Se me ocurre decir que había una vez… una ciudad muy antigua de pocos habitantes, de escasas riquezas y de peores recursos de protección pues sus murallas estaban en muy mal estado. Un día, cierto rey poderoso la sitió con sus ejércitos para conquistarla. Los que vivían dentro de sus muros sabían que las posibilidades de sobrevivir al cerco eran muy pocas. Aún así, reforzaron las puertas de la ciudad como pudieron, pero todos estaban aturdidos y desesperados ante lo que se les venía encima. El rey poderoso que la sitió estaba confiado de que en poco tiempo la ciudad y sus hombres estarían a su merced. Era cuestión de esperar hasta que se rindieran por el hambre y la angustia. Así era cómo en aquellos tiempos tomaban las ciudades amuralladas los reyes ambiciosos y esta ciudad parecía ser presa fácil.
Sin embargo, también había en aquella ciudad un hombre muy sabio, al que, como suele sucederle a los sabios, nadie prestaba mucha atención. Preocupado por su destino y el de sus compueblanos, trazó un plan de escape y lo presentó al rey. Este, impresionado, convocó a sus nobles y los nobles al pueblo que quedó muy a gusto con la propuesta. Gracias a su plan, en una sola noche, hombres, mujeres y niños lograron escapar, con sus posesiones y lograron ocultarse en un lugar seguro, dejando tras de sí la ciudad y su débiles murallas. Al percatarse de esto, el rey poderoso y sus ejércitos se retiraron, humillados. De este modo, un solo hombre, sin armas, sin fama ni poder, salvó a toda una ciudad gracias a su sabiduría. Pero, nuestra historia no termina aquí con un final feliz, pues la sabiduría tiene también un ángulo inesperado para muchos. Escuche: Al regresar a la ciudad, todo el pueblo, sus nobles y hasta el mismísimo rey se olvidaron por completo del hombre sabio y de lo que hizo por la ciudad. El viejo volvió a quedar solo e ignorado. Y como en cada historia hay una lección, nuestra historia también tiene su moraleja: La sabiduría solo beneficia permanentemente a quien la posee.
Amigo lector, el tonto puede beneficiarse de la sabiduría pero no es capaz de atesorarla. No puede hacerla suya. No aprende nada. No sabe recompensarla y suele olvidarla para continuar en su derrotero materialista, vacío y despreocupado. Luego que el ignorante utiliza la sabiduría, la despide de su vida pues para él no tiene ya más valor. El sabio, no debe esperar recompensa por el ejercicio de la sabiduría. Su verdadera satisfacción será la de ayudar, iluminar y redimir.
La vida está llena de situaciones parecidas a la que hemos narrado y no dudo que el lector haya comprobado en carne propia esta realidad. Tal vez gracias a tu experiencia, habilidad y conocimiento hayas ayudado a algunos en sus momentos difíciles, y también es probable que, como el sabio de la ciudad, hayas quedado en el olvido. Pues nada raro te ha ocurrido, es la realidad del ejercicio de la sabiduría. Por regla general el mérito es siempre de todos y el fracaso siempre es de uno solo. El mérito siempre se reparte pero la estupidez se individualiza.
Búsca la sabiduría y atesorala.
La sabiduría es la capacidad de aplicar el conocimiento a las situaciones difíciles de la vida. Siempre es práctica y siempre se basa en la verdad. No busca reconocimiento, dinero, fama o poder. Busca la verdad y hacer lo bueno. Busca la satisfacción de obrar el bien de forma imparcial. El sabio abandona el rencor, el odio y la ira. Su corazón reside en paz. No busca revancha ni venganza. No mira el poder como su fuerza ni la fuerza como su poder. Tal vez puedas hacer una lista de los hombres más sabios que conoces y probablemente te sorprenda que también son los más pacientes y humildes.
Miles se hallan hoy bajo “sitio” como una ciudad rodeada de ejércitos enemigos acampados. Gastan una fortuna en buscar la salida y muchas veces lo logran alquilando lo que a ellos les falta. Sin embargo, con el tiempo vuelven a ignorar la sabiduría para continuar en su proceder torpe, despreocupado, vano e infeliz. La sabiduría tiene su precio pero no se puede comprar con dinero. No es popular porque no ofrece recompensas mundanas. No incluye crédito ni reconocimiento. A menudo implica ser olvidado. El sabio se hace del tiempo, el conocimiento, la observación, la disciplina y el trabajo. Finalmente, la sabiduría solo se le regala a los humildes.
Cuando llegue el día del “sitio a tu ciudad amurallada,” recuerda que solo la sabiduría puede ocultarte del desastre. Solo la sabiduría nos rescatará y nos ofrecerá un refugio confiable. Aunque seamos ignorados, poco reconocidos o incluso olvidados, la sabiduría, en nuestras manos no se va con el mejor postor. La sabiduría es fiel y permanecerá siempre contigo a donde vayas y donde estés. Búscala y atesórala.
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