Aunque puedan decirse muchas cosas buenas de estos tiempos, llenos de inventos y progreso tecnológico, también pueden decirse algunas cosas muy negativas que nos llevan a vivir enredados todo el tiempo. ¡Todos estamos cansados de los enredos! Pero para ponerle la cereza al pastel, también nos sentimos preocupados al tener la sensación de que vamos perdiendo el gobierno de nosotros mismos. ¡Si pudiéramos apretar el botón del desenredo!

Ese botón tiene nombre, se llama PRUDENCIA y es la solución a muchos de nuestros enredos. Hay que recordar que si las cosas se enredan, la imprudencia va a empeorarlas.

¿Qué es la prudencia? En palabras comunes y corrientes, es el don de saber cuándo hablar y cuando callar. Es el regalo de saber cuándo actuar y cuándo esperar. ¿Parece poca cosa? Puede parecerlo, estimado lector, pero no lo es.

Hoy por hoy, tu y yo perdemos la paciencia demasiado pronto. Juzgamos demasiado rápido, pronunciamos sentencias sin siquiera escuchar los argumentos. Proclamamos nuestras verdades de tal forma que nos convertimos en personas dogmáticas que solo conocemos verdades absolutas. Pero la vida no es así. Ni siquiera Dios juzga con una vara inflexible. No hay que ser tajantes en nuestros puntos de vista porque muchas veces hay razones, que deberíamos escuchar. ¡Que triste es ver a los amigos, a los vecinos y a nuestra propia familia, ceder a la imprudencia! Pero, lo peor es cuando nosotros mismos faltamos a la prudencia sin siquiera darnos cuenta.

Cuando tú y yo dejamos de ser prudentes ya hemos dejado muy lejos la paciencia. Es imposible perder una, sin perder la otra. Sin paciencia una familia no puede vivir de forma equilibrada y feliz. Sin prudencia los maestros no podríamos llegar al corazón de nuestros estudiantes. Sin prudencia no pudiéramos permanecer callados, porque hay preguntas que no deben responderse. Porque muchas veces es mejor perder que ganar, porque de perder se nutre la paciencia. De callar se alimenta la prudencia. No es necesario contestar cada desafío, no es un requisito divino tener que responder cada agravio, cada mal entendido a cada idea falsa, a cada enredo. ¿No estamos ya hartos de enredos?

Cultivar la prudencia nos ayudará a hablar cuando sea el momento y de la forma apropiada para ganar lo que vale la pena. Ganar al hermano, ganar al amigo, ganar al hijo o la hija herida, ganar al vecino. La prudencia puede darnos el espacio que necesitamos para cultivar la paciencia que evita los enredos que nos atan.

¿Qué puede ayudarnos a ser prudentes?

Hace un tiempo escuché que algo tan sencillo como respirar puede sernos de ayuda. Es como si enseñáramos a nuestro cuerpo físico a oxigenar nuestro cuerpo espiritual. Esa pausa de respirar es como el conteo del réferi que le permite al púgil caído un segundo aire, un descanso un momento para re evaluar.

Y es que la vieja fórmula de contar hasta diez no está nada mal. Y tal vez, el secreto no es solo contar hasta diez, si no respirar, respirar profundo. Llenar los pulmones de aire renovado, cerrar los ojos, y con pulmones oxigenados mirar adelante con esperanzas nuevas, para no decir o hacer algo por lo que pueda perderse una amistad de años, para no lastimar a quién luego me arrepentiré de haber herido. Y al final, para desenredar lo enredado. Por lo tanto, amigos lectores, ofrezcámosle al mundo un poco más de prudencia, por un poco más de paciencia y de amor. ¿Sabes ya para qué? Para no seguir complicaando más las cosas, para no enredar más la vida sino para desenredarla, cada día, un poco más.


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