Una historia breve y una clave para el progreso en la oratoria pública

Segunda parte de la serie sobre la oratoria pública.

Además de los puntos tratados en el artículo anterior, muchos de los oradores públicos de ayer y de hoy hemos tenido que superar un sinnúmero de limitaciones personales. Eso a pesar de que algunos pudieran pensar que somos oradores naturales y que disfrutamos del “don de la palabra”. Ese definitivamente no es mi caso. Seguramente cada uno tiene su historia de éxitos y fracasos en este empeño pero yo puedo hablar solo de los míos.

Como muchos inmigrantes han comprobado, la salida de nuestro entorno puede ser más dramática de lo que pudimos percibir de antemano. No solo nosotros sino nuestros padres enfrentarían muchas dificultades en el proceso de salida, llegada y adaptación a nuevas culturas y junto con ellas, diferentes formas de ver la vida. En mi caso, este cambio me convirtió, de la noche a la mañana. en tartamudo. Hasta los once años no recuerdo ningún impedimento para hablar ni tampoco recuerdo haber sufrido crítica por esa limitación. Sin embargo, tan pronto llegué a otras tierras con otras formas de expresión, me dí cuenta, al mismo tiempo que otros se daban cuenta, de que me había convertido en tartamudo.

Fue precísamente en la adolescencia que mi lucha interna comenzó, junto con las demás luchas que todos pasamos durante esa etapa, nada fácil. Mi personalidad ya estaba formada y era extrovertido, alegre y alguien que podía hacer amigos con facilidad. Poco a poco, debido a la tartamudez, me iba convirtiendo en alguien introvertido poco motivado y sin ningún deseo de hacer nuevas amistades. Dentro de ese círculo vicioso lo único seguro era seguirme hundiendo en sentimientos negativos y baja estima personal.

Los que estudian la tartamudez, reconocen que un trauma emocional pudiera disparar esta dificultad. Se ha comprobado que en la mayoría de los casos no hay ningún problema mecánico del habla en los tartamudos. Mas bien es un problema que muchas veces está relacionado con las emociones más que por alguna otra dificultad de la voz o la respiración.

Los problemas relacionados a la tartamudez pueden deprimir a un adolescente.

Llegó el momento en el que mi mamá comprendió cuanto me estaba afectando la gaguera (como le decimos nosotros) comenzó a darme terápias de habla. Cambiar el tono, la velocidad, el ritmo del habla junto con mucho estímulo y paciencia fueron recuperando mi confianza. A la sazón comencé a participar en la Escuela del Ministerio Teocrático y la información del libro “Capacitados para ser ministros” publicado por los Testigos de Jehová comenzó, poco a poco, a surtir efecto. En otro ambiente más comprensivo, más cariñoso y amable, comencé a hacer progresos reales y fírmes. En unos 6 años de trabajo, en los que obviamente tuve mis altas y mis bajas comenzaba a verse progreso. A los 18 años ya había superado la mayor parte del problema y comencé a progresar en la oratoria pública que es parte del entrenamiento que recibimos en el Salón del Reino (el lugar donde los testigos nos reunimos para adorar a Dios).

Por aquellos años me invitaron a participar en un programa de radio semanal que los Testigos de Jehová producían por la emisora WKVM radio AM que, en ese momento era la más potente de la Isla de Puerto Rico. Fue en julio de 1964 que me senté por primera vez frente a un micrófono radial. El programa se llamaba “Cosas en que piensa la gente” y consistía en dar respuesta a las preguntas bíblicas que se planteaban cada semana. Tenía un guión que seguir así que comencé a desarrollarme en otro aspecto de la comunicación que es la lectura pública. Luego de un tiempo, se me asignó dirigir este programa, cosa que hicimos por casi 9 años. Durante ese tiempo tuve la oportunidad de entrenar a varios compañeros.

Puede que no sea evidente pero la. lectura pública es capaz de ayudar mucho a cualquier persona que tenga problemas con la tartamudez. Sin emgargo, cosas como cambiar el ritmo, el tono, la afluencia y el sentimiento en la lectura, contribuyen mucho a ir despejando de la mente los pensamientos negativos que caracterizan al tartamudo. Recuerdo que a veces mientras leía, me decía a mí mismo: “por ahí viene una “p” y no puedes trabarte con ella”. Las consonantes p, b, v, q, y l me asustaban. Cada mañana del domingo entre 8 y 9 de la mañana eran mis sesiones de prueba en la radio. Sudaba, reía y en ocasiones se me erizaban los pelos de alegía por poder sentir que iba dejando atrás un problema que pensaba que era insuperable, cruel y permanente. Uno que lastima la autoestima como pocos. Pero he aprendido que con esfuerzo y ayuda la tartamudez puede superarse. Si el tema le interesa, tome nota de que una herramienta importante para superarlo y para mantenerse alejado de él es la lectura en voz alta.

