Vivimos en tiempos en que la gente grita. Se gritan los conductores en las carreteras, gritan los maestros a los estudiantes, el niño le grita a su madre y el padre a su esposa. Y si te fijas bien, el volumen de tu televisor aumenta cuando vienen los anuncios, lo que parece sugerir que hasta te gritan para vendernos un servicio o un producto. ¿Acabará algún día esta gritería?
Ahora bien, lo sabio sería comenzar por casa ¿no es cierto? El hogar debe ser el laboratorio en el que desarrollamos y practicamos los hábitos y actitudes que mostraremos afuera el resto de nuestra vida. Pues comencemos por no gritar a nuestros hijos.
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A menudo las mujeres, madres y esposas, gritan cuando se sienten bajo mucha presión emocional. Tal vez los hijos estén enfermos e irritables. Quizás la madre misma no se sienta bien. Tal vez la preparación de la cena haya sido interrumpida por alguna tontería o un accidente y ahora todo va a salir tarde. Tal vez parezca que casi todo ha salido mal, y no sabe qué más hacer. En medio de esas circunstancias, no sorprende el que cualquiera tenga ganas, muchas ganas, de gritar.
Los hombres, también, nos encontramos cada vez bajo más y más presión. A nosotros nos agobian la multitud de situaciones financieras. Muchas veces sentimos que estamos al borde de perder el trabajo y nos encontramos con los nervios irritados. Sobre esto, enfrentamos la agonía del tráfico para llegar a casa. No hay duda de que es entonces cuando la más leve irritación, como por niños que hagan ruido, puede hacer que sientamos ganas de estallar verbalmente y pegar un buen grito.
Es obvio que estallar en gritos no es lo más apropiado ni lo más sabio. No es lo que va a calmar a nadie ni lo que va a remediar ninguna situación. Incluso, se ha comprobado que es terrible para nuestra salud.
Hoy pensemos un poco en el efecto que tiene en nuestros hijos el que nos gritemos o el que se les grite a ellos. De seguro eso no los va a atraer a nosotros ni va a generar la confianza que deben tener en sus padres. Publicado recientemente en la revista Child Development se concluye que gritar a los más pequeños aumenta los problemas de comportamiento y los síntomas depresivos en la adolescencia.
Medite: ¿estará mi hijo más inclinado a considerarme con respeto y amor si le grito?
¿Significa esto que jamás hay ocasión en que uno haya de elevar la voz? Veamos dos situaciones. A veces es necesario que los padres sean firmes con sus hijos, y una voz algo ampliada puede hacer más enfático su punto. Pero no se requiere un estallido o explosión verbal incontrolado.
Por otro lado, en un tono curioso, gritar lo más fuerte posible ayudó a una mujer en Juanajuato, México a evitar un asalto. El periódico “Correo” ofrece el siguiente informe:
Celaya.- “Fuerte susto se llevó la empleada de un expendio de pollo cuando un sujeto armado, llegó al establecimiento para tratar de llevarse el efectivo, sin embargo la víctima comenzó a gritar lo que asustó al ladrón.
Alrededor de las 8:00 horas de este martes el ladrón llegó a bordo de una bicicleta al establecimiento ubicado en la avenida México; haciendose pasar como cliente cuando trato de amagar a la empleada para sustraer las ganancias del día.
Ante esta escena la mujer atemorizada empezó a gritar, y personas que circulaban cerca la escucharon y se acercaron al expendió para ver qué pasaba, momento en que el joven de aparentemente 26 años de edad quién vestía capucha salió corriendo.” De manera que gritar en circunstancias parecidas puede servir de protección.
Pero, si no es para avisar de una emergencia o para defenderse de un asalto, lo mejor es mantener la voz bajo control y no gritar. Además debemos evitar hacerlo cuando tratamos con nuestra familia y particularmente con nuestros hijos.
No voy a lanzar la primera piedra contra nadie porque todos en algún momento nos hemos desesperado y gritado a quien no debimos o cuando no debimos. El asunto es ¿estamos trabajando con nosotros mismos para mejorar?
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