Segunda parte de la serie sobre la oratoria pública.
Además de los puntos tratados en el artículo anterior, muchos de los oradores públicos de ayer y de hoy hemos tenido que superar un sinnúmero de limitaciones personales. Eso a pesar de que algunos pudieran pensar que somos oradores naturales y que disfrutamos del “don de la palabra”. Ese definitivamente no es mi caso. Seguramente cada uno tiene su historia de éxitos y fracasos en este empeño pero yo puedo hablar solo de los míos.
Como muchos inmigrantes han comprobado, la salida de nuestro entorno puede ser más dramática de lo que pudimos percibir de antemano. No solo nosotros sino nuestros padres enfrentarían muchas dificultades en el proceso de salida, llegada y adaptación a nuevas culturas y junto con ellas, diferentes formas de ver la vida. En mi caso, este cambio me convirtió, de la noche a la mañana. en tartamudo. Hasta los once años no recuerdo ningún impedimento para hablar ni tampoco recuerdo haber sufrido crítica por esa limitación. Sin embargo, tan pronto llegué a otras tierras con otras formas de expresión, me dí cuenta, al mismo tiempo que otros se daban cuenta, de que me había convertido en tartamudo.
Fue precísamente en la adolescencia que mi lucha interna comenzó, junto con las demás luchas que todos pasamos durante esa etapa, nada fácil. Mi personalidad ya estaba formada y era extrovertido, alegre y alguien que podía hacer amigos con facilidad. Poco a poco, debido a la tartamudez, me iba convirtiendo en alguien introvertido poco motivado y sin ningún deseo de hacer nuevas amistades. Dentro de ese círculo vicioso lo único seguro era seguirme hundiendo en sentimientos negativos y baja estima personal.
Los que estudian la tartamudez, reconocen que un trauma emocional pudiera disparar esta dificultad. Se ha comprobado que en la mayoría de los casos no hay ningún problema mecánico del habla en los tartamudos. Mas bien es un problema que muchas veces está relacionado con las emociones más que por alguna otra dificultad de la voz o la respiración.
Llegó el momento en el que mi mamá comprendió cuanto me estaba afectando la gaguera (como le decimos nosotros) comenzó a darme terápias de habla. Cambiar el tono, la velocidad, el ritmo del habla junto con mucho estímulo y paciencia fueron recuperando mi confianza. A la sazón comencé a participar en la Escuela del Ministerio Teocrático y la información del libro “Capacitados para ser ministros” publicado por los Testigos de Jehová comenzó, poco a poco, a surtir efecto. En otro ambiente más comprensivo, más cariñoso y amable, comencé a hacer progresos reales y fírmes. En unos 6 años de trabajo, en los que obviamente tuve mis altas y mis bajas comenzaba a verse progreso. A los 18 años ya había superado la mayor parte del problema y comencé a progresar en la oratoria pública que es parte del entrenamiento que recibimos en el Salón del Reino (el lugar donde los testigos nos reunimos para adorar a Dios).
Por aquellos años me invitaron a participar en un programa de radio semanal que los Testigos de Jehová producían por la emisora WKVM radio AM que, en ese momento era la más potente de la Isla de Puerto Rico. Fue en julio de 1964 que me senté por primera vez frente a un micrófono radial. El programa se llamaba “Cosas en que piensa la gente” y consistía en dar respuesta a las preguntas bíblicas que se planteaban cada semana. Tenía un guión que seguir así que comencé a desarrollarme en otro aspecto de la comunicación que es la lectura pública. Luego de un tiempo, se me asignó dirigir este programa, cosa que hicimos por casi 9 años. Durante ese tiempo tuve la oportunidad de entrenar a varios compañeros.
Puede que no sea evidente pero la. lectura pública es capaz de ayudar mucho a cualquier persona que tenga problemas con la tartamudez. Sin emgargo, cosas como cambiar el ritmo, el tono, la afluencia y el sentimiento en la lectura, contribuyen mucho a ir despejando de la mente los pensamientos negativos que caracterizan al tartamudo. Recuerdo que a veces mientras leía, me decía a mí mismo: “por ahí viene una “p” y no puedes trabarte con ella”. Las consonantes p, b, v, q, y l me asustaban. Cada mañana del domingo entre 8 y 9 de la mañana eran mis sesiones de prueba en la radio. Sudaba, reía y en ocasiones se me erizaban los pelos de alegía por poder sentir que iba dejando atrás un problema que pensaba que era insuperable, cruel y permanente. Uno que lastima la autoestima como pocos. Pero he aprendido que con esfuerzo y ayuda la tartamudez puede superarse. Si el tema le interesa, tome nota de que una herramienta importante para superarlo y para mantenerse alejado de él es la lectura en voz alta.
Sinembargo, aún cuando usted no tenga el problema de la tartamudez, recuerde que el orador público tiene que ser un buen lector. Esta es una clave importante para entre los que desean desarrollar la oratoria pública de excelencia.