Sinembargo, aún cuando usted no tenga el problema de la tartamudez, recuerde que el orador público tiene que ser un buen lector. Esta es una clave importante para entre los que desean desarrollar la oratoria pública de excelencia.

LO POCO AGRADA Y LO MUCHO, ENFADA

Todo en la vida es cuestión de medida. Mi amigo José Germán Roig me contó, que en Juana Díaz, un atractivo pueblo de Puerto Rico, allá por los años cincuenta, había un dueño de colmado (bodega) acusado de haberle propinado un puño (un golpe) a su cliente. Cuando el juez preguntó por qué había agredido así a su parroquiano, el tendero le dijo que ya estaba cansado de que constantemente lo estuviera alabando diciéndole: “querido dueño del colmado” y que se cansó y le dio un buen puño para que no le llamara más “querido dueño del colmado,” porque lo tenía harto. El juez le dijo que esa no era una razón válida. A lo que el tendero le respondió: “querido juez” es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.”

De hecho, dicen que después de decirle al juez diez o doce veces “querido juez,” el mismo magistrado, enfadado, dio un malletazo y dijo: “¡no me diga más “querido juez!” … por lo que al final, salió absuelto de cargos. ¡Hasta el juez se enojó con tanta babosería! Y es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.

Es verdad que no hay razón para perder la calma y actuar de esa forma, sin embargo, cuando los halagos no son sinceros, se convierten en palabras que llegan a ser irritantes y provocan que se nos salga “el monstruo” que llevamos dentro (como también dicen en la Isla). Aunque parezca ser un elogio, eso que se dice constantemente, sin sentido, con el único propósito de halagar el oído, se llega a convertir en una afrenta y al final, en una falta de respeto.

Mi abuela Ramona decía en esas situaciones: “¡gracias, pero no me quieras tanto!.” Y es que las palabras ya vienen cargadas de significado, según quién las diga, cómo las diga y en qué momento las diga.

Es como el que se la pasa diciendo “¡gracias a Dios!” esto y “¡GRACIAS A DIOS!” lo otro. A veces, todo el mundo sabe que es de la boca para afuera, pues no siempre el que predica, se aplica y no todo el que calla, falla.

Recuerdo el relato en el que uno de esos religiosos plagados de su propia justicia decía en su oración: oh Dios, te doy gracias porque no soy como todos los demás: extorsionadores, injustos, adúlteros…, ni tampoco soy como este cobrador de impuestos…” era de los que tienen que compararse con los peores porque saben que no pueden compararse con los mejores. No olvido la conclusión de esa historia, pues a Dios no puedes engañarlo: “Porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que actúa con humildad será engrandecido.” -Lucas 18:9-14.

Y es que lo poco agrada, pero lo mucho, lo mucho en las comparaciones, lo mucho en pintarse en falsos colores y la mucha palabrería hueca… enfada al más manso de los mortales… y parece que también a Dios.

UN ENFOQUE EQUIVOCADO

Por otro lado, debido a un enfoque equivocado, podríamos restarle méritos al esfuerzo de las personas, pensando que si lo hacemos le quitamos méritos a Dios. Tal vez, la siguiente historia explique lo que quiero decir.

Cuentan que un hombre, un viajero, se detuvo en un campo florecido. Estaba lleno de árboles frutales y bien decorado con flores de colores seleccionados, colocadas en terrazas preciosas. El dueño de la finca estaba, a la sazón, trabajando duro allí mismo. Entonces el viajero le dijo: “Amigo, la verdad que Dios lo ha bendecido con una finca preciosa. ¡Seguro que está muy agradecido al Señor!” El dueño de la finca le contestó: “¡Tiene usted mucha razón. Dios me ha bendecido! De eso no hay duda. Pero tenía usted que pasar por aquí hace dos años, cuando El estaba solo.”

Dos años atrás aquella finca solo daba abrojos y malas hierbas. Exhibía un paisaje desolador. No había nadie que trabajara la tierra. Al natural aquella finca era un desastre, pero, nuestro jardinero comenzó a trabajarla duro con esperanza. Con el paso del tiempo, el escenario fue cambiando. ¡Claro que Dios le ayudó dándole las fuerzas y la voluntad! ¡Dios le regaló la vida para que la usara para provecho! ¡Dios creó aquellas flores y frutas y le dio la inteligencia para ordenarlas y cuidarlas de forma magistral! … pero eso no le quita al dueño de la finca el mérito de su esfuerzo. Entonces, por favor, aprendamos a reconocer el mérito que tengan los demás, con la plena seguridad de que a Dios nunca le podemos quitar el mérito.

Sin embargo, he visto a muchos seres humanos buscar un poco de reconocimiento en sus padres, en sus hijos, en sus maestros, en sus líderes, incluso en sus amigos, para solo encontrar palabras gastadas o alabanzas a medias que no ofrecen un reconocimiento verdadero y sincero. He visto mujeres descuidadas porque sus esposos han dejado de decirles que son hermosas. Han dejado de decirles que están enamorados de ellas. Las mujeres y los niños, los hombres, todos, necesitamos reconocimiento para florecer. Retenerlo es como quitarle el agua a un campo seco.

