A primera vista el sentimiento de ser o sentirnos vulnerables no nos atrae en absoluto. Tan solo la palabra “vulnerable” nos transmite un sentimiento de impotencia que nos deja desnudos sin defensa y en un desagradable estado de ansiedad. Debido a estos sentimientos y pensamientos negativos llegamos a la conclusión de que ser o sentirnos vulnerables es indeseable. ¿Pero es en realidad así?
Una persona vulnerable es una que está expuesta a recibir algún daño. Puede que sea debido a no poder refugiarse de los elementos o por no tener la capacidad de defenderse, fisica, moral o espiritualmente ante un potencial peligro.
A pesar de lo anterior ¿es siempre negativo ser o sentirnos vulnerables? ¿pudiera llegar a ser un sentimiento positivo?
Tal vez, estimado lector, puedas recordar alguna ocasión en la que expresaste a un buen amigo, esposa o padres, tus profundos sentimientos de incapacidad ante una situación particular que estaba fuera de tu control. Aunque hiciste un gran esfuerzo por “ponerla sobre la mesa” ¿Qué sucedió cuando expresaste tus sentimientos de vulnerabilidad? Es muy probable que tu interlocutor se haya identificado contigo e incluso, te haya expresado que en algunas ocasiónes se había sentido igual que tu. Fue entonces cuando descubriste algo muy valioso. Descubriste que tu sentimiento de vulnerabilidad no era una deficiencia exclusiva y cobarde que se alojaba en ti mismo, sino que otras personas, incluso aquellas que veías como más fuertes que tu, también la habían experimentado. Al sentirte comprendido, al darte cuenta de que no eres el único con sentimientos semejantes, tu vulnerabilidad se convirtió en otra clase de sentimiento, uno sorprendentemente poderoso que nos liberta. ¿Cuál?
LA FUERZA EMOCIONAL.
A pesar del pensamiento popular de que “el que lo tiene, lo tiene” la fuerza emocional no es algo que esta omnipresente en los seres humanos el ciento por ciento del tiempo. En determinados momentos, todos podemos sentirnos incapaces de enfrentar alguna situación, incluso, a pesar de haber soportado situaciones parecidas en el pasado.
La razón es sencilla. Las dificultades, ni tienen siempre el mismo calibre, ni se presentan en los mismos momentos de la vida. Tampoco somos los mismos a los diez años que a los veinte, los cuarenta o los setenta. Lo que a los veinte superamos sin dificultad, tal vez a los setenta nos cueste un mundo superarlo y viceversa.
Con todo, la fuerza emocional está en constante desarrollo y lo hace sobre la base de la voluntad y la fe. La voluntad para resistir y la fe para esperar siempre lo mejor.
Pensemos en un árbol bien arraigado. Vemos el árbol pero no podemos ver las raíces pues están debajo de la superficie. Son sus raíces, las que alimentan y mantienen en pie al árbol. Frente a tormentas, un árbol va a perder muchas hojas, tal vez todas, pero si sus raíces en ese momento están sanas y fuertes, aunque va a verse afectado por el viento y el agua, permanecerá en pie. Sus raíces lo mantendrán asentado y arraigado. Lo mismo sucede con nosotros.
Frente a las tormentas de la vida, lo que es visible se afecta, pero si en ese momento nuestras raíces están sanas, ellas nos mantendrán en pie. Y sorprenda a quien sorprenda, reconozco que en multitud de ocasiones he adquirido fortaleza emocional al estar consciente de mi vulnerabilidad. Sí, comprender que no soy tan fuerte como para depender solo de mi mismo, me ha ayudado mucho en infinidad de tormentas vividas. He sido muy dichoso de que al momento de mis tormentas, mis raíces han resultado estar firmes y fuertes. Cuando han estado débiles, gracias al cielo no he tenido que enfrentar tormentas fuertes.
¿CUÁLES SON NUESTRAS RAÍCES?
Nuestras raíces son muchas, unas más fuertes y más extendidas que otras, pero juntas, logran sostenernos. Nuestras raíces son una parte escencial de lo que somos aunque no están expuestas. Son las motivaciones que nos impulsan, los principios que tenemos inclulcados en el corazón, las normas morales que gobiernan nuestra conducta, los preceptos espirituales, las experiencias pasadas que nos enseñaron lecciones valiosas y las vivencias dolorosas que nos enseñaron algo, entre otras.
Como al árbol, nuestras raíces nos sostienen.
Comprender nuestras circunstancias limitantes, si bien es cierto que pudieran reducir la confianza que podamos tener en nuestras habilidades, nos pueden ayudar a buscar más profundo dentro de nosotros. A pesar de nuestras “raíces” vamos a experimentar tormentas y sentimientos de vulnerabiliad como cualquier hijo de vecino. No somos super hombres o super mujeres.
No olvidemos que todos los seres humanos estamos hechos del mismo material. Todos enfrentamos momentos de debilidad, duda e incertidumbre pero podemos superarlos y no tenemos que hacerlo solos.
La vulnerabilidad, nos ayuda a construír puentes entre nosotros y los demás. Puentes de comprensión, de solidaridad y unidad. Reconocer nuestra vulnerabilidad no nos tiene que debilitar sino que, al contrario, nos puede fortalecer y ayudar a dirigir nuestros pasos en la dirección debida, sin caer en el engañoso exceso de confianza.
Cuando abrimos nuestros corazones a nuestros temores, cuando por decirlo de alguna forma, los sacamos de su “escondite” y los dejamos expuestos, logramos identificarlos para enfrentarlos de la manera debida.
¿Cuáles son las consecuencias de enfrentar nuestra propia vulnerabilidad? ¡Todas positivas! La gente vulnerable, humana y abierta, va a disfrutar de mejores relaciones con otras personas. Va a conseguir más cooperación de sus compañeros, mejor y mayor contacto con sus hijos, con su familia y por lo tanto, va a disfrutar de mayor felicidad. A uno le gusta la gente “natural” no la gente artificial llena de prepotencia fingida, que al final es solo un disfraz. Cuando un golpe duele, ¡duele! Reconozcámoslo y comencemos el proceso de curación.
Puede que de repente el sentimiento de vulnerabilidad no nos sea atractivo pero en vez de combatirlo, meditemos en cómo puede ayudarnos e incluso fortalecernos en nuestros momentos difíciles por venir.
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