A todos nos gusta que cuando hacemos un trabajo en el que hemos puesto nuestro mejor esfuerzo, otros lo noten y nos elogien. Los elogios pueden hacernos mucho bien. ¿Por qué nos gustan los elogios? Veamos primero la definición que nos ofrece La Real Academia de la Lengua Española. Lo define como “la alabanza de las cualidades y méritos de alguien o de algo.” Nos sentimos recompensados cuando alguien nos alaba, nos encomia o nos felicita por algo bien dicho o hecho. Sin embargo, hay que reconocer que los elogios también pueden hacernos mucho mal, mucho daño. Permítanme explicar.
En ocasiones se ofrecen elogios debido a que ocupamos una posición de autoridad.
Aunque tal vez no lo pensamos, debemos reconocer que algunos elogios no se dan porque hayamos hecho un buen trabajo sino por otras razones. Meditemos unos minutos sobre este asunto.
A muchas personas les gusta elogiar a los que tienen alguna autoridad, sea real o imaginaria. Estos elogios son “obligatorios” y se toman como señal de reconocimiento a la autoridad. Algunos sienten que establecen un área común agradable y pacífica entre la persona de autoridad y el que los elogia. Pero ¿Son esos elogios reales y sinceros?
Es difícil criticar a alguien con autoridad o decirle que su trabajo fue mediocre, aunque lo haya sido. Si la persona tiene autoridad, muchos van a felicitarlo no importa el disparate que haya dicho o lo mal que haya presentado su trabajo. Cualquiera de nosotros que hubiésemos hecho lo que esa persona hizo o dijo, nos hubiéramos metido en problemas. Sin embargo, si lo mismo dice alguien con autoridad, muchos lo verán como una revelación del cielo y lo felicitarán. De modo que para empezar, elimina el 90% de los elogios que te den, y, recuerda que es probable que te ofrezcan elogios simple y llanamente debido a tu posición no debido a tu trabajo.
Hay otra razón por la que en ocasiones se nos elogia y tampoco tiene que ver con nuestro desempeño. Se trata de que para nuestros amigos, que nos aprecian y quieren, lo que hacemos puede estar muy bien hecho, aunque en realidad no sea totalmente cierto. Son la gente que nos quiere y que disfruta de nuestro trabajo. Como nos quieren, tal vez se cieguen a nuestras deficiencias. No hay forma de evitarlo, es así. Hay gente para la que siempre somos lo máximo… pero eso no es obligatoriamente cierto para otros.
Creerse una gran cosa sobre la base de los elogios, vengan de donde vengan, es uno de los peores errores que una persona puede cometer. Mi consejo: Si tiene alguna autoridad, NO SE TRAGUE TODOS LOS ELOGIOS QUE LE BRINDEN. Siga esforzándose por mejorar. Sea su peor crítico y “no se lo crea” sino que debe seguirse esforzando.
En cierta ocasión, luego de una presentación de la que me sentí más o menos contento, un grupo vino donde mí a felicitarme, tal vez unos treinta o cuarenta. Alguien me dijo: “¡te felicito! ¿Viste cuántos vinieron para elogiar tu presentación?” Le pregunté: “¿Cuántas personas había en el salón? Me contestó que casi mil. Entonces, le dije: “me felicitaron treinta o cuarenta. Me pregunto qué pensarían los otros novecientos cincuenta.” Te repito, no te lo creas. No te dejes engañar por los elogios y en vez de concentrarte en los que te elogian, concéntrate en hacer mejor la próxima vez. Los elogios pueden ser un freno para mejorarnos como oradores, como maestros o como vendedores.
Escucha la sabiduría popular que encierra una famosa fábula.
Una fábula de Esopo viene a mi mente. Y no es raro que venga a mi mente porque soy un creyente de que muchos artistas, escritores, compositores, poetas y músicos cayeron en la trampa de creerse los elogios al punto de hacerse personas insoportables, engreídas y al final, infelices. Permitieron que un don se convirtiera en su peor enemigo al escuchar todo lo favorable que la gente decía de ellos… no siempre con las mejores razones ni motivos. Repasemos la fábula:
Cierto cuervo, de los feos el peor, hurtó un queso y fué a saborearlo en la copa de un árbol. En esa circunstancia lo vio un zorro que, con la intención de quitárselo, comenzó a adularlo de esta manera:
—Ciertamente, hermosa ave, no hay entre los pájaros otro que tenga la brillantez de tus plumas ni tu gallardía y donaire. Tu voz es tan fascinante que juzgo no habrá quien te iguale en perfección.