Estimado lector, aprendamos a regar sobre nuestro semejante, abundancia de palabras de ánimo, concediéndoles el crédito y el mérito que justamente se merecen por algún trabajo bien hecho. Recordemos: lo poco, agrada y lo mucho, enfada. Enfada la falta de perspicacia para reconocer el mérito y aprender a dar el crédito merecido. Enfada no saber cuándo dar alabanzas justas y medidas. Enfada el halago vacío. Enfada ver cómo se marchitan los que deben florecer.

Agrada el que se esfuerza por hacer el máximo dentro de sus posibilidades sin jactarse, sin elevarse sobre los demás, sin buscar su gloria personal … eso, es un adorno que agrada… ¡el adorno que nunca enfada!

Todos necesitamos y merecemos elogios y el crédito por algo bien hecho.

¿Estamos aprendiendo algo?

Un virus nos sacude y nos llena de ansiedad. El COVID-19 es capaz de detener a un hombre, luego detiene a su familia, a la comunidad en la que vive, a su ciudad, a su país, su hemisferio y finalmente a todo el planeta.

A medida que se van extendiendo los días de cuarentena y la gráfica de enfermos se va reduciendo poco a poco, uno se pregunta si estamos aprendiendo algo de todo este ejercicio. ¿Qué piensas tu? ¿Piensas que sacaremos buenas lecciones de todo esto? ¿Logrará esta pandemia cambiar nuestro punto de vista sobre lo que de veras debemos valorar? ¿Estamos aprendiendo algo sobre las razones por las que nos afanamos tanto? ¿Cambiará el orden de nuestras prioridades COVID-19?

Para un grupo de nosotros esta experiencia solo dejará un sabor amargo que se basará en el dinero que dejamos de ganar, los lugares que dejamos de visitar y la incomodidad que provocó la cuarentena al tener que quedarnos en casa. Tal vez esas sean todas las lecciones que nos deje el COVID-19 a muchos de nosotros. Una pesadilla que no deseamos recordar.

En otro grupo de seres humanos, esta situación dejará una marca parecida a lo que hace en la piel un tatuaje. Dejará una huella con la que vivirán el resto de sus días. Para este grupo queda claro que no somos invencibles. Esa prepotencia del ser humano que nos invita a vernos en control de todo se ha desvanecido para ellos. Sin embargo, marcados y desconfiados en cualquier poder humano, no harán absolutamente nada más. Solo reforzarán su hambre por satisfacerse a ellos mismos, ahora con más hambre que nunca. Para este grupo el “yoismo” se convertirá en una forma de religión. Religión en la que se adoran ellos mismos.

Otro grupo, el mayor de todos, no aprenderá absolutamente nada. Todo quedará olvidado en poco tiempo. Para estos no hay lección duradera. No olvidemos que una lección no aprendida será una experiencia repetida vez tras vez. Ese grupo ha comprado la idea de que la vida es una repetición de los mismos acontecimientos separados solo por el tiempo. Miran la historia y siempre encuentran paralelos que para ellos ilustra que todo en la vida es una incansable repetición de lo mismo. Un círculo interminable en el que no hay nada nuevo bajo el sol y todo es temporal. Lo que cuenta es lo material, lo que puede contarse, separarse y dividirse.

Hay otro grupo, el más pequeño de todos. Son las personas para quienes la vida tendrá otro sentido después que pase el COVID-19. Estas pocas se sentirán motivadas a ser más conscientes de su pequeñez. Esa consciencia puede llevarles a buscar soluciones en otras fuentes. Despertará su conciencia y les moverá a tomar decisiones, las más importantes que pueda tomar su generación. Si las toman o no está por verse pero todo comienza con lo que resuelve hacer nuestro corazón. Todo dependerá de con cuánta fuerza deseen cambiar el patrón de sus vidas y su visión del futuro. Serán una minoría, pero a la vez, será la minoría más valiosa del planeta. La minoría que merece ser preservada para cosas mayores y mejores.

Y tu y yo, ¿estamos aprendiendo algo verdaderamente valioso durante esta pandemia? … tan valioso como para cambiar nuestros puntos de vista sobre la vida, la manera en que la vivimos y el futuro?

Vamos a dar una mirada breve al año 1918. La escena nos parecerá familiar.

Ya vemos que ni todos aprendemos ni todos estamos dispuestos a sacrificar algo en aras del bien común. Y, tristemente, esa es la historia de la mayoría. Nunca es suficiente. Siempre queremos más. Nunca estamos mal, son otros los que están mal. Siempre tenemos la razón, siempre empujamos a doña justicia para ponerla de nuestro lado a trompadas. ¿Hasta cuándo seguiremos aplazando las lecciones?

