Cuando te pones a pensarlo bien, ¡es un milagro estar vivo! Mira todo lo que sucede a nuestro alrededor. Si ves las noticias te parece que el mundo se desmorona. Cada día los seres humanos nos quedamos con menos y menos compasión, dignidad, respeto y verguenza. Las familias se pelean en estos días de fiesta, nuestros contemporáneos se mueren y para colmo, nuestros mejores amigos se mudan …y tu miras por todas partes y te dices a ti mismo: –“¡es un milagro que estoy vivo!”

La tristeza.

La enfermedad del momento es la depresión, en mis días le llamábamos, “tristeza.” Por supuesto hay tristeza pasajera y hay tristeza profunda que necesita ayuda clínica. Desgraciadamente, hoy la tristeza es uno de los negocios más productivos que existen. El negocio de la depresión deprime a cualquiera de modo que no voy a dar cifras. Pero, ¿no crees que mucho pudiera mejorarse con una terapia de esperanza y amor?  Por lo menos una buena parte de los que padecen estas enfermedades, que aún no han llegado a ser graves, se deben a malas decisiones, a exigencias impropias, y a  frustraciones que arrastramos desde la niñez. Todos los anteriores, asuntos serios que cobran sus réditos tarde o temprano.

Otras personas, tal vez las menos que las anteriores, pero todavía un buen grupo, se entristecen por asuntos de muy poco valor verdadero, como por no tener los recursos para comprarse el último iPhone o el BMW de sus sueños. ¿De verdad valen la pena estas cosas como para que cambie nuestro sentido de logro en la vida y nos lleven a un estado de tristeza?

Todavía otros, se entristecen por causa de lo que ven en el espejo, que, obviamente no les gusta para nada. Lo escuchas todos los días: -“me estoy poniendo viejo(a). ¡Pues deberías alegrarte de que no te hayas muerto todavía! Pero, nuevamente el comercio y la vanidad se interponen y comenzamos a pensar que si me levantan de aquí y me ponen por acá, tengo mayores posibilidades de ser feliz y de liberarme de esta tristeza que tengo. ¡Quien se crea esa mentira le espera mayores dolores!  Este tipo de remedio popular hoy, es sumamente costoso y peor aún, sumamente temporal. Es otra manipulación que nos hace el comercio del mundo en que vivimos. Es ponerle una curita a una grieta que se abre en la represa de las emociones. ¡Evita caer en esta trampa!

¡Es un milagro estar vivo!  Si estás vivo, deja de preocuparte por lo que te falta y piensa en todo lo que te sobra. Tienes solo dos pies y cinco pares de zapatos en el closet. Solo te puedes poner una camisa a la vez y tienes diecisiete en el armario. ¡Vamos, amigo, saca un papel y un lápiz! Suma, y dime cuánto te sobra… te aseguro que es mucho, mucho más de lo que te falta. Y si además  todavía sientes tu cabeza sobre tu cuello, ¿de que te quejas amigo?

Sé creativo.

Cuando era un muchacho recuerdo que hacía con un patín una carriola y a mis carritos los tiraba de una soga. Aunque tenía algunos carritos de baterías, los que más me gustaban eran los que yo podía arrastrar con un cordel a la velocidad que quisiera. La imaginación de un niño siempre está presente y se multiplica con lo sencillo. Recuerdo a mi hermana disfrutar de lo lindo, debajo de una caja que nos servía de casita. No que fuéramos pobres pero nuestros padres no nos adulaban con juguetes muy costosos. Ellos, incitaron en nosotros, tal vez sin saberlo, el uso de un arma poderosa contra la tristeza: la imaginación. Aunque ya un poco abollada por los años, todavía, ella y yo tratamos de mantener viva la imaginación en las cosas que hacemos. ¿Recuerdas la imaginación que tenías de niño?

No olvido el día que papá me compró una bici. Recuerdo que entonces no existían los cascos para protegerse el coco, más bien, lo que nos hacía “coco” era lograr tener una bici con un buen timbre, una trompeta y una cesta para buscarle los mandados a mamá. Hay pocas sensaciones que producen un agradable sentido de la libertad como correr en bicicleta, ¿no te parece?

La vida en aquellos tiempos era menos peligrosa que la de hoy, es cierto, pero no podemos negar que muchas veces es nuestra propia conducta la que hace la vida más y más peligrosa. ¿No has visto cómo los jóvenes revisan su correo electrónico mientras montan bici, conducen el automóvil o van de camino a la escuela con el celular en la mano? Es verdad que nuestra vida era más sencilla pero también es verdad que nuestra conducta tiene mucho que ver con complicar lo que ya de por sí está complicado.

El trabajo.

