Estás en un cuarto totalmente oscuro. Buscas una salida pero no la encuentras. No sabes ni la hora ni el día que es. Finalmente encuentras la puerta y desesperadamente la abres, solo para hallar otra habitación totalmente oscura. Ese ciclo se repite vez tras vez, al punto en que ya no te interesa ni te importa abrir otra puerta porque sabes perfectamente lo que te espera. A eso le llaman depresión.
Para algunos, la depresión es la enfermedad del siglo XXI, para otros es el negocio del siglo. Dos visiones opuestas, pero tristes, de la realidad que viven afectadas millones de personas, 350 millones, que en demasiadas ocasiones son incomprendidas, que cargan un madero de tormento invisible pero muy real y presente para ellos. Tome nota de lo que señala “La Nación” de Costa Rica, en su editorial del 2 de septiembre de 2014: “La depresión no es una enfermedad silenciosa, pero permanece en el silencio. Quien la padece sufre dos veces: por la dolencia en sí misma y por la incomprensión de la sociedad, incluso de su entorno inmediato. El suicidio del actor Robin Williams, que alcanzó resonancia internacional, así como recientes casos en Costa Rica, que no por tratarse de seres comunes y corrientes son muertes menos dramáticas, muestran la extensión y gravedad del problema. La frase “La depresión está de moda” se lee a menudo en redes sociales, escrita con ligereza, y refiriéndose a un mal que padecen más de 350 millones de personas en el mundo. Aunque superficialmente se confunde con la tristeza ocasional, los estados de ánimo y los efectos del estrés, se trata de la principal causa de incapacidad en el siglo XXI y la primera enfermedad entre adolescente.”
La revista virtual “Fundación Melior” dice: “En la sociedad actual, la gente tiene muchos motivos para deprimirse —una pérdida, como la muerte de un familiar, el desempleo, la precariedad o la soledad—. El problema es que estas situaciones emocionales, que hasta no hace mucho se catalogaban como simples estados pasajeros de ánimo, hoy se consideran enfermedades medicables, de ahí que las estadísticas reflejan un considerable aumento del porcentaje de personas que son calificadas de depresivas.”
Lo que sucede hoy es que esta enfermedad ha adquirido fuerza y gravedad desconocidas para otras generaciones. En vez de usar té de tilo, de camomila o quedarnos en casa durmiendo, para calmar la ansiedad que producen los problemas de la vida, en nuestra generación la enfermedad de la depresión se medica y agrava día por día. Aunque sean pertinentes y necesarios, a menudo los medicamentos pueden agravar a algunos pacientes y hasta ser el gatillo que dispara otros males.
No podemos decir a un diabético que elimine la insulina ni podemos decir a un enfermo de corazón que deje de tomar Krestor. Estos medicamentos, aunque tengan contraindicaciones son una forma de combatir o nivelar una condición. De modo que no podemos ser simplistas y decir que el enfermo de depresión debe dejar los medicamentos. El hecho de que se haya convertido en un negocio mundial no elimina la necesidad de algún control médico que pueda ayudar al paciente a funcionar lo mejor posible dentro de su condición.
La revista “Diario Femenino” dice: “Lógicamente los síntomas de la depresión necesitan un tiempo para desarrollarse. Un tiempo durante el cual, la persona que lo sufre empieza a experimentar cambios progresivos en su comportamiento, cada vez con menos ganas, cada vez con menos ilusión y cada vez con menos fuerza. Unos cambios que tampoco pasan desapercibidos a quienes les rodean. Sin embargo, la idea general es que esa persona se está “dejando”, que no pone voluntad, que es débil, que no es capaz y hasta que es una vaga. Y es que ese estado de apatía producto de la depresión genera mucha incomprensión. No se comprende cómo una persona activa, con todo a su favor para ser feliz se ha dejado hasta tal punto que ha perdido las ganas de vivir.”
De modo que para colmo de males, la persona con depresión es capaz de percibir que la gente no cree que están enfermos sino que padecen de una enfermedad voluntaria y caprichosa. Yo mismo he escuchado comentarios como los siguientes: “no quiere curarse”; “solo busca atención”; “lo que sucede es que no quiere trabajar.”
Poco a poco, el enfermo va concluyendo que no vale nada y que, por lo tanto, la vida no vale la pena vivirse. El deprimido, lucha, TODOS LOS DÍAS, no con la idea de si vale la pena vivir, sino que, se convence de que NO DEBE ESTAR VIVO.
Usted y yo podemos determinar, en muchas ocasiones, por qué tenemos una mala digestión o por qué nos duele un brazo. Tal vez comimos fuera de hora o tomamos alimentos muy pesados. Puede ser que pulimos el auto y ahora sentimos el brazo resentido. Sin embargo, el enfermo de depresión, en muchas ocasiones, no sabe por qué está deprimido. Otras personas pueden verle como un mal agradecido y el mismo deprimido se siente ser un mal agradecido porque tampoco comprende la causa de su enfermedad. Esto crea un peso enorme sobre sí mismo que le tortura día a día.