Mi madre decía: “el que por su gusto muere, la muerte le sabe a gloria.” Y todo parece indicar que esa gloria alcanzará a los que sigamos sin aprender absolutamente nada del pasado, de la historia y lamentablemente, de los que ni siquiera aprendemos del presente.

Todos, deberíamos estar aprendiendo algo. Deberíamos estar haciendo resoluciones firmes, todos deberíamos abrir los oídos y los ojos para ver y escuchar. Si lo hacemos, todavía estamos a tiempo para aprender algo nuevo, valioso y trascendente.

Y ahora, ¿qué?

Creo que todos nos hemos hecho esa pregunta más de una vez en días recientes, en medio de esta crisis del COVI-19. Una mala noticia sobre otra mala noticia haces que te preguntes, “bueno y ¿ahora qué?

No solo aquí en los Estados Unidos sino que, alrededor del mundo, la pregunta se hace muchas, muchas veces. Mientras hacemos ajustes por aquí, se nos desparrama aquello por allá. ¿Qué voy a hacer? ¿Cuánto van a durarme los ahorros? ¿Cuánto puede esperar mi casero por la renta que no puedo pagar? ¿Qué va a pasar con los pagos del automóvil? ¿Hasta cuándo voy a poder mantener mi trabajo? ¿Cuánto tiempo más estarán los muchachos en casa sin ir a la escuela? …y mil preguntas más que siempre terminan en la última que invariablemente es, ¿y ahora qué?

Los días siguen pasando y simplemente parece que el año se nos va a ir en esta misma aventura de no saber lo que va a pasar mañana. Nos vamos convirtiendo en ese condenado a muerte al que le van extendiendo un día más de vida. Es como si le dijeran “Vamos a colgarte pero no va a ser hoy. Tal vez te colguemos mañana.” No sé, pero habrá un montón que dirían: “oye si me vas a matar acaba de hacerlo porque vivir esta agonía es peor que morir”. Y es que la incertidumbre es la clase de tortura que pone a prueba los nervios del más valiente o del más inconsciente del planeta.

Si tienes dinero pues es como si no lo tuvieras, si tienes un lindo auto en el garaje, da igual. Si tu negocio iba regular, ni te pregunto cómo va ahora y si te quieres volver loco espera a que se te caiga NETFLIX o tu Wify. Ya sé, en medio de esa crisis empeorada, harás la misma pregunta: “¿Y ahora?

Pues nada, que lo que era importante ya no lo es y es solo ahora que todos lo vemos bien clarito. Reconoce que tu mujer es una campeona, que tus hijos unos valientes y tu, bueno, más vale que tu eches pecho y te pongas a trabajar en casa, a darle clases de la vida a tus hijos y a cambiar esa cara de malhumor. Es tiempo de ser más positivo a no estar tan encerrado en tus cosas. Es tiempo de prestar un poco más de atención a tu familia que es, a la larga y a la corta la razón de todo lo que haces. ¿Cierto?

Según la Johns Hopkins University la cuenta es de sobre 138,000 muertos por causa del COVI-19 y sobre dos millones de casos confirmados de personas que se han contagiado con el virus. Y aunque el presidente de los Estados Unidos dice que este país ha llegado al pico de la curva y que ahora irá descendiendo el número de casos, la verdad es que si nos alcanza a nosotros es lo mismo que la curva suba o baje, nos habrá alcanzado y ¿ahora qué?

Es tiempo de aprender que cada persona es importante, única e imprescindible y eso, afortunadamente te incluye a ti y a mi. Si nos desesperamos y empujamos lo que no debemos empujar, en vez de aliviarnos, puede que las circunstancias se empeoren. Hay que tomarlo con calma y aprender a esperar. De hecho, aprender a esperar es un buen ejercicio que nos puede beneficiar a todos. Esperar se ha convertido en una mala palabra porque lo queremos todo rápido, nuestra sociedad nos ha inculcado el tema de la velocidad en todo lo que hacemos y ese tema ha llegado a ser uno muy peligroso que ha afectado a nuestros hijos, tal vez de forma irreparable. Meditemos un poco en esto y tratemos de aprovecharnos de esta situación para frenar un poco nuestra vida, nuestras expectativas del mañana y nuestra relación con los demás para que no sea tan superficial, tan rápida y al final tan insensible.

En el video que sigue repasamos, musicalmente, el curso de nuestra vida agitada y el encuentro superficial que tenemos con los que se cruzan en nuestro camino, que están en la misma desventura que nosotros. Lo recibí de un amigo y lo comparto con ustedes. La música es impecable y el concepto, brillante.

Vacío mi tintero por hoy, para animarte a no descuidarte y a resistir. Aunque digan que estamos en la recta final, no te hagas de ilusiones y toma cada día por lo que es, una oportunidad más de fortalecerte emocional y espiritualmente, un día más para unir y no desunir, para multiplicar y no dividir, para sumar y no para restar. Quiera Dios que aprovechemos estas circunstancias y salgamos de ella más fuertes de lo que entramos… aunque a veces tengamos que decir… Y ¿ahora qué?

