La oratoria pública con objetivo

Este es el tercer arículo de la serie sobra la oratoria pública

Es curioso que una de las batallas más grandes jamás libradas no tuvo nada que ver con las bombas y las balas. Fue la oratoria pública de dos oradores sobresalientes. Uno de nombre Adolfo Hitler y el otro Winston Churchil. Hitler inflamó toda Alemania con una oratoria extremadamente emocional que opacó todo razonamiento y Churchill con discursos bien armados que apelaron a los sentimientos patrióticos de forma casi poética, bien organizada y con un extremado cuidado en la selección de palabras. Gracias a la difusión que ya tenía la radio, por primera vez la oratoria pública era una parte importante del teatro de guerra.

Churchill se convirtió en primer ministro de Reino Unido el mismo día en que Adolf Hitler lanzaba su guerra relámpago contra Francia y los Países Bajos, el 10 de mayo de 1940. De manera que desde sus primeros días de mandato, sus discursos fueron vitales para mantener alta la moral de los ingleses y al mismo tiempo, desafiar a un enemigo poderoso y decidido a establecer un nuevo orden mundial.

Churchill comentó que “las palabras son las únicas cosas que perduran para siempre”. El dominio del lenguaje de Churchill no solo era cuestión de riqueza de vocabulario, sino que también implicaba un magistral uso de los sonidos, cosa importante en un tiempo en el que se podía palpar la convicción así como la retórica que muy bien reconocería el enemigo. Las ondas radiales se convertían en el capítulo más reciente en el campo de la tecnología. Hitler y Churchil lo aprovechaban al máximo para convencer al mundo de quien tenía la razón de su lado. Se afirmaba que Winston Spencer Churchill, movió el idioma inglés al campo de batalla mientras Hitler desafiaba al mundo con la mano fuerte del Tercer Reicht.

Echando de lado cualquier sentimiento político, hay que reconocer que estos dos ejemplos opuestos nos enseñan que el orador público no habla por hablar sino que tiene un objetivo claro que se propone transmitir como mejor pueda hacerlo.

EL OBJETIVO: CONVENCER

Es una gran pérdida de tiempo escuchar a alguien que no tiene propósito alguno en su discurso.

Si eres un orador público tu objetivo debe ser convencer a tu auditorio. Y no quieres hacerlo por medio de un vocabulario complicado y erudito (tratar de impresionar a la gente produce el resultado opuesto a lo que deseas lograr) sino por medio de argumentos sólidos, presentados con habilidad y basados en evidencia al alcance de todos. Nunca te pares frente a un auditorio solo para exponer, informar o entretener porque para eso están los maestros los periodistas y los cómicos. El orador está ahí para convencernos de algo. El auditorio espera eso y el orador debe entenderlo desde que da el primer paso en dirección al podium.

Si no logra persuadir a los que le escuchan o peor aún, si su auditorio queda más confundido que antes, su esfuerzo no habrá cumplido el objetivo. El orador público, por lo tanto es alguien que quiere convencernos de una idea para que esta idea llegue a ser también también nuestra.

El ejemplo perfecto de un orador con propósito fue Jesús de Nazaret. Fue tan poderoso su argumento que todavía hoy convence a millones, sí, CONVENCE a millones. Cualquiera que se digne de leer su Sermón de la Montaña en el evangelio según Mateo capítulos 5 al 7 tiene que concluir su lectura diciéndose a sí mismo: “es la pura verdad”. Luego entonces, Jesús sigue convenciendo con sus argumentos y su retórica sencilla e impresionantemente breve.

Por supuesto, no competimos con Jesús, ni con nadie, esa no es la idea aquí. La idea es que tenemos que haber un propósito, un objetivo cuando nos colocamos detrás de un atril a pronunciar un discurso. Debemos reconocer y respetar eso, entonces, nos prepararemos para que nuestra presentación sea impecable, nuestro vocabulario sencillo pero a la vez, preciso y finalmente nuestro argumento sólido como una piedra.

Y tal vez te preguntas ¿por dónde empiezo? En el siguiente artículo te explico por dónde debes comenzar.

No por mucho hablar se convence a la gente, al contrario, se le marea, se le desanima y muchas veces, se le lastima.

Una historia breve y una clave para el progreso en la oratoria pública

Segunda parte de la serie sobre la oratoria pública.

Además de los puntos tratados en el artículo anterior, muchos de los oradores públicos de ayer y de hoy hemos tenido que superar un sinnúmero de limitaciones personales. Eso a pesar de que algunos pudieran pensar que somos oradores naturales y que disfrutamos del “don de la palabra”. Ese definitivamente no es mi caso. Seguramente cada uno tiene su historia de éxitos y fracasos en este empeño pero yo puedo hablar solo de los míos.

