Un gran orador o un buen maestro ¿es lo mismo?

No es algo que sucede a menudo pero, de tanto en tanto, uno queda impresionado por las habilidades de comunicación de algunos oradores públicos. Buen vocabulario, estupenda presentación, elocuencia al transmitir los conceptos y el uso de pausas, justo en los lugares apropiados. Uno se impresiona y dice: “esta persona es un gran orador” ¡quiero invitarlo a la próxima conferencia de mi compañía! ¡Es el orador que necesitamos!

Desgraciadamente cuando llega el día de la conferencia y conoces al orador en persona, quedas completamente decepcionado. Su forma de ser, su ego elevado y su forma despectiva de ver a los demás, te dejan aturdido. Sin embargo, la conferencia es un éxito porque el hombre se transforma en la tarima… pero su personalidad y forma de ser, cuando se baja de la plataforma, deja mucho que desear. Es increíble en lo que se convierten algunas personas solo por elevarse tres pies sobre sus semejantes. ¿El resultado? No lo vuelves a invitar y por supuesto, no lo recomiendas a nadie.

¿Qué sucedió? Lo que sucede no pocas veces. Nos dejamos impresionar por lo que vemos y cuando nos acercamos, lo que vemos, para nada nos gusta. Con la misma fuerza que nos acercamos, nos alejamos. Y es probable que te hayas sentido así alguna vez cuando conociste a una mujer muy hermosa, o en el caso de las damas, a un hombre super guapo. De repente te deslumbra y cuando le conoces te quieres alejar lo más rápido posible. ¡Qué decepción! ¿Te ha sucedido? En realidad la belleza física es solo un 10% de lo que te atrae a alguien y lo mismo sucede con la oratoria pública. Lo que escuchas es excelente pero la persona te descorazona.

Y por supuesto, habrá quién diga, “-lo que me interesa es la conferencia y lo que quiero es el mejor orador”. Y te comprendo. Buscas resultados. No buscas amigos ni ejemplos de vida. Quieres al orador. Adelante, estás en tu derecho. Solo que no olvides que todo el mundo va a darse cuenta de qué es lo que buscas. Hay oradores famosos por sacar dinero de la gente, por llenar estadios y por presentar emotivos discursos en funerales de gente famosa. Si no fueran muy solicitados y altamente costosos, no serían tan famosos. Lo son porque eso es lo que llena el ojo, los oídos y muchas veces, también los bolsillos.

Pero, si buscas un maestro, tu meta es mayor. Tu auditorio tendrá un beneficio a largo plazo y el nivel de satisfacción será superior . Eso hablará mejor de ti y de lo que tu buscas. ¿Por qué? Porque hay una diferencia importante entre un orador y un maestro. Ambos te pueden impresionar en la tarima de los oradores y ambos pueden motivarte… pero, solo uno va a llegar a tu corazón y va a sacar lo mejor de ti. Solo uno quedará contigo por más tiempo y tendrá el mejor efecto. Ese es, ¡el maestro! Y el maestro, cuando lo conoces, no se parece en nada al flagrante orador que motiva a las masas.

El maestro es humilde, es empático, no te rebaja para elevarse él. No es el que siempre dice la última palabra. Es cierto que el maestro puede exigirte, pero al hacerlo, te motiva al punto de que te gustaría ser como él. Te educa y abre tus neuronas, te cuida y te enseña, vez tras vez, sin cansarse ni considerarte idiota. Y no es que el maestro no pueda desempeñarse con la misma destreza que el orador, sino que a diferencia del orador público, el maestro vive lo que trata de enseñar y lo hace desde una perspectiva realista, desde tu visión y no parado sobre tu cabeza.

El maestro que no se olvida…

Si has conocido buenos maestros en tu vida, si los has conocido de cerca, sabes que no se olvidan. Si ya no tienes contacto con ellos, sabes que en innumerables ocasiones recuerdas sus frases, sus actitudes frente a los retos, su paciencia al verte fracasar. La esperanza que pusieron en ti sin exigirte nada, y aún con el paso del tiempo, cuando piensas en ellos, te hacen rescatar lo mejor de ti. Escuchas sus consejos muy adentro de ti y no dejan de jugar un papel en tu afán por no rendirte ante tus retos.

Un orador te impresiona por media hora, pero un maestro te ayuda toda la vida.

Cualquier instructor público que es sincero y quiere motivar a otros de seguro tiene una meta digna. Tendrá que esforzarse por conocer el idioma, estudiar bien su material y vestirse impecablemente. Sin duda puede hacer mucho bien. Sin embargo, quien quiera ser un buen maestro, tiene en sus manos un proyecto de toda la vida. Un proyecto duro que comienza con educar su propio corazón. Tiene que educar la voluntad, empeñarse en ver a los demás como iguales y nunca creer que ha llegado a la cima… porque siempre hay mucho que mejorar.

Aunque aplaudo a los buenos oradores por sus habilidades, solo llegan a mi corazón los buenos maestros. A unos aplaudo, a los otros bendigo. Los maestros son un don de Dios y un regalo que trasciende. Estoy en deuda con ellos. Trato de imitarlos y aunque sé que me quedo corto en mis esfuerzos de ser como ellos, me siguen inspirando y me siguen ayudando a tratar de ser mejor.

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