La realidad del sabio.

Se me ocurre decir que había una vez… una ciudad muy antigua de pocos habitantes, de escasas riquezas y de peores recursos de protección pues sus murallas estaban en muy mal estado. Un día, cierto rey poderoso la sitió con sus ejércitos para conquistarla. Los que vivían dentro de sus muros sabían que las posibilidades de sobrevivir al cerco eran muy pocas. Aún así, reforzaron las puertas de la ciudad como pudieron, pero todos estaban aturdidos y desesperados ante lo que se les venía encima. El rey poderoso que la sitió estaba confiado de que en poco tiempo la ciudad y sus hombres estarían a su merced. Era cuestión de esperar hasta que se rindieran por el hambre y la angustia. Así era cómo en aquellos tiempos tomaban las ciudades amuralladas los reyes ambiciosos y esta ciudad parecía ser presa fácil.

Sin embargo, también había en aquella ciudad un hombre muy sabio, al que, como suele sucederle a los sabios, nadie prestaba mucha atención. Preocupado por su destino y el de sus compueblanos, trazó un plan de escape y lo presentó al rey. Este, impresionado, convocó a  sus nobles y los nobles al pueblo que quedó muy a gusto con la propuesta.  Gracias a su plan, en una sola noche, hombres, mujeres y niños lograron escapar, con sus posesiones y lograron ocultarse en un lugar seguro, dejando tras de sí la ciudad y su débiles murallas. Al percatarse de esto, el rey poderoso y sus ejércitos se retiraron, humillados. De este modo, un solo hombre, sin armas, sin fama ni poder, salvó a toda una ciudad gracias a su sabiduría. Pero, nuestra historia no termina aquí con un final feliz, pues la sabiduría tiene también un ángulo inesperado para muchos. Escuche: Al regresar a la ciudad, todo el pueblo, sus nobles y hasta el mismísimo rey se olvidaron por completo del hombre sabio y de lo que hizo por la ciudad. El viejo volvió a quedar solo e ignorado. Y como en cada historia hay una lección, nuestra historia también tiene su moraleja: La sabiduría solo beneficia permanentemente a quien la posee.

La sabiduría es más valiosa que cualquier otra posesión.

Amigo lector, el tonto puede beneficiarse de la sabiduría pero no es capaz de atesorarla. No puede hacerla suya. No aprende nada. No sabe recompensarla y suele olvidarla para continuar en su derrotero materialista, vacío y despreocupado. Luego que el ignorante utiliza la sabiduría, la despide de su vida pues para él no tiene ya más valor. El sabio, no debe esperar recompensa por el ejercicio de la sabiduría. Su verdadera satisfacción será la de ayudar, iluminar y redimir. 

La vida está llena de situaciones parecidas a la que hemos narrado y no dudo que el lector haya comprobado en carne propia esta realidad. Tal vez gracias a tu experiencia, habilidad y conocimiento hayas ayudado a algunos en sus momentos difíciles, y también es probable que, como el sabio de la ciudad, hayas quedado en el olvido.  Pues nada raro te ha ocurrido, es la realidad del ejercicio de la sabiduría. Por regla general el mérito es siempre de todos y el fracaso siempre es de uno solo. El mérito siempre se reparte pero la estupidez se individualiza. 

Búsca la sabiduría y atesorala.

La sabiduría es la capacidad de aplicar el conocimiento a las situaciones difíciles de la vida. Siempre es práctica y siempre se basa en la verdad. No busca reconocimiento, dinero, fama o poder. Busca la verdad y hacer lo bueno. Busca la satisfacción de obrar el bien de forma imparcial. El sabio abandona el rencor, el odio y la ira. Su corazón reside en paz. No busca revancha ni venganza. No mira el poder como su fuerza ni la fuerza como su poder. Tal vez puedas hacer una lista de los hombres más sabios que conoces y probablemente te sorprenda que también son los más pacientes y humildes.

Miles se hallan hoy bajo “sitio” como una ciudad rodeada de ejércitos enemigos acampados. Gastan una fortuna en buscar la salida y muchas veces lo logran alquilando lo que a ellos les falta. Sin embargo, con el tiempo vuelven a ignorar la sabiduría para continuar en su proceder torpe, despreocupado, vano e infeliz. La sabiduría tiene su precio pero no se puede comprar con dinero. No es popular porque no ofrece recompensas mundanas. No incluye crédito ni reconocimiento. A menudo implica ser olvidado.  El sabio se hace del tiempo, el conocimiento, la observación, la disciplina y el trabajo. Finalmente, la sabiduría solo se le regala a los humildes.

