exitoso. Pretender hacerlo no solo sería una pérdida de tiempo sino un engaño. Lo que sí pretendemos es, ofrecerles guías sencillas que a través del tiempo se han probado valiosas, didácticas y posibles de aplicar en todo ambiente, cultura y lugar.  Por supuesto, es imposible ponerlas frente a ustedes sin incorporar nuestra experiencia, nuestro punto de vista, nuestras observaciones y nuestro estudio de este tema fascinante, y a la vez, siempre inconcluso. Estamos confiados en que nuestros lectores lo tomarán como guias y no como una fórmula rígida o arbitraria.

¿POR QUÉ NO SE INCLUYEN INSTRUCCIONES?

La respuesta es: ¡Porque no hay instrucciones! Los niños no son máquinas. Son individuos que nacen con distintas facultades. Cada persona es distinta, incluso los hermanos gemelos idénticos, son distintos en aptitudes, actitudes y carácter. Físicamente pueden ser difíciles de diferenciar pero en sus personalidades y en la manera en la que asimilan la educación es distinta. Sus vivencias son distintas. El ambiente les afecta de modos diferentes e incluso el azar jugará un papel en su desarrollo. Lo que queremos decir es que la individualidad es un regalo que nos viene a complicar todo lo relacionado con la educación. Hubiese sido más sencillo que todos fuéramos iguales, pero, al parecer eso no le daría a la vida todo el gusto, todo el reto y toda la belleza que el ser humano necesita para ser feliz y sentirse realizado. Dicho esto, es una valiosa ventaja la variedad y aunque pueda tener sus lados difíciles, al final redunda en más beneficios que desventajas.

Para ayudarnos a razonar sobre el por qué no puede haber instrucciones paso por paso en lo que tiene que ver con la crianza de nuestros hijos, supongamos que un hombre muy rico y poderoso desea hacer dos residencias idénticas en los dos extremos del planeta. Una en Japón y otra en Canadá.  Contrata a los mejores dos arquitectos y les entrega dos planos, idénticos en todos sus detalles. Para probar sus habilidades les dice que no deben enviarse fotos ni consultar uno con el otro, solo deben apegarse al plano suministrado. Dicho esto, un arquitecto parte para Japón y el otro al terreno señalado en Canadá. Los dos comienzan su consturcción y los dos se apegan al plano. No cursan mensajes de texto ni se envían

fotografías. No intercambian ideas. Cuando ambos terminan su labor, el hombre rico y poderoso prepara su viaje para visitar sus propiedades, lleno de orgullo. Tan orgulloso se siente que invita a sus amigos más allegados a visitar sus mansiones. El resultado le decepciona completamente. Aunque los dos arquitectos tienen los mismos planos, los resultados no son mansiones idénticas. Lleno de rabia desemplea a los dos arquitectos y establece una demanda contra ellos en las cortes. ¿Qué sucedió? Muy sencillo: Que no es lo mismo construir en Japón que en Canadá. Los materiales son distintos, las leyes de construcción no son las mismas. El clima no es igual, el terreno tiene sus propias características. Simplemente las dos residencias no podrían ser idénticas pulgada a pulgada. Podrían ser parecidas, y lo eran, pero nunca idénticas.

Funny couple of identical brothers learning to walk.

El ADN de dos gemelos puede ser comparado al plano de los dos arquitectos. Es el mismo plano pero en cada caso las carácterísticas de cada individuo nunca resultarán idénticas tal y como no es lo mismo construír en Japón y en Canadá. Cada célula de nuestro cuerpo tiene una función determinada y solo ‘ejecuta’ las partes del ADN que son absolutamente necesarias para esa función. Los científicos saben que cada célula de nuestro cuerpo toma decisiones propias tal y como en el caso de los dos arquitéctos. No olvidemos que la alimenetación, el ejercicio y el ambiente contribuirán inequívocamente a diferencias que al final resultarán importantes.

Pues si esto es así en lo que tiene que ver con el físico de solo dos personas idénticas, ya tenemos tela por donde cortar. Las diferencias emocionales e intelectuales asociadas con el ambiente, la cultura y la forma en que se asimila la educación de un individuo -aunque vivan en una misma familia, van a producir resultados distintos.

Luego de esta breve introducción, el siguiente artículo ofrecerá las primeras guías.