La leyenda es bien conocida. Damocles era un cortesano envidioso de la corte de Dionisio I. Hablamos del siglo cuarto antes de la era común en Siracusa, Italia.
Tirano al fin, Dionisio era bien conocido por sus excesos, además de por sus abusos. Sus banquetes y extravagancias eran odiados por unos y deseados por otros. Uno de sus cortesanos, por nombre Damocles era uno de los que envidiaba sus lujos y excesos, de modo que, como sucede con los envidiosos, hablaba tras bastidores de sus excentricidades.
Pues, como suele suceder, las palabras de críticas tienen alas y llegan adonde tu no quisieras, de modo que llegaron a los oídos del rey. Dionisio, quien escaseaba de escrúpulos, llamo a una audiencia privada a Damocles.
En la audiencia Dionisio, ladino como era, le propuso a Damocles sentarse en su trono todo un día. Sería colmado con todas las atenciones y lujos tal y como le prodigaban a él mismo. La leyenda dice que Damocles aceptó y Dionisio cumplió su palabra… solo que, le hizo colgar del techo una espada sujeta por un pelo de cola de caballo, justo sobre el trono en el que Damocles disfrutaría de su día de rey. Al ver la espada, colgada de un pelo, Damocles exclamó: –“pero señor ¿quién puede disfrutar de estos lujos y manjares exquisitos con la muerte sobre su cabeza?” ¡Precisamente!, contestó el rey, esa es mi vida. Ser rey y tirano pudiera parecerte tener sus beneficios, pero como ves, mi vida pende de un hilo. Día y noche una espada me persigue. Pero, como esto es lo que tu quieres, tendrás que estar sobre el trono todo el día.
La envidia le distorsiona la visión a los que tienen vista corta. No importa quién sea, el que obra la maldad, sabe muy bien que su pago es inevitable. Nadie puede callar los gritos de su conciencia. Gritos y reclamos que los de afuera, como Damocles, no pueden escuchar… pero están presentes en las noches y en sus momentos de solitud. Nadie que roba, abusa, mata o extorsiona queda libre de la retribución. Es una ley inmutable de la vida. A unos les viene más temprano y a otros más tarde, pero nadie se escapa.
En Baghdad se contaba la historia del ladrón de la plaza de mercado que ve, en una tienda próspera, al que vende oro. Ve cómo entran y salen los compradores y los vendedores de oro, siempre con una sonrisa. Un buen día, se decide robar. De manera que entra fugaz y echa mano al oro. ¡Había tanto! Rápidamente fue sorprendido y arrestado por la policía que custodiaba el lugar. Cuando le preguntan ¿cómo es posible que usted se atreviera a robar frente a la policía? Contestó: “-no vi la policía, solo vi el oro.”
“NO VI LA POLICÍA, SOLO VI EL ORO”
El hambriento de oro solo ve el oro. Damocles solo vio lo que quería ver. No cometamos, estimado lector, el mismo error. Hoy, en el mundo hay más multimillonarios que nunca antes en la historia. Sí, nunca ha habido tanta riqueza en este planeta. Tampoco ha habido tanto amor al dinero, tanta hambre de paz, tanta hambre de amor, tanta hambre de valores por los que vivir y estar dispuestos a morir.
Por lo tanto, cuidémonos de la envidia, estimado amigo, cuidémonos del amor al dinero y de cualquier cosa que prometa conseguirnos, de forma fácil, riquezas que con el tiempo no nos dejen reconciliar el sueño. No envidiemos ni deseemos lo que otros parezcan tener, no sea que una espada se encapriche en colgarse sobre nuestra cabeza.
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