Cuando llegue el día del “sitio a tu ciudad amurallada,” recuerda que solo la sabiduría puede ocultarte del desastre. Solo la sabiduría nos rescatará y nos ofrecerá un refugio confiable. Aunque seamos ignorados, poco reconocidos o incluso olvidados, la sabiduría, en nuestras manos no se va con el mejor postor. La sabiduría es fiel y permanecerá siempre contigo a donde vayas y donde estés. Búscala y atesórala.

El miedo que nos manipula

Tal vez el lector se ha percatado de cómo el miedo es cada vez mejor vendedor. No solo se ha incorporado en los días festivos de casi todos los países como el aparentemente inocente Holloween, sino que se ha convertido en un medio favorito de persuación. Lo utilizan cada vez más padres, comerciantes, gobiernos y hasta en la industria de la salud. ¡El miedo, se vende solo! Logra despertar la indolencia, y hacer que la gente reaccione. Puede movilizar las multitudes en la dirección que se desee por lo que es un instrumento rentable de manipulación… ¡aunque muy pocas veces mueve, motiva o nos impulsa en la dirección correcta!

El miedo siempre ha sido un artículo de venta popular. Los de más edad de mis lectores podrán recordar la historia que se nos enseñó de niños. La historia del pollito tonto que llegaron a convencerlo de que el cielo se estaba cayendo. En realidad, era solo una estrategia del lobo, quien pintó una estrella en un pedazo de madera y se lo lanzó al pollito directo a la cabeza. Acto seguido le dijo: -“¡Es una estrella! ¡El cielo se está cayendo! ¡Dile al gallinero que me siga a una cueva donde puedan protegerse!” El miedo movió al pollito y el pollito movió al gallinero y el gallinero, desprevenido, cayó en la olla que el lobo tenía preparada y lista para devorar a las ingenuas aves. Pues básicamente la misma historia se repite en nuestros días. El miedo vende, mueve, agita o paraliza, para conveniencia de unos o de otros.

¿Qué es el miedo?

Un amigo mío dirá que el miedo es más viejo que el frío y tiene toda la razón, aunque eso no lo define, sí nos dice que el miedo está con nosotros desde hace mucho, mucho tiempo. De hecho, parece que viene intraconstruido en nosotros mismos desde que nacemos. Otros miedos los aprendemos de nuestros padres y del ambiente en que vivimos. Claro, entre estos hay los que son simples manipulaciones para que hagamos lo que se supone que debemos hacer según las reglas de la sociedad en la que nacemos. Pero, no retardemos más la definición: La palabra “miedo” proviene del término latino metus. Se trata de “una alteración de nuestro estado de ánimo que nos causa angustia ante un peligro o un eventual perjuicio, ya sea producto de la imaginación o propio de la realidad”. También se define como un “sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea”. ¿Es ese el concepto que tu tienes del miedo? Es importante que descubramos que puede ser provocado por la “imaginación” y no necesariamente producto de la realidad.

Venza el miedo paralizante adquiriendo conocimiento.

Es cierto que el miedo no siempre es negativo. De hecho, el miedo puede ayudarnos de infinidad de maneras.Puede protegernos del peligro. Puede advertirnos del peligro y nos ayuda a tomar decisiones que puedan salvarnos la vida. Si no sé nada de electricidad debería tener miedo de manipular los cables eléctricos de mi casa. Por otro lado si me informo, pudiera hacer algunos trabajos eléctricos sin peligro. El conocimiento hace que el miedo desaparezca, en nuestro ejemplo, a que pueda sufrir daño por causa de una descarga eléctrica. Sin embargo, si en vez de miedo lo que siento por algo es fobia, ningún conocimiento podrá evitar que hasta hablar del tema me descontrole. Las fobias no se basan en realidades ni se superan con conocimiento, son una enfermedad. Para superarlas se necesita tratamiento. ¿Qué es una fobia? No es un temor racional. Se dice que es “un temor intenso e irracional, de carácter enfermizo, hacia una persona, una cosa o una situación.” Si no se trata de una fobia, el conocimiento podrá evitar el temor, especialmente el que está basado en la imaginación. Si es una fobia, necesitamos ayuda profesional.

El miedo manipulador.

En nuestra cultura se nos han inculcado algunos miedos. En muchos países latinoamericanos se nos inculca el miedo a la pobreza, en otras, el miedo a la riqueza. En estas podemos sentirnos culpables por tener un estándar de vida superior al medio. Se asocia la riqueza con la maldad, el descontrol y la vanidad. Como sabemos esto no es necesariamente cierto. Si es miedo a la pobreza la que se nos inculca, entonces, en el otro extremo sentiremos que lo importante en la vida es ganar dinero y trabajar sin descanso para no caer en la temida pobreza.

