Tanto la mente como el corazón figurado se preparan para el ejercicio de subir y de llegar a la cima. Desde que somos pequeños eso es lo que se nos inculca y se sigue reforzando durante toda nuestra juventud. Parece que durante toda esa temporada de la vida a nadie se le ocurre advertirnos de que llegarán los años de la bajada, del descenso, de las pausas, del descanso.
Resulta que al fin, cuando nos percatamos de que hay que bajar, ya estamos cansados de todos los años y esfuerzos por subir y subir. Cansados de tantos y tantos retos, peligros y temores de la subida, ahora nos damos cuenta de que el mismo trayecto de subida lo tenemos que realizar, bajando.
Piense en el deportista que lo da todo para llegar al Salón de la Fama y al que nadie le advierte de que va a llegar el día en el que ya no pueda jugar. Es, el presidente de una corporación a quien le llega la hora del retiro y ahora no sabe qué va a hacer con su tiempo ni con su vida. Es, la misma historia del que llega a viejo y entonces que se percata de que llegó el momento de bajar la montaña a la que le dedicó todo su esfuerzo en escalar, y se olvidó de que tendría que descender de ella al valle de la vida, a la retirada, a otro tiempo de pausas indeseadas.
Si en el camino de la vida, en ascenso, al pináculo de nuestros logros, solo pensamos en subir y no hemos tomado en cuenta el descenso, puede que encontremos, en esos momentos, los retos más duros y peligrosos. Incluso, puede que no logremos terminar lo que empezamos.
A menudo, la mayoría de los que ascienden por el camino de la vida solo fijan la vista en el que va adelante. Al hacerlo se les escapa mirar a los que van bajando. Si acaso les vieron se dijeron a sí mismos: -” ¡Bah! ¡Esos tontos que no tienen nada que hacer… ¡fracasados! Yo, en cambio, estoy ocupado subiendo. ¡Ganando y ganando!, ¡arriba y arriba!… ¡Cuánto se hubiesen aprovechado si se hubieran detenido a preguntar sobre el descenso y a aprender de ellos!
¿Pudiéramos ser tan ignorantes? ¿Por qué nunca se nos ocurrió, que aún habiendo llegado a la cima, tendríamos que bajar de ella? ¿Por qué juzgamos a los que van bajando cuando por ese mismo camino tendremos que pasar nosotros?
La historia de los alpinistas que escalan montañas nos refuerzan la lección que tratamos de transmitir. Les contaré:
El montañista Ivan Vallejo llegó a la cumbre del Everest el 26 de mayo de 1999 sin oxígeno suplementario y alcanzó la cumbre del K2 el 31 de julio de 2000. Volvió a llegar a la Cumbre del Everest en la primavera de 2001, otra vez, sin el uso de oxígeno embotellado, el 23 de mayo. En sus narraciones Vallejo cuenta que su amigo montañista Debrouwer Pascal de Bélgica, llegó a la cima del Everest… pero luego al bajar de ella, murió.
También recuerda que en mayo de 2002, otro, esta vez su compañero de expedición Chris Graswick también llegó a la cima del Cachenjunga y luego de celebrarlo, también murió en el descenso.
Continúa diciendo que en mayo de 2013 su colega JuanJo llegó a la cima del Dhaulaguiri, pero desgraciadamente también murió en el camino del descenso. ¿Cómo es posible?
Vallejo nos explica que esos descensos entran en lo que se conoce como “estadística de fatalidad en el descenso” un término que se acuña por causa de los montañistas que logran llegar a la cima pero luego mueren en la bajada. ¿No nos ofrecen estas dramáticas historias algo en lo que meditar?
Vallejo concluye: “Alcanzar la cima de una montaña de ocho mil metros de altura, sin oxígeno suplementario, es un ejercicio muy exigente tanto mental como físico, de modo que al llegar a la cima es natural que se celebre como corresponde. Pero, enseguida uno quiere escapar de lo que se conoce como la “zona de la muerte,” que es ese espacio por encima de los ocho mil metros de altura. Como ustedes seguramente comprenderán, si exigente es la subida, más lo será la bajada.”
¿No le parece curioso, estimado lector? Se le llama a la cima: “la zona de la muerte”. Impacta también saber que el descenso que hacen los montañistas establecen estadísticas llamadas “fatalidad en el descenso”. Sí bien el ascenso tiene sus enormes retos, el mayor peligro parece residir en los descensos.
Aprendamos a respetar a los que han logrado llegar a la cima y han sabido bajar de ella incólumes. No es sabio jactarnos en el ascenso, en nuestros años fuertes, en nuestros momentos de logros y tiempos de poder, pues ¿cómo sabemos que lograremos llegar sanos y salvos del descenso? Es evidente que en la cima nadie se queda y tampoco te quedarás tu allí. Es la zona de la muerte. Tendrás que bajar.
En resumen, no te enfoques en el ascenso, en la subida, ve dejando postes marcadores de amor, paciencia y cariño fraternal por tu semejante mientras vas en ese camino ascendente. Luego, cuando llegue el tiempo de descender, vas a volver a pasar por esos mismos postes marcadores y te serán de oasis, de descanso, de fuerzas, de estímulo y de alegrías. Los que has amado en el camino de tu ascenso te esperarán de regreso… y esos son los que siempre han valido la pena. ¡Ese es el verdadero momento de celebrar!
Por lo tanto, aprendamos esta lección de la vida que muy bien conocen los montañistas: “Subir es un gran reto pero lo difícil, es bajar. “
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