Una chica que padece de esta enfermedad dejó su médico porque, en cada visita, éste le decía “¡que bien te ves!.” Aunque no era la intensión del terapeuta hacerle daño, ella lo veía como un comentario de “no te creo para nada que estás enferma.” Llegó al punto de explotar y abandonar el tratamiento. Esta experiencia de la vida real ilustra que el deprimido experimenta una situación compleja y profunda que no puede aliviarse con un comentario superficial que pretenda animarle.
¿CÓMO AYUDAR A UN FAMILIAR DEPRIMIDO?
Tómalo como una enfermedad real, seria. Recuerda que lucha por su vida, cada día. No ofrezcas comentarios huecos sin sentido y no le envíes mensajes que pudiera interpretar como flechas encendidas. A continuación te ofrezco algunos puntos en los que puedes pensar si tienes un familiar con depresión severa.
- Asegúrate de llegar donde un profesional de la salud que no sea un comerciante interesado solo en dar medicamentos al enfermo. El enfermo necesita galenos que de verdad se interesen en su salud y que puedan entender su condición.
- Supervisa los medicamentos que tome el enfermo. No solo sus horarios y dosis sino también cuidarse de no dejar que el deprimido sea el que controle los medicamentos. Si permites eso, puede ser que un día decida tomarlos todos de una vez.
- Trata de detectar a UN MIEMBRO de la familia que tenga la paciencia de darle apoyo emocional al enfermo. Sin embargo no debe ser uno al que fácilmente le pueda decir “no” sino uno con el que se sienta comprometido. Uno que esté dispuesto a escucharle y que sea fuerte en sentido emocional para que le ofrezca dirección AMOROSA pero FIRME al enfermo.
¿QUÉ PUEDE AYUDAR A UN ENFERMO DE DEPRESIÓN A MEJORAR?
- Aprende a vivir un día a la vez. Cada día tiene sus propios afanes y retos. No te preocupes por mañana. Atiende los asuntos del día. Aunque esto no es fácil, es una medicina que ayuda al paciente de depresión.
- Haz todo lo que puedas por los que amas. Dárte en mente y corazón a favor de los que amas, te darán HOY las fuerzas para vivir. Pensar que tu esposo, tus hijos o tus padres te necesitan te motivará.
- Tu no escogiste tu enfermedad. No eres culpable de nada. Tu debes enfrentar tu porción sin tratar de buscar explicaciones o culpables.
- Acéptate. Tienes una enfermedad real pero no estás solo en tu lucha. Toma tus medicamentos. Descansa, acepta las distintas etapas de la enfermedad.
- Envuélvete en alguna atctividad que te apasione. Para algunos pudiera ser nadar, jugar pelota, montar bici, leer, lo que sea que te provea un escape y una actividad positiva que te provea un poco de energía emocional.
- Si te gustan las mascotas, he visto que a un buen número de amigos con depresión, sus mascotas han secado sus lágrimas. Considéralo como una opción.
La depresión es capaz de convertir a un ser humano en un zombi sin dirección que vaga de un lugar a otro sin importarle si vive o muere. Es indiferente a lo que a otra persona le pudiera provocar ilusión. Puede reír ahora y llorar amargamente diez minutos más tarde sin saber qué ha sucedido. Vive una montaña rusa de emociones POR DENTRO, en su mente, que ninguna otra persona pueda siquiera imaginar.
Es menester ser paciente, muy paciente con una persona enferma de depresión y, a la vez, es importantísimo ser amoroso. Permítale hacerse útil, cuando pueda ser útil, sin esperar que lleve un horario regular y permanente porque simplemente no podrá alcanzarlo. Jamás le incrimine haciéndole pensar que es su culpa. Tenga cuidado de no discriminar ni minimizar su desempeño ni tampoco comparalo. En multitud de ocasiones se puede ver una línea hereditaria de modo que no hay por qué buscar culpables.
Los problemas y desordenes mentales no solo son difíciles de tratar y comprender por los laicos en el tema sino que lo son también para los que estudian el cerebro humano. La ciencia reconoce que sabe muy poco del cerebro y lo que se sabe no es suficiente para crear un protocolo de tratamiento efectivo en pacientes de depresión crónica.
La depresión puede ser pasajera o podría durar mucho tiempo, meses o años. El enfermo tiene que aprender a vivir con ella. La familia también tiene que aprender a vivir con un miembro amado que vive con una condición incomprensible. Ese aprendizaje les será, a todos los implicados, muy valioso en ganar, poco a poco, la mejoría deseada.
Nos queda, por ahora, ser comprensivos, pacientes y amorosos con los que sepamos que padecen de esta terrible enfermedad. Seamos compasivos, no prejuzguemos, y a la vez seamos activos en ayudar a los deprimidos, especialmente a los que tengamos cerca. Aprendamos a darles el espacio y a la vez la atención que necesitan para trabajar día a día con eso que conocemos como la depresión crónica.
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