Elie Wiesel es un autor judío y sobreviviente del Holocausto. Dijo que “lo opuesto al amor no es necesariamente el odio, sino la indiferencia.” Tal comentario puede resultar difícil de entender a menos que conozcamos algo de la historia del Holocausto judío. Para Wiesel estaba claro. El vivió en carne propia lo que más tarde escribió.
Los alemanes, o debo decir, el partido Nazi dirigido por Adolfo Hitler, poco a poco, fueron atacando a uno y a otro elemento de la sociedad alemana pero los que no eran afectados de forma directa, asumieron una actitud completamente indiferente. No sabían que el odio nazi llegaría un día hasta su propia puerta. Para entonces, no quedaría nadie a quien acudir por ayuda.
Es triste que no hubiera clérigo religioso que alzara su voz contra los abusos perpetrados por el régimen. ¿Dónde estaban los maestros alzando sus voces? ¿Dónde estaban los periodístas y los escritores para decir algo y defender la justicia y la verdad? La historia nos dice que no hubo voces de protesta pues la indiferencia resultaba ser el plato del día en la alemania de esos tiempos. La indiferencia, por lo tanto, se hizo sinónima del odio.
Y es que parece ser una tendencia humana eso de ser indiferente a los problemas de los demás. Hay cientos de historias que enseñan lo peligrosa que es la indiferencia al dolor ajeno. La fábula del ratón y la ratonera es una de ellas. Si la has escuchado antes, volverás a escucharla una vez más.
Cierto viejo campesino puso una ratonera para pillar al pequeño ratoncito que había buscado refugio en la cabaña. El ratoncito al ver la ratonera se puso histérico y sabiendo el peligro que corría, fue donde la gallina y le pidió auxilio para sacar de la cabaña aquel terríble instrumento de ejecución. La gallina le dijo que ese no era su problema y que como no le afectaba, no le ayudaría. Aún más preocupado por la falta de cooperación de los que consideraba sus amigos, el ratoncito de la historia fue a parar a la vaca de la finca y le hizo la misma solicitud con la misma urgencia. La vaca le dijo que no le preocupaba la dichosa ratonera y que no le ayudaría. Enseguida el ratón pensó en su último recurso, el cordero… aunque no era de su agrado porque los corderos suelen ser demasiado lanudos. De todas formas allá fue por ayuda. El cordero le dijo lo mismo. Excepto, que lo tomaría en cuenta en sus oraciones. “Ese es tu problema, amigo,” replicó. Tal indiferencia le partió el corazón a nuestro ratoncito. Pero como para algo esta historia se escribió, sucedió que esa misma noche entró una culebra a la choza. La cola de la culebra disparó la ratonera y la pilló. La dueña de la casa al escuchar el ruido, se levantó veloz para ver a su víctima, ¡solo para recibir una mordida de la serpiente!
Ahora la esposa del campesino se halla en cama, ardiendo en fiebre por lo que el campesino mató a la gallina para hacerle una sopa a su esposa, con la esperanza de que mejorara. A los tres días la mujer murió y el campesino mató al cordero para dar algo de comer a las decenas de vecinos que vinieron al entierro. Y a la semana, vendió la vaca al matadero pues decidió mudarse del lugar. El único sobreviviente fue el pequeño roedor a quien nadie quiso ayudar.
Ser indiferentes ante los problemas de los demás puede costarnos muy caro. Como dijo el profesor Wiesel. En ralidad la indiferencia puede ser un reflejo del odio o la falta de amor que sentimos por los demás.
Eso sucedió en el Holocausto y debemos cuidarnos de que la historia no se repita al mostrarnos indiferentes por el dolor de otros. La vida puede dar la vuelta como la tortilla en la sartén y vernos nosotros en la misma o en peor situación. Y si eso sucede no querremos la indiferencia de los que pudieran darnos la mano. Por eso, amigo mío, si tienes una buena noticia que dar a tu vecino, ¡compártela¡ Si tienes una palabra que decir al que está de duelo, ¡dila! Si tienes una limosna que dar, ¡dá la limosna con alegría¡ Ayuda, contribuye, coopera porque al final todo eso refleja AMOR. Y el amor, amigo mío, ¡siempre logra su objetivo!
Moraleja: Si está en tus manos hacer el bien, ¡hazlo! Tu actitud va a servir de consuelo a unos y de estímulo a otros. La indiferencia es lo peor. El amor verdadero es activo, no indiferente. Que Dios te ilumine y puedas entender la importancia de actuar hoy y ahora.
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