En mi barrio solían decir que la culpa nunca cae al suelo… ¡porque siempre hay alguien que carga con ella! Y aunque es un dicho simpático que ilustra la jovialidad de un pueblo, no deja de ser un dicho basado en la realidad. Gracias a la culpa podemos enviar a miles a las cárceles, incluso al patíbulo. Gracias a este sentimiento las iglesias logran controlar y manipular la mala inclinación con la que los seres humanos nacemos con filosofías como la del castigo eterno. Echando la culpa a otros los líderes políticos de un lado, envían a millones de jóvenes a la guerra.  En fin, es muy cierto que la culpa no cae al suelo sin que alguien cargue con ella.

No es desconocido que la culpa tiene otras fases tristes, por ejemplo, posee la facultad de poder paralizarnos y hasta de controlarnos. Cuando hace esto nos convertimos en lisiados emocionales incapaces de resolver nuestros problemas y de estar en paz con nosotros mismos. Hombres y mujeres casados utilizan este sentimiento para hacer maniobras con las que responsabilizan a sus cónyuges. El sentimiento de culpa puede hacernos sentir desgraciados aún cuando no tuvimos ninguna responsabilidad de lo sucedido. Es un juez mental invisible que nos sentencia vez tras vez y del que parece que no podemos escapar.

¿Puede este sentimiento tener algún aspecto positivo? Sí. Un apropiado y sano sentimiento de culpa pudiera animarnos a resolver un asunto que ha quedado pendiente de solución. Pudiera resultar en que resolvamos problemas viejos y dolorosos. Puede que gracias a un sentimiento de culpa podamos restablecer la paz con nuestros amigos o familiares. Sin ese sentimiento presente en nuestra conciencia, difícilmente tendríamos las fuerzas para reparar heridas. Como vemos, la culpa no es tan negativa como pudiera parecer. Ahora, repasemos dos asuntos importantes:

PRIMERO: ASEGÚRATE DE QUE HAY UN GRADO DE CULPA REAL EN LA SITUACIÓN

En ocasiones sentimos la alarma en nuestra mente pero cuando reexaminamos la situación de forma objetiva podemos tratar de asegurarnos de que haya una falta VERDADERA y real, no una falta supuesta ni imaginaria. ¿Cómo se hace este ejercicio? Una forma de lograrlo es por medio de invertir los papeles de los implicados en nuestra mente. Podemos revivir la escena pero ocupando el lugar de la otra persona. ¿Qué sentimos? ¿Nos damos cuenta de que el asunto no fue tan grave como supusimos? ¿Te hubieras sentido ofendido y enojado o por el contrario te das cuenta de que tu mente te está haciendo pasar un mal rato? Si no te hubieses sentido herido, es probable que no tengas razones para preocuparte o para sentirte culpable. La próxima vez que veas a esa persona acércate con una sonrisa y mira su reacción. Cómo reaccione te asegurará si debes pedir excusas o el sentimiento de culpa era imaginario.Se ha dicho que en ocasiones somos nuestro peor enemigo y es una gran verdad. Debemos tener cuidado y evitar el sabotaje que podemos hacernos a nosotros mismos suponiendo en otras personas sentimientos que tal vez ni pasaron por sus mentes. 

SEGUNDO: PIDE EXCUSAS SINCERAS POR TU ERROR

Si nos equivocamos, nos equivocamos. Cuando “metía la pata” un amigo de muchos años se decía: Pues “soy hijo de Adán” y trataba de arreglar el problema. En realidad resolvía dos problemas. El primero era su propio sentimiento de culpabilidad y el segundo era su relación con la otra persona. No hay nada más reconfortante que escuchar a alguien reconocer un error. Hacerlo es curativo, nos alivia y nos permite seguir adelante. Tomar la posición de “yo no me equivoco” es poco práctica y aleja a la gente de nuestra persona. Pero hay algo más. Hay que recordar que si no arreglamos el asunto es muy probable que sigamos dedicando tiempo, pensamiento y energías a la culpa que genera nuestra mala conducta o nuestro mal juicio de una situación. La culpa no duerme, nos acompaña a todos lados, no descansa y tiene una memoria poderosa. No la alimentemos por causa del orgullo.

Por otra parte, hay que saber determinar la diferencia entre la culpa y la verguenza. Ambos sentimientos pueden ser muy parecidos y hasta provocar reacciones similares, no obstante, representan motivaciones que no son afines. Un individuo puede sentir culpa por una mala acción mientras que otro puede sentir verguenza al ser sorprendido en esa misma mala acción. Aunque los sentimientos son parecidos ¿te das cuenta de que no son iguales? Demos un ejemplo: Cierto esposo tiene una aventura con una mujer en el trabajo rompiendo su voto de fidelidad. Al darse cuenta de que ha hecho algo muy malo se produce el sentimiento de culpa. A la vez se siente despreciable y sucio, lo que demuestra verguenza. En resumen la verguenza es el fracaso de no poder ser lo que se desea ser, mientras que la culpa apunta a una falla o deficiencia en lograr hacer algo

Al examinarnos con una inteligencia emocional básica, nos damos cuenta de que la culpa puede obrar para nuestro bien siempre y cuando no permitamos que nos lleve a los extremos. Aunque no caiga al piso y tengamos que cargarla nosotros, ni es el fin ni quedamos marcados sin remedio. De hecho, hasta puede ser una catapulta que nos impulse a resolver asuntos que han quedado sin solución.

 


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