En los Estados Unidos hay otros miedos populares: el miedo a ser feo y el miedo a la vejez. Cada vez más hombres y mujeres hacen lo indecible por tratar de mantener la juventud y la belleza. Hay todo tipo de productos, muchos basados en propaganda, que suelen prometer juventud y junto con eso, belleza. Según la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos, durante el pasado año 2016 las personas en Estados Unidos invirtieron alrededor de $16,000 millones en procedimientos estéticos y tratamientos no invasivos, quedando en evidencia que hay un miedo colectivo a ser feo, por lo menos a los ojos del que busca cirujías simplemente sobre la base de la estética. Nuevamente el miedo llega a manipular y a desorientar a millones que caen víctimas del “cielo que se está cayendo” para finalmente descubrir que no hay nada más real que el desgaste que producen los años.

En conclusión, cuidémonos de las manipulaciones, del manejo institucionalizado de nuestros miedos y temores. Busquemos conocimiento o busquemos ayuda profesional. Nadie tiene derecho a manipularnos, nadie. Sea con razón o sin razón. Evitemos los miedos populares y razonemos sobre ellos. Trabajemos conscientemente para tomar decisiones sanas, sabias y basadas en la razón, ¡jamás en el miedo!

 

 

 

 

Concepto antiguo en una nueva palabra: Resiliente.

El concepto es antiguo, sin embargo, en los últimos años el concepto que transmite la palabra “resilencia” ha ido adquiriendo fuerza y moldeándose a distintos campos de conocimiento. A continuación algunos detalles.

Resiliencia viene del término latino resilio, “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”. Uno de los primeros usos del término se adaptó a la sicología refiriéndose a la persona que, luego de sufrir un trauma sicológico no queda marcada por el mismo sino que es capaz de recuperarse. Hoy se escucha de  “resiliencia” en la ingeniería, en el arte, en la ecología, en la cultura, en la sociología y en la tecnología. Hoy se habla hasta de países resilientes. En este artículo no vamos a incursionar en las anteriores sino que vamos a repasar el valor de la “resiliencia” en nuestra vida como seres humanos.

La resiliencia se ha considerado como “una capacidad” de la que podemos disponer en la recuperación de traumas importantes. Recientemente, un número de estudiosos de la materia, han indicado que más que “una capacidad” es un “proceso” en el que aprendemos a recuperarnos de dichos traumas. Es interesante porque por “capacidad” entendemos que es “la facultad de una persona para aprender y cultivar distintas avenidas de conocimiento”. Es algo que se posee. Es como una herramienta natural que nos permite aprender y progresar dentro de ciertos límites. En cambio, cuando una persona enfrenta problemas serios y traumáticos lo que se necesita es que logre procesarlos afirmativamente para que logre superarlos y dejarlos atrás. Esa resistencia no es innata, o intraconstruída en nuestros genes sino que debemos desarrollarla durante el proceso de recuperación del dolor que vivamos. Ese manejo se convierte en un “proceso” que puede tomar tiempo, pero que al final, nos permite superar el golpe sin dejar traumas emocionales. Dije: “sin dejar traumas.

Sea una “capacidad” o un “proceso”, la realidad es que la resiliencia es muy importante en nuestro proceso de manejar situaciones complejas como lo son  la tensión, el maltrato, el abuso y la frustración. Demos un ejemplo de cómo se comporta esta cualidad en un objeto y derivemos de este experimento una lección.

Si tomamos un “rubber band” o una gomita elástica y la estiramos, apreciamos que puede crecer y crecer el doble de su tamaño o más. Si la vamos soltando poco a poco veremos que la gomita vuelve a su condición original. Eso es resiliencia. La goma tiene la capacidad de volver a su estado original luego de aplicarle mucha tensión. Lo mismo sucede con el acero, puede sufrir golpes y golpes pero puedes volver a llevarlo a su condición original. Esa cualidad es deseable también en nosotros pues tiene mucho que ver con el proceso de recuperarnos completamente de los traumas.

Tu y yo somos sometidos a mucha presión emocional en este mundo complicado. Sufrimos, muchas veces desde pequeños un sinnúmero de situaciones que pueden enfermarnos para el resto de la vida. Entre ellas, mal trato, fracasos, frustraciones, traiciones y pérdidas muy fuertes. La resiliencia nos ayudará a recuperarnos, a sobreponernos sin que queden traumas, rencores u otras emociones y actitudes negativas. Durante el proceso de curación, las personas resilientes logran recuperarse completamente, incluso hacerse mejores que antes.

Hoy, te invito a ser resiliente. Te invito a recuperarte completamente de tus fracasos y de tus dolores. Te invito a pensar diferente y a crear nuevos circuitos en tu mente y en tu corazón que te conviertan en una mejor persona. Ni es algo mágico ni milagroso. Depende de ti, de tu voluntad, de tu aguante y resolución de no quedarte ahí sentado sino de moverte hacia adelante. He conocido personas resilientes y les he visto transformarse. He visto drogadictos, prostitutas, vagabundos que comen de los latones de basura, presos y paralíticos sobreponerse a sus traumas y gracias a su resiliencia a la ayuda espiritual/y o médica, convertirse en personas sanas, útiles y felices. Si bien la ayuda emocional, médica y/o espiritual estuvo presente, su resiliencia les llevó a otro nivel. De modo que no hablamos de simple *semántica, hablamos de lo que es posible hacer cuando decidimos luchar y superar lo que nos tiene paralizados, encajonados, limitados y heridos.

