¿Asimilas o eliminas un consejo?

“El tamaño de nuestro cuerpo tiene poca importancia; el tamaño de nuestro cerebro tiene mucha, pero, el tamaño de nuestro corazón es lo más importante de todo.” -B.C. Forbes

¡Cuán ciertas son esas palabras! Y no dejan de serlo en lo que tiene que ver con la disposición que mostramos para aceptar un consejo no solicitado. Aceptarlo de buena gana refleja lo grande de nuestro corazón. De ahí la pregunta base de este artículo: Cuando nos aconsejan, ¿lo asimilamos o lo eliminamos?

A los niños se les aconseja constantemente. El proceso se reduce cuando entramos en la adolescencia y es prácticamente desconocido después de eso durante la época de adultos. Y en la edad de oro ¿quién se atreve a darle un consejo a una persona de pelo blanco? Preferimos juzgarlo como malcriado antes que aconsejarlo.

Como consecuencia, durante los años de la adultez y la vejez, vamos desarrollando, menos y menos receptividad al consejo. Sin embargo, el proceder sabio debe ser el de absorberlo y no el de eliminarlo, no importa la edad o la experiencia que tengamos en la vida.

A medida que vamos creciendo puede que se nos haga más difícil aceptar consejo.

¿Cuándo fue la última vez que alguien te ofreció un consejo bien intencionado? Le hice la pregunta a un amigo de edad avanzada y me contestó: “Francamente no lo recuerdo.”  A menudo el “consejero” de nosotros los adultos, esta vestido de azúl con una placa en el pecho o vestido con una túnica negra y en vez de llamarse “consejero” se llama “policía” o “juez”. Y el “consejo” viene acompañado de una multa o una sentencia. Y lo triste es que quizás teníamos a nuestro lado a nuestra esposa o a un amigo que nos dijo: “reduce la velocidad” o “no estás claro, déjame guiar a mi esta noche”.

Si un buen amigo o un familiar querido observa que como resultado de nuestra inexperiencia o quizás, por causa de nuestro mal juicio, emprendemos un derrotero que puede traernos dolor, ¡debemos escucharlo! Un verdadero amigo no permitirá que por mantener la boca cerrada caigamos en un derrotero peligroso o hasta mortal.

LA MOTIVACIÓN

Si como consejeros tenemos la motivación correcta debemos sentir la libertad de expresar un consejo con toda libertad y si al ser aconsejados, comprendemos eso, debemos tener la valentía de escucharlo. El motivo al dar un consejo siempre debe ser el de ayudar a la persona aconsejada, no el de aporrearlo con palabras hirientes o despectivas.

La motivación correcta debe ir acompañada de las palabras correctas para que el aconsejado no se le haga más difícil procesar el consejo y logre aplicarlo sin apasionamientos, para su propio bien.

Escuchemos el consejo aún cuando pensemos que tenemos más experiencia que el que lo ofrece.

De modo que no se retraiga, por temor, a dar el consejo firme que se requiera. Piense en las razones por las que ofrece el consejo y asegúrese de tener la motivación correcta. Recuerde que el recipiente puede leer con claridad sus razones y le será mucho más fácil aceptar su orientación si percibe sus buenos motivos.

Ahora bien, digamos que se nos aconseja sobre algún aspecto en el que pensamos que no es cierto que tengamos un problema, tal vez sobre el consumo de bebidas alcholicas. A menudo el cónyuge o los amigos se percatan más pronto que nosotros mismos que estamos bebiendo más de lo acostumbrado y nos ofrecen un comentario que en realidad es un consejo no solicitado. ¿Qué haremos?

En vez de ponernos a la defensiva debemos darnos cuenta que quién nos aconseja es alguien que se interesa en nosotros y se toma la molestia de decirnos algo que considera que nos puede ayudar. Es poco probable que nos aconseje para humillarnos o para ofendernos. No es sabio ponernos a la defensiva sino escuchar. Tal vez podemos hacer algunas preguntas como: ¿Por qué dices eso? ¿Qué crees que debo hacer? Pensarlo y tratar de asimilarlo puede ayudarnos a evitar un curso de acción que, con el tiempo, pueda ser peligroso.

UN CONSEJO NO ES UN JUICIO

Un consejo no es un juicio sobre nuestra persona. No hay que asumir la postura de “defensa” como cuando se nos coloca frente a un juez, en un caso judicial. Tampoco es una simple opinión inconsecuente. No. Un consejo es como la luz amarilla del semáforo. Nos ofrece la oportunidad de determinar si debemos seguir, tal vez acelerando, o debemos reducir la marcha y detenernos en seco porque sabemos que enseguida vendrá la luz roja y no queremos ignorarla. En cualquier caso, tendremos que tomar decisiones así como enfrentar las consecuencias.

Sin embargo, sí es cierto que en algunas ocasiones, un consejo puede ser parecido a un golpe. Estoy convencido de que los golpes pueden ser muy aleccionadores, aunque no nos gusten, ni los deseemos. Con todo, hay veces que el golpe en su momento nos puede ayudar a reaccionar.

Un consejo sobre un asunto serio, puede ser parecido a un golpe.

En cierta ocasión un amigo me recordó un pensamiento sabio que se encuentra en el libro sagrado. La referencia está localizada en uno de los salmos. Concretamente en el Salmo 141:5 y lo que dice deja de ser ya la opinión humana para convertirse en una pauta imposible de ignorar. Dice: “Si me golpeara el justo, sería una bondad amorosa; y si me censurara, sería aceite sobre la cabeza, que mi cabeza no querría rehusar.” (TNM)

Aun cuando el consejo nos parezca injusto, no nos va a matar escucharlo, de modo que no hay razón para ignorarlo sino que hay mil razones para asimilarlo.

Ahora volvamos la atención no al que recibe el consejo sino al consejero. Por favor, ¡escuche! Si la persona que usted aconseja está convencida de que a usted solo lo motiva el bienestar de ella, escuchará y aceptará el consejo, pero debe escuchar sus argumentos o razones. Si el recipiente sospecha que ya tiene un juicio hecho o alguna motivación escondida, aunque tal vez escuche su consejo por respeto, es probable que no lo acepte ni penetre en su corazón. Jamás pensemos que nuestro consejo llega al corazón por alguna autoridad que se nos haya dado, como por ejemplo, cuando decimos: “¡Soy tu padre!”. No funciona así. Trate de motivar el corazón y evite aconsejar sobre la plataforma de la autoridad.

En conclusión, asimilemos y evitemos eliminar de nuestra vida un buen consejo. Viviremos más tiempo si abrimos los oídos al consejo y sin duda seremos más felices. Y, si por otra parte somos nosotros los consejeros, seamos pacientes y bondadosos pues no debemos asumir el papel de jueces. Queremos que otros asimilen y no eliminen nuestro buen consejo.