Hasta ahora hemos visto varios puntos importantes en esta serie de artículos que concluyen con el presente. Hemos repasado que:
- No hay tarea más compleja que la crianza de nuestros hijos.
- Somos responsables por su educación y esta comienza en el hogar.
- Incluquemos la idea de que el verdadero mérito no se encuentra en la inteligencia ni en las habilidades sino en el esfuerzo.
- Reforcemos en nuestros hijos la “mentalidad de crecimiento”, no la “mentalidad fija”
La quinta sugerencia se relaciona con:
EL PUNTO DE VISTA APROPIADO SOBRE LOS FRACASOS
Aunque ninguno de nosotros desea el fracaso de nuestros hijos, tenemos que reconocer que el fracaso puede enseñarles verdades importantes que deben aprender. De hecho, el fracaso puede enseñarles lecciones que no aprenderían de ninguna otra forma. Por lo tanto, la manera en que les ayudamos a manejar, ver y trabajar sus fracasos tendrá un impacto muy importante, en su desarrollo y por lo tanto, en su futuro.
La doctora Carol Dweck, mencionada anteriormente, cuenta en una de sus charlas, que en una escuela de Chicago, los maestros cambiaron la calificación de “F” que significa “FRACASO” ( FAIL en inglés) por otra palabra: “NOT YET” que en inglés significa “TODAVÍA”.
¡Que interesante fueron los resultados! Al tan solo cambiar “FRACASO” por “TODAVÍA” se les transmitió a los estudiantes el sentimiento de que había esperanza, de que podrían superar la asignatura, solo que, TODAVÍA no la dominaban. De seguro esa estratégia fue brillante y muy animadora para aquellos estudiantes. Aunque esa forma de calificar no exista en su escuela, nosotros pudiéramos incorporar el concepto y aplicarlo, cuando sea necesario y si es necesario. Es una idea sencilla y eficaz de ver los fracasos.
En verdad, la clave que debemos resaltar frente a cualquier fracaso de nuestros muchachos es: “ESPERANZA”. La esperanza no es solo una palabra, es el sentimiento de que hay solución a nuestro dolor, a nuestro reto. La esperanza abre puertas y nos ayuda a visualizar una verdad de vital importancia: el fracaso no es permanente. La victoria tampoco lo es..
Claro, hay que reconocer que ese sentimiento y esa visión no nos es natural porque lo natural en los seres humanos es ser negativo. Tenemos una predisposición que parece innata a concentrarnos en eso. Pueden pasarnos cien cosas buenas y agradables durante una jornada, pero, si nos sucede algo negativo, de eso es de lo que estaremos hablando todo el día y tal vez toda la semana. Una cosa mala cubre todo lo bueno que experimentamos en una jornada.
Nos conviene saber que todo proceso de aprendizaje está, inevitablemente asociado con el fracaso, por lo menos en algún momento.
Creo que tenía unos doce años cuando me suspendieron en la clase de ortografía. En Baldor, la escuela en la que estudié la primaria, el estudiante que fracasaba en su examen final podía solicitarlo de nuevo al fin del período de vacaciones. Mi madre, siempre serena y siempre optimista, me hizo solicitar nuevamente el examen final. No hubo peleas en casa ni fue una tragedia familiar. Era simplemente un obstáculo que habría que superar. Por supuesto, tanto mamá como papá estaban conscientes de que necesitaba ayuda, de que no lo podría superar solo.
Durante las vacaciones, mamá me puso de tarea copiar 10 páginas DIARIAS de la revista “Bohemia”, muy popular en aquellos tiempos. Luego, ella revisaba lo que copiaba y me repasaba algunas reglas de ortografía. Los acentos ortográficos, el uso de la “y” la “z” y la dichosa “h”. Al final de los tres meses volví a tomar el examen. ¡La nota fue un 100! ¡Yo mismo me sorprendí! ¿De dónde vino esa nota? Vino de un fracaso que me impediría pasar de grado. Desde ese día aprendí dos verdades: 1) que fracasar duele y 2) que un fracaso no tiene que ser el final.
De hecho, la mayoría de los que hoy consideramos personas exitosas no lo fueron en sus comienzos. Sin embargo, trabajaron duro y finalmente se superaron. Como se ha dicho antes, solo puede fracasar quien NO lo intenta, de modo que allí ya tenemos algo que aprender.
El eminente sociólogo Benjamín Barber dijo una vez: “Yo no divido el mundo entre débiles y fuertes, ni entre éxitos y fracasos. Yo divido el mundo entre los que aprenden y los que no.”
Los padres podemos y debemos ayudar a nuestros hijos para que aprendan a superarse con una mentalidad de crecimiento y no necesariamente para que sientan que el fracaso jamás deba ser parte de sus vidas. Porque si les enseñamos que ellos no pueden fracasar, no les enseñamos a prepararse para la vida. En la vida debemos aprender a vivir con éxitos y con fracasos. Muchas victorias pueden llenarlos de lustre pero una sola derrota, sin saber cómo manejarla, puede destruirlos para siempre.
En ocasiones, casi sin darnos cuenta, sembramos en nuestros hijos la idea de que tienen que tener éxito en todas sus asignaturas, en todos los deportes, les inculcamos que tienen que ser populares, que deben ser el presidente de su clase, que tienen que participar en actividades voluntarias y demostrar liderato pues todo eso es lo que las universidades buscan. Sin querer queriendo asociamos su felicidad eterna con una carrera, con un diploma, con un colegio, aún cuando sabemos, en nuestro interior, que la felicidad verdadera jamás reside en los títulos, en las cuentas de banco ni en los campeonatos mundiales.
En el fondo los padres sabemos que la felicidad verdadera, desayuna, almuerza y cena todos los días, dentro de un muchacho sano de mente y limpio de corazón.
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