Es un concepto viejo pero una palabra nueva. Piensa en ella. Adquiere la fuerza para desarrollarla. ¡Tu y yo podemos ser resilientes ante las situaciones duras de hoy y las de mañana!

  • Semántica. Parte de la linguística que estudia las expresiones.

Tema: Concepto antiguo en una nueva palabra: Resiliente.

¿Qué haremos con nuestros sueños?

Mientras dormía, cierto joven vio a un lobo a sus piés. Horrorizado le preguntó: “¿Qué vas a hacer conmigo?” a lo que el lobo le contestó: “No sé, soy yo el que está en tus sueños, dime tu qué quieres que yo haga”.

Nuestros sueños. ¿Qué vamos a hacer con ellos? Podemos hacer lo que querramos. Podemos levantar castillos y podemos destruirlos. Podemos soñar a ser mejores o podemos convertirnos en mounstruos. Podemos desahogar nuestras más bajas pasiones o podemos elevarnos hasta los cielos. Podemos edificar, plantar y sembrar o podemos derrumbar, desarraigar y destruír. Como son nuestros sueños podemos hacer con ellos lo que querramos. ¿Qué haces tu con los tuyos?

Cuando era niño solía soñar que trataba de huir de algo o de alguien, no siempre estaba seguro de qué. Al intentarlo resbalaba y no podía huír. Si trataba de correr, me caía. Era en vano seguir tratando, pero insistía, ¡no podía darme por vencido pues mi vida corría peligro! Me levantaba desesperado, con los mismos resultados una y otra vez y siempre me quedaba en el mismo lugar. ¿Has experimentado algo así?

Aunque es probable que haya quienes se arriesgan a dar alguna clase de explicación, la realidad es que la ciencia no puede determinar con absoluta certeza por qué soñamos lo que soñamos. En mi caso, en la vida real, he tenido que hacer lo mismo que tenía que hacer en mis pesadillas de muchacho. He tenido que luchar para seguir adelante porque siempre aparece algo que intenta detenerme, desviarme o desanimarme.

En la vida real parece que vivimos sujetos a dos fuerzas invisibles que conviven dentro de nosotros mismos. Una fuerza que nos impulsa a seguir adelante y otra que trata de detenernos. Para lograr una u otra cosa, la que te impulsa te motiva con metas que te auguran felicidad. Te propone bendiciones y te estimula a hacer los esfuerzos necesarios para alcanzarlas. Te exhorta al trabajo al estudio. La otra, te frena haciéndote sentir culpable de lo que deseas y de una u otra forma te asegura que fracasarás y ese fracaso te traerá dolor y verguenza. ¿Has sentido estas dos fuerzas operando en ti?

Recuerdo una historia que pudiera darnos una explicación. La historia parece ser una leyenda Cherokee. Dice así:

Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas. Él dijo, “Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de todos nosotros”. “Uno es Malvado – Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, soberbia, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.

“El otro es Bueno – Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, amistad, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.

El nieto lo meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo: “¿Qué lobo gana?” El viejo Cherokee respondió: “Aquél al que tú alimentes.”

¿Cómo puede la historia ayudarnos en nuestras propias luchas? Que el secreto del éxito reside en cultivar y buscar el bien y lo bueno. Si buscamos el bien y lo bueno, será porque tenemos los mejores motivos. Si es así, podemos estar seguros de que cualquier decisión que tomemos nos ayudará a crecer y a aprender. No puede hacernos daño.  Es importante no ceder al temor. El temor puede ser un nudo demasiado fuerte de desatar. No cedamos al temor ni a la presión de otros. Esa presión no tendrá las fuerzas suficientes para detenernos si estamos  convencidos de que obramos para bien y no para mal.

Lo contrario también es cierto. Alimentamos el lobo malo y a la fuerza que nos frena cuando cedemos a la duda, a la crítica de otros, cuando tenemos motivos oscuros, tal vez de revancha, tal vez de prepotencia, de orgullo o de vanidad. Siempre que dudemos qué hacer, debemos preguntarnos ¿por qué deseo alcanzar esto? ¿qué es lo que en realidad persigo? Si hemos determinado bien que estamos tranquilos con nuestra conciencia, debemos seguir adelante y no permitir que se nos frene.

Nuestros sueños siempre tendrán opositores, siempre. En ocasiones los más crueles podemos ser nosotros mismos. No olvidemos que el temor es también parte de la vida junto con la duda. Sin embargo, el temor y la duda pueden ponerse de nuestra parte para ayudarnos a actuar. Sabemos que el fracaso duele y no queremos acercarnos a él. ¡Manténlo dormido en tus sueños! No lo alimentes. Escudriña tu corazón y dile al lobo que descansa a tus pies lo que debe hacer.