¿Has pensado alguna vez en un cultivador o en un sembrador y en lo que hace? Pensemos unos minutos en este trabajo. El cultivador tiene semillas y un campo inmenso en el que debe trabajar. Labra la tierra y comienza a sembrar. Es un trabajo duro y agotador bajo el sol.
Ahora, por favor, piensa un instante en todo lo que tiene en su contra. En primer lugar, el clima. Puede que llueva tanto que el agua inunde su campo y todo el trabajo se pierda. La cantidad de agua que caiga está fuera del control del que siembra. Puede que, por el contrario, haya una sequía prolongada y otra vez, la semilla muera por falta del líquido vital. En segundo lugar, están las aves, pájaros que parecen dedicarse a devorar las semillas en la superficie del terreno que no han logrado germinar aún pero que son un verdadero manjar a estos devoradores alados que van y vienen sin que tengamos sobre ellos ninguna autoridad. Ellos hacen el daño que hacen y solo podemos poner unos espantapájaros que los engañan solo por una semana.
Finalmente el labrador tiene en su contra el tiempo. Los días pasan rápido y el tiempo para sembrar es limitado. Si se siembra fuera de los meses señalados toda la cosecha se llenará de gusanos o se perderá. Hay que correr para lograr el trabajo en el tiempo señalado. Con todo, el labrador sabe que si no siembra, nadie podrá cosechar. Por lo tanto, sabe que su trabajo es de vital importancia.
Ahora pensemos en los maestros. Por unos minutos pensemos en nuestro trabajo y en todo lo que tenemos en nuestra contra. Nosotros tampoco tenemos el control, por ejemplo, del “clima estudiantil”. Los maestros no tenemos control del ambiente de estudio en el recinto escolar. Es verdad que podemos ejercer cierta influencia pero no dominamos este ambiente a nuestro capricho o según pensamos que nos resulte conveniente. Muchas veces ni siquiera en nuestro Salón de Clases logramos alcanzar el “clima ideal” pues distintas circunstancias pueden hacer del recinto escolar o del aula, uno árido e ineficaz para la alcanzar la enseñanza que deseamos impartir.
En segundo lugar luchamos contra los “pájaros” o elementos estudiantiles desorientadores o elementos anti estudiantiles que le roban el tiempo y las ganas de estudiar a nuestros alumnos. Estos ladrones de semillas pueden decepcionarnos y desanimarnos profundamente. Otra vez, estos también están fuera de nuestro control, nos guste o no, ni un espantapájaros profesional logra desanimarlos por mucho tiempo.
Finalmente los maestros tenemos de enemigo el tiempo. No podemos adelantarlo para beneficar a nuestros estudiantes ni tampoco lograremos atrasarlo para nuestra conveniencia. El tiempo ni se adelanta ni se atrasa. ¡Cuantas veces se convierte en enemigo! Como maestros el tiempo es limitado, el tiempo vuela y hay mucho que “sembrar” y como agua entre los dedos los días y meses se nos van sin que sintamos que terminaremos el currículo de estudios para el semestre.
Sin embargo, aunque hay tanto en nuestra contra, el maestro, como el agricultor ve los tiempos de cosecha sin desanimarse en su vital labor. ¡Hay solo una razón para ello! El agricultor y el maestro hacen un trabajo que se basa en la esperanza. La esperanza impulsa, motiva, da fuerzas y finalmente logra su propósito.
Al tiempo debido, ni antes ni después, el campo se llenará de fruto y el fruto crecerá. Lo mismo ocurrirá con nuestros discípulos. Al tiempo debido, van a desarrollarse y crecer. El campo se llenará de fruto y nuestros estudiantes harán fila para tomar su diploma el día de su graduación. Es verdad, no todos, pero igual que el sembrador y sus semillas, algunas crecerán. ¿Cómo creció y por qué? muchas veces no lo sabemos tal y como no lo sabe el sembrador. El no se preocupa por examinar los resultados químicos que sufre la semilla en contacto con la tierra y el agua. El se preocupa por los resultados. Los resultados son para su regocijo y para alimentar a los suyos. Nada hay como el regocijo del sembrador antes de la cosecha.
En tiempos antiguos siempre celebraron con festivales la época de la cosecha. No tanto así la época de la siembra. La época de la siembra se RECORDABA pero la cosecha se CELEBRABA. Curioso que no habría cosecha sin siembra pero lo que les causaba mayor alegría a estas comunidades era la época del recogido del producto de su esfuerzo. Todavía hoy en comunidades agrícolas por todo el mundo se siguen estas costumbres.
El maestro, por lo tanto, debe aprender algo de este proceso. La siembra debe hacerse con empeño, con cuidado y si quieres, con rigor. Pero el maestro debe ver con ojos de esperanza, la cosecha. Debe aprender a ver el futuro, los resultados, las consecuencias de su duro trabajo. Es ahí, en el estudiante que se gradúa, es ahí en el estudiante de éxito, que el maestro se regocija en su trabajo. Como de diez, uno, como de cien diez, como la espiga de grano maduro de la cosecha, el maestro debe ver el resultado, y regocijarse en él.
Como maestros, celebremos hoy nuestro privilegio de sembrar. Reconozcamos que hay mucho que ocurre que no sabemos cómo sucede ni por qué sucede y celebremos hoy y ahora el tiempo que dedicamos a la siembra,¡tiempo sin el cual, no habrá, jamás, cosecha!
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