¿Has notado que esta generación lo sabe todo? Le preguntan todo a Siri o a Alexa quienes a la velocidad del rayo les suministran las respuestas, de modo que siempre saben más que tu. Si “ellas” no saben buscan el vídeo en YouTube. ¡Ya está! Saben de todo menos de aprender a trabajar. No les hemos enseñado con suficiente fuerza que para ganar un peso hay que estudiar, sudar y seguir instrucciones. Hay que llegar temprano al trabajo y cumplir con las responsabilidades antes de acostarse. Muchas veces no tienen ni idea de lo que es el sentido de compromiso por lo que nunca sabes si llegan o no llegan, si vienen o no vienen, si van al trabajo o decidieron quedarse a descansar.  Lo que piensan es que trabajar 8 horas es solo para los bobos que no saben lo que ellos saben. Nuestros chicos saben mucho de todo, pero los pobres, todo lo que saben no les sirve para mucho.  ¡Ah! ¡pero ambición no les falta! Todos quieren ser millonarios y tener su propio avión. Cuando esos pensamientos suben a la cabeza, la tristeza ha comenzado a tocar con fuertes golpes a las puertas de sus vidas. Ellos no lo saben, pero crean el caldo para un futuro de frustraciones.

El equilibrio.

Y todavía hoy los jóvenes nos preguntan cómo era posible que nosotros viviéramos sin internet, sin teléfonos celulares, sin televisión a colores, sin Facebook ni Apple.  Estas cosas han llenado tanto y tanto sus vidas que les parece que no hay vida posible sin estas cosas. ¡Por supuesto que la hay! Es cuestión de equilibrio.

Aunque lo moderno tiene ventajas indiscutibles, el gusto está en el equilibrio. ¿Que tal de trabajar para ganarnos lo que compramos sin pedir prestado? Deber dinero, para mi, no es un estatus de poder sino una condición de esclavitud. ¿Qué tal de sacar tiempo para conversar con nuestra esposa, nuestros hijos y nietos?  ¿Qué te parece gozar de visitar a los verdaderos amigos, de compartir tiempo con otras personas?

¿Qué es lo más importante para ti en tu vida? Cuando lo practicas ¿no sientes una profunda felicidad? Como ves, no es necesario estar “conectado” el día entero, a los aparatos, es cuestión de ser equilibrado. ¿Lo eres?

El respeto primero y el vocabulario, después.

Todos nos quedamos sorprendidos cuando sabemos que a nuestro vecino le robaron una caja que dejó en la puerta un empleado de UPS. Y parece que para algunos este es un negocio redondo que no detienen las cámaras de seguridad ni las rondas de la policía.

Y que conste que dejar cosas en las puertas, no es nada nuevo, por si acaso los jóvenes piensan que es una innovación del siglo XXI. Cuando niño el lechero nos dejaba en casa dos litros de leche en aquellos envases de cristal y a nadie se le ocurría llevarse la leche del vecino. ¡Ni siquiera pensaban en llevarse la peseta que se dejaba dentro del litro de leche para pagarle al lechero por los dos litros!  He dicho “llevarse” porque tampoco hoy se ve bien que uno escriba: ROBARSE”… porque hasta el vocabulario tenemos que cambiar para no ofender los derechos civiles de los pillos, abusadores, y pervertidos que andan buscando a ver a quien “tumban”. El problema es mayor que el vocabulario, amigo mío. Trabajemos con lo primero ayudando a la gente y no le demos tanta importancia a lo segundo.

El televisor.

Otra cosa, ya que estoy en esta línea, no sé a ti, pero a mi me enseñaron que, cuando recibes una visita hay que atenderla y cuidarla.  ¿No es cierto que en tiempos bíblicos Lot arriesgó su vida para proteger la visita que había venido a su casa? Hoy, en muchos lugares, una visita no es bienvenida a menos que primero avise sobre sus intenciones y eso aunque sea familia. Pero, aún después de avisados, el televisor se queda encendido como para enviar el mensaje subliminal de que “estamos ocupados viendo televisión de modo que puedes irte cuando gustes.”

¿Has notado que los televisores son cada vez más grandes y las entradas a nuestros hogares cada vez más pequeñas? No es casualidad, el televisor ha reemplazado a aquel  altarcito que había en muchas casas con aquella virgen que presumía de tener siempre su velita encendida. Pues hoy, ver televisión es, como aquel altarcito. El dios de millones de personas es la tele y sus fieles adoradores van a la cama, cada noche, más vacíos y frustrados que al momento de encender el aparato de la TV. Otra vez es asunto de equilibrio y de saber seleccionar lo que vemos. ¿Por qué no tratas de controlar su influencia en tu hogar? Y, por favor, si recibes una visita, apaga el aparato y disfruta de la velada.

El robo de identidad.

El robo de identidad, no se trata de que la gente quiere ser como tu. No es “imitación de tu identidad.” De lo que se trata es de que te quieren quitar lo que tu tienes, sin compasión y muchas veces, sin remedio. El FBI dice que todos los que vivimos en los Estados Unidos vamos a sufrir el robo de identidad, tarde o temprano. Y estamos expuestos hasta en nuestras actividades cotidianas. Cada vez que hacemos una compra con una tarjeta de crédito o cada vez que encendemos nuestra computadora, nos estamos exponiendo a que nos roben la identidad, que es lo mismo que te dejen sin un centavo. En mis días eso era tema para películas. Hoy, tu y yo vivimos la película, sin ser las estrellas nos convertimos en los estrellados.

¿Cuánto más nos falta por ver? No sé tu, pero yo, a cada rato me digo: “es un milagro que esté vivo”.


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