El cuervo, envanecido por el elogio, quiso demostrar al astuto zorro su melodiosa voz y comenzó a graznar, dejando caer el queso que tenía en el pico.
El ladino zorro, que no deseaba otra cosa, cogió entre sus dientes el suculento bocado y, dejando burlado al cuervo, lo devoró bajo la fresca sombra de un árbol.
A algunos les pasa como al cuervo de la fábula quien se creyó todo el cuento de su grandeza, solo para quedar desilusionado y burlado. Permíteme la insistencia, amigo mío, no importa el elogio, ni la cantidad de ellos, no te lo creas. Sigue trabajando duro y mejorándote. Sé tu mejor y tu peor crítico. No caigas en la complacencia de creerte muy bueno o peor aún en creerte el mejor.
En Puerto Rico, la hermosa isla en la que viví cincuenta años, hay un dicho muy a tono con lo que meditamos. Dice: “Alabate pollo que mañana te guisan”. Es mejor ser un pollo común y corriente a ver si pasas desapercibido porque el día en que comiences a presumir de tus atributos, es muy probable que te descubran y termines siendo un buen pollo guisado. ¿Moraleja? El que se alaba termina muerto. De modo que es saludable para nosotros mismos no creernos ni la mitad de lo que digan los que nos elogien.
Los elogios que debemos escuchar.
Hay elogios que debemos escuchar y son los que nos ofrecen los verdaderos amigos. Los que nos conocen bien y aquellos a quienes no podemos impresionar. A veces esos elogios no son los que deseamos escuchar, pero, son los que necesitamos escuchar para mejorar nuestro desempeño. Como hemos dicho antes, además de someter nuestro trabajo a nuestra propia crítica, tal vez tengamos la ayuda de nuestro cónyuge o de un amigo que nos quiere lo suficiente como para decirnos -“hiciste bien pero vigila este punto”. Esta clase de críticos son los que, en vez de regalarnos los oídos, tienen tanta confianza en nuestras motivaciones y habilidades que no temen ofrecernos una palmada en la espalda, cuando hemos hecho bien y una palabra de consejo cuando podemos hacer mejor. Esos elogios son los más breves y los más valiosos. Por supuesto, hay que seleccionar el mejor momento para ofrecer el consejo necesario. Un consejero amoroso y perspicaz siempre tomará esto en consideración.
¿CÓMO ELOGIAR UN TRABAJO BIEN HECHO?
Finalmente, quisiera compartir algunas sugerencias sobre la clase de elogios que son los que más motivan y ayudan a quienes desees felicitar por un buen trabajo realizado. Te ofrezco los siguientes 5 puntos:
- Siempre ofrece comentarios sinceros. Vigila tu motivación.
- Sé específico en cuanto a qué te gustó y por qué.
- Sé breve. No te posesiones de la persona, puede que otros deseen abordarlo.
- No hagas comparaciones con otros. Son innecesarias y no son de buen gusto.
- No ofrezcas sugerencias pues cada cosa en su momento y un momento para cada cosa.
Si tienes algo que recomendar y sabes que la persona lo va a apreciar, espera el momento oportuno para hacer la crítica o dar el consejo. No hay por qué concentrarse solo en lo negativo o pensar que si elogias a alguien vas a perder la oportunidad de darle un consejo en su momento. Recuerda que tanto los elogios como el consejo tienen su lugar. No hay por qué apresurarse.
En conclusión, hay que saber escuchar. Hay que ser suspicaz y comprender que a algunos nos elogiarán porque tengamos alguna clase de influencia o autoridad. Otros, lo harán porque son nuestros amigos y les gusta lo que hacemos. Finalmente somos nosotros los que debemos juzgar nuestro trabajo y mantener la resolución de desear mejorar. Siempre hay espacio para mejorar, no importa lo bien que pensemos que hacemos algo.