No idealices el fracaso, trabaja duro por el éxito y ruega a Dios.

¿Qué es fracasar? Para distintas personas puede significar distintas cosas. Para algunos fracasar es no lograr ganar el premio mayor en la lotería. Para otros es no alcanzar una meta profesional muy deseada. Puede ser el rechazo de alguien a quien se quiere, o, puede ser no alcanzar el estatus social que se buscaba. De cualquier manera, sea lo que sea que deseemos, no alcanzarlo puede representar un duro fracaso. Eso siempre es doloroso. De modo que “fracasar” no va a ser algo fácil con lo que lidiar en la vida. Y sin embargo, este llega a sernos familiar, tan familiar que a veces tratamos de idealizarlo como algo positivo.

¿Cómo muchos idealizan el fracaso?  Algunos insisten en tratar de convencernos de que el fracaso no existe, que solo es un paso para el éxito. En nuestro interior sabemos que esa prédica no tiene fundamento. De hecho, cuando se estudian las estadísticas, del por qué muchas empresas fracasan, hallamos algunos datos interesantes. En México, por ejemplo, la falta de planeación es responsable del 44% de los fracasos comerciales, a lo que le sigue otro 44% de falta de análisis antes de comenzarlo. Esto nos indica que los que comenzaron negocios, sin planificar bien y sin analizar en lo que se estaban metiendo se dirigian derechito al fracaso. Fracaso que ellos mismos se buscaron por no hacer buenos planes de cómo desarrollar la empresa y no haber estudiado el mercado de su producto de forma apropiada y eficaz. Lamentablemente eso mismo sucede con la mayoría de nosotros cuando nos resolvemos alcanzar una meta, sea la de abrir un negocio o la de alcanzar algo deseado. Planeamos poco, investigamos menos y tomamos decisiones deficientes. Pero hay otros aspectos interesantes de lo que nos sucede en la toma de decisiones.

QUEREMOS LO QUE QUEREMOS Y ESO ES TODO

Cuando nos encaprichamos y deseamos lo que deseamos porque sí, estamos destinados al fracaso. El fracaso no fue ninguna otra cosa que culpa de nosotros mismos. Claro, siempre podemos buscar un culpable. Los empleados, la economía, la falta de capital, el mal tiempo y todo lo que quieras agregar, al final, nos espera con los brazos abiertos el fracaso. ¿Pudo haberse evitado? ¡Por supuesto! De modo que, amigo mío, no nos metamos en el bolsillo el cuento de que solo ha sido un paso para el éxito cuando ha sido un “fracaso planificado.”

EL ENCAPRICHAMIENTO Y LAS CORAZONADAS

Ambos son enemigos del éxito, como dice un amigo, “big time”. Eso a pesar de que la gente suele confundir la experiencia con las corazonadas. Un ejemplo: cierto tenísta observa el saque de su contrincante. Puede que sea adentro o afuera, él no lo sabe. Sin embargo, por su experiencia ha aprendido que cualquier movimiento del cuerpo del atleta en el saque, si es a un lado o al otro, indica que su saque será en determinada dirección. Entonces, se adelanta en respuesta rápida a lo que “intuye” que será su saque. Tal vez el tenista diga que tuvo la “corazonada” de que el saque sería en aquella dirección, pero en realidad no tiene nada que ver con ese “espíritu caprichoso y vago” al que muchos llaman “corazonada”. Lo que sí tuvo que ver fue su experiencia en el deporte que le puede dar cierta habilidad, cierta perspicacia, para captar detalles de movimiento que otros no captarían. ¡Olvídate de las corazonadas y confía en tu experiencia! Otro ejemplo: Estás entre dos caminos. No tienes ni idea de cuál tomar. Puede que decidas tomar el de la derecha y luego dices que fue una corazonada si efectivamente llegaste donde debías. Pero si te equivocaste, no pensarás en la “corazonada” sino en tu mala decisión. Total es lo mismo, solo que cuando nos sale bien el tiro, realzamos la “corazonada” como la responsable del éxito, pero no del fracaso. La realidad es que, digan lo que digan, las decisiones son buenas o malas y no hay nadie más que nosotros mismos para ser responsables de ellas.

Por otro lado están los encaprichamientos. Estos van haciéndose presentes en determinados momentos en la vida. Y, dicho sea de paso, a qualquier edad. Eso de que los viejos son sabios por viejos es un cuento de camino. He visto viejos más tercos que una mula y jovenes más dóciles que una paloma. Claro, también he visto lo opuesto pero no tiene la edad nada que ver con la toma de decisiones sabias. Eso, sí, si te encaprichas, es muy probable que vayas derechito al fracaso. Antes de tomar decisiones, estudia, medita, mira las consecuencias, consulta y cruza los dedos.

Finalmente recordemos que no debemos idealizar los fracasos. No son pasos para el éxito. Un solo fracaso puede destrozar la vida de alguien, o la nuestra, sin remedio, sin segundas oportuniades, para siempre. Pregúntale a un piloto. Pregúntale a un cirujano. Pregúntale a un chofer de guagua escolar. Teme al fracaso y toma decisiones con mesura, con conocimiento. Usa todas tus habilidades y todos tus recursos para triunfar. No idealices el fracaso porque hacerlo no te proporcionará ningún pensamiento positivo.

Lo anterior no quiere decir que no podamos enfrentar nuestros errores y fracasos, y también es cierto que podemos aprender algo,  pero no un paso para inspirarnos en el siguiente error. Lo real es que el suceso imprevisto acaece a cualquiera, incluso a nosotros. Esa es la vida, esa es la verdad. Por eso, trabaja duro, planifica y estudia lo que vas a hacer y luego que has hecho todo eso… ¡ruega a Dios!

Piensa en esta cita del sabio Salomón:

Me volví, y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontece a todos. -Eclesiastés 9:11 (RV)

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