Como muchos inmigrantes han comprobado, la salida de nuestro entorno puede ser más dramática de lo que pudimos percibir de antemano. No solo nosotros sino nuestros padres enfrentarían muchas dificultades en el proceso de salida, llegada y adaptación a nuevas culturas y junto con ellas, diferentes formas de ver la vida. En mi caso, este cambio me convirtió, de la noche a la mañana. en tartamudo. Hasta los once años no recuerdo ningún impedimento para hablar ni tampoco recuerdo haber sufrido crítica por esa limitación. Sin embargo, tan pronto llegué a otras tierras con otras formas de expresión, me dí cuenta, al mismo tiempo que otros se daban cuenta, de que me había convertido en tartamudo.

Fue precísamente en la adolescencia que mi lucha interna comenzó, junto con las demás luchas que todos pasamos durante esa etapa, nada fácil. Mi personalidad ya estaba formada y era extrovertido, alegre y alguien que podía hacer amigos con facilidad. Poco a poco, debido a la tartamudez, me iba convirtiendo en alguien introvertido poco motivado y sin ningún deseo de hacer nuevas amistades. Dentro de ese círculo vicioso lo único seguro era seguirme hundiendo en sentimientos negativos y baja estima personal.

Los que estudian la tartamudez, reconocen que un trauma emocional pudiera disparar esta dificultad. Se ha comprobado que en la mayoría de los casos no hay ningún problema mecánico del habla en los tartamudos. Mas bien es un problema que muchas veces está relacionado con las emociones más que por alguna otra dificultad de la voz o la respiración.

Los problemas relacionados a la tartamudez pueden deprimir a un adolescente.

Llegó el momento en el que mi mamá comprendió cuanto me estaba afectando la gaguera (como le decimos nosotros) comenzó a darme terápias de habla. Cambiar el tono, la velocidad, el ritmo del habla junto con mucho estímulo y paciencia fueron recuperando mi confianza. A la sazón comencé a participar en la Escuela del Ministerio Teocrático y la información del libro “Capacitados para ser ministros” publicado por los Testigos de Jehová comenzó, poco a poco, a surtir efecto. En otro ambiente más comprensivo, más cariñoso y amable, comencé a hacer progresos reales y fírmes. En unos 6 años de trabajo, en los que obviamente tuve mis altas y mis bajas comenzaba a verse progreso. A los 18 años ya había superado la mayor parte del problema y comencé a progresar en la oratoria pública que es parte del entrenamiento que recibimos en el Salón del Reino (el lugar donde los testigos nos reunimos para adorar a Dios).

Por aquellos años me invitaron a participar en un programa de radio semanal que los Testigos de Jehová producían por la emisora WKVM radio AM que, en ese momento era la más potente de la Isla de Puerto Rico. Fue en julio de 1964 que me senté por primera vez frente a un micrófono radial. El programa se llamaba “Cosas en que piensa la gente” y consistía en dar respuesta a las preguntas bíblicas que se planteaban cada semana. Tenía un guión que seguir así que comencé a desarrollarme en otro aspecto de la comunicación que es la lectura pública. Luego de un tiempo, se me asignó dirigir este programa, cosa que hicimos por casi 9 años. Durante ese tiempo tuve la oportunidad de entrenar a varios compañeros.

Puede que no sea evidente pero la. lectura pública es capaz de ayudar mucho a cualquier persona que tenga problemas con la tartamudez. Sin emgargo, cosas como cambiar el ritmo, el tono, la afluencia y el sentimiento en la lectura, contribuyen mucho a ir despejando de la mente los pensamientos negativos que caracterizan al tartamudo. Recuerdo que a veces mientras leía, me decía a mí mismo: “por ahí viene una “p” y no puedes trabarte con ella”. Las consonantes p, b, v, q, y l me asustaban. Cada mañana del domingo entre 8 y 9 de la mañana eran mis sesiones de prueba en la radio. Sudaba, reía y en ocasiones se me erizaban los pelos de alegía por poder sentir que iba dejando atrás un problema que pensaba que era insuperable, cruel y permanente. Uno que lastima la autoestima como pocos. Pero he aprendido que con esfuerzo y ayuda la tartamudez puede superarse. Si el tema le interesa, tome nota de que una herramienta importante para superarlo y para mantenerse alejado de él es la lectura en voz alta.

Sinembargo, aún cuando usted no tenga el problema de la tartamudez, recuerde que el orador público tiene que ser un buen lector. Esta es una clave importante para entre los que desean desarrollar la oratoria pública de excelencia.