“Yo”, “mi” y “me”… tres palabras indiscretas.

¿Qué sientes cuando conversas con alguien que siempre está hablando de sí mismo? Si sientes lo mismo que yo, seguro que esa persona te enferma. Y no es que uno no pueda hablar de uno mismo en una conversación en la que compartes ideas, pero si SOLO hablamos de “yo”, “mi” y “me”, estamos diciendo mucho más de lo que suponemos. ¿Cómo?

Para empezar, reflejamos tener un problema grave de falta de estima personal. Es obvio que si solo hablamos de nosotros es porque queremos dirigir la atención a nosotros mismos. Reflejamos una imperiosa necesidad de reconocimiento, además de demostrar falta de sentido común. Ninguna de las tres anteriores son saludables ni atractivos adornos de personalidad, sino cualidades desagradables que nos alejan de otras personas. Es un reflejo de una enfermedad profunda y triste que ocurre en nuestro interior, se llama, orgullo.

Quienes se la pasan hablando de sí mismos, no se percatan de que ellos no son el centro del universo. No se dan cuenta de que el resto de la humanidad no hace circunferencia a su alrededor, de modo que terminan siendo una peste que los demás evitamos como el diablo a la cruz. En segundo lugar, es feo no saber hablar de otra cosa que de uno mismo. Los demás también tienen vidas, problemas, enfermedades, éxitos y logros que compartir de modo que, por favor, permitamos que las conversaciones que tenemos con otras personas sean un intercambio de información placentero entre dos personas y no un soliloquio empalagoso de nuestra persona.

En tercer lugar es una falta de respeto ignorar a los demás y centrarse en uno mismo. El desatender las necesidades de los demás no es tenerles una pizca de estima. Por lo tanto, si queremos tener amigos y personas que disfruten de nuestra compañía, debemos recordar que la comunicación es una avenida de dos vías y no un camino escabroso de una sola vía en una sola dirección.

Cuando digo evitar hablar solo de nosotros también incluyo esa otra mala costumbre de estar hablando todo el tiempo. A veces, con algunos, siento que tengo que esperar a que respiren para poder decir algo. De otro modo ellos se hacen las preguntas y ellos mismos se las contestan. ¡Santo Dios, se callarán en algún momento durante la próxima media hora! -no niego que ese pensamiento me ha pasado por la cabeza más de una vez. ¡No solo es el “yo”, “mi” y “me” sino lo seguidito!

Aunque es muy agradable participar en una conversación, no es fácil hallar un grupo con el que puedas disfrutar de este hermoso ejercicio. Y que conste, que soy persona de disfrutar conversar, más que ninguna otra actividad. Más que ver una película, más que ir a pasear, más que ver un programa de televisión. Y eso no es algo nuevo para mi ahora que peino canas, cuando joven, me era natural, en algunos de mis días libres, pasarme toda la noche conversando con uno o varios amigos. En más de una ocasión, conversábamos hasta el amanecer. Claro está, que sería imposible e insoportable si hubiese estado ahí en medio de un soliloquio extensísimo al estilo del famoso personaje de Segismundo en la obra “La vida es Sueño” de Calderón de la Barca. Lo que sí da sueño es escuchar a algunos con su sonsonete del “yo” “mi” y “me”. Con lo anterior no estoy diciendo que solo uno la pasa bien hablando, lo que quiero decir es que se aprende y se disfruta mucho de conversar con quienes saben lo que dicen y también saben cómo decirlo. Se produce un fascinante intercambio de estímulo, consejo e ideas que pueden hacernos la vida más agradable, estimulante y feliz. Estoy convencido de que si se tienen estos tres factores presentes: el tiempo, el tema y la persona adecuada, conversar es uno de los placeres que te lleva a aprender de otros y de ti mismo.

¡Celebremos a los buenos conversadores! Tratemos de ser uno de ellos! Recordemos: Primero: no acaparar la conversación, Segundo: escuchemos con interés a nuestro interlocutor reflejando aprecio no solo en nuestros asuntos, sino escuchando con interés personal los asuntos que tienen que ver con la vida, la problemática y los éxitos de los demás. De seguro, eso nos hará personas más interesantes, mejores oidores y al final nos convertimos en personas con la que otros quieren compartir. Demos evidencias de conocer el secreto de evitar el “yo”, el “mi” y el “me.”

 

 

 

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