Lo que uno es, es, y lo que parece ser, aunque parezca, no es, y tarde o temprano saldrá a la luz. No me estoy refiriendo a este asunto popular y triste de nuestros tiempos en los que por medios astutos nos roban la identidad. Me refiero a la imposición de una identidad ficticia, falsa. Cuando digo “identidad ficticia y falsa” me refiero a lo que hacen personas que tienen mucho poder sobre nosotros como son nuestros padres, hermanos carnales, maestros y compañeros de clase. ¿Cómo pueden estos imponernos una identidad falsa?
La doctora Helen E. Mozia en su libro “No Less Than Genius” narra la historia de un joven cuyo profesor, que durante una clase lo humilló de tal forma, que nunca pudo recuperar su verdadera identidad. Relata la doctora Mozia que este muchacho era sumamente inquisitivo y de una personalidad vibrante. Sin embargo, debido a que hacía demasiadas preguntas en clase, llegó el momento en que el maestro decidió acabar con lo que consideraba una perenne molestia. Puso al joven al frente de la clase y pidió a sus compañeros que escribieran una nota sobre todo lo que les disgustaba de él. Lo que escribieron sobre su ropa, su persona, su forma hablar y de jugar su deporte favorito le hirieron tanto y de forma tan profunda que nunca, nunca más recobró su identidad vivaracha e inquisitiva. Con el tiempo perdió interés por todo y cayó en el hábito de comer. Llegó a pesar 325 libras con solo cinco pies siete pulgadas de altura. Solo al borde de la muerte reaccionó y gracias a la terapia y a la ayuda suminstrada pudo recuperar conciencia de su verdadera identidad. Llegó a pensar que los comentarios negativos que le hicieron tanto sus compañeros como el maestro eran ciertos por lo que desgraciadamente se le programó una identidad falsa que no correspondía a su persona.
Es probable que algunos de nosotros, hayamos tenido que ajustar nuestra manera de ser sobre la base de alguna crítica que internalizamos como cierta y eso no es un mal proceder, sino una actitud de sabios pues no toda crítica es negativa para nuestra identidad. Por otra parte, debemos ser equilibrados pues sin malos motivos, los maestros, los padres y los amigos pueden intentar acomodarnos o encajonarnos a un patrón que no es exactamente lo que sentimos o creemos ser.
Por supuesto, es natural que sintamos que los maestros, los padres y los amigos tengan una influencia en nosotros pero, ¿hasta qué punto? ¿Cuándo una guía, llega al punto de imponernos algo que no sentimos? Tal vez el lector ha conocido padres que se empeñan en que sus hijos crean algo o cultiven amor por cierta rama de conocimiento sin lograr que sus hijos se involucren en estas de todo corazón. En ocasiones esto puede traer frustración y roces fuertes en el seno de la familia. Con todo lo noble que pueda ser desear “encarrilar” a los jóvenes en una dirección, todavía ese joven tiene el derecho de decidir lo que hará con su vida.
NO IMPONGAS ETIQUETAS.
Recuerdo una conversación con mis padres en la que papá me dirigía hacia la carrera que él pensaba que me convenía. Quería que fuera abogado. No tenía yo una idea de lo que ser un abogado implicaba, excepto por la serie televisiva del abogado criminalista Perry Mason, muy popular en esos tiempos. Sin embargo, mi madre, no estaba muy convencida de que eso fuera algo que “me llenara”. Tal vez mamá me conocía mejor, no sé, lo que sí entiendo que fue genial de su parte, fue la recomendación que me hizo. Dijo: “tu decides, pero antes de hacerlo, ¿por qué no haces preguntas a los abogados mismos sobre lo que implica su trabajo? Me sugirió que mi padre me llevara a visitar a algunos abogados que conocía y que yo tuviera la oportunidad de hacerles algunas preguntas sobre lo que implicaban sus servicios. Preparamos las preguntas. Una de ellas era: “Si me inclino a ser abogado criminalista ¿cómo puede afectar mi conciencia defender a alguien que no es inocente? El resultado de esas conversaciones, y otras consultas, me llevaron a la conclusión de que el ejercicio de la abogacía, no era para mi en vista de mis creencias y principios personales, no auto impuestos.
Agradezco, que mis padres me permitieran determinar por mí mismo lo que quisiera hacer. No me pusieron una etiqueta de que “tienes que ser esto” o “tienes que creer en esto”. Me permitieron tomar decisiones y me advirtieron que si eran malas, tendría que enfrentar las consecuencias.
Esa libertad de selección, me parece a mi, es de origen divino y debe respetarse sobre todas las cosas. ¿Qué piensa el lector?Estoy convencido de que ningún maestro, por mucho que desee ayudarnos, debe violar este derecho. Eso incluye a la familia inmediata, compañeros de estudio o de escuela e incluso incluye a los padres.
Influenciar, guiar, educar son sinónimos de procesos importantes y sanos que nada tienen que ver con “imponer etiquetas,” que, a la larga lo que hacen es “robar la identidad”. ¿De qué vale que nuestros hijos “simulen” ser lo que no son ni sienten? Mientras estemos allí puede que no se desvíen del trayecto, pero si no son genuinos con ellos mismos, no permanecerán allí porque su identidad no era real, sino falsa.
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