3 asuntos que tomar en cuenta con nuestros hijos durante la pandemia

La presencia del covid-19 nos ha complicado la vida a todos en cuestión de meses. Y no hay duda alguna de que quienes más se han visto entre la espada y la pared son ustedes los padres. Ni hablar si se cría una familia en un hogar de padres solteros. Es un reto fenomenal que, sin previo aviso se nos ha venido encima. En realidad todos somos novatos en este tema por lo que repasar algunas sugerencias no nos viene mal a ninguno de nosotros. Por supuesto, es sabio tomar las cosas con calma y no aplicar las sugerencias a rajatabla. Pues bien, nuestra propuesta de abuelos es esta:

HABLA CON TUS HIJOS TODOS LOS DÍAS

Los pensamientos de nuestros hijos, y no solo sus pensamientos pero, más importante aún, sus sentimientos no son fáciles de sacar a la luz. Es como cuando se trata de sacar agua de un pozo profundo. Ya sé que la mayoría de los jóvenes padres nunca han hecho esto, pero, creo que casi todos hemos visto el procedimiento en alguna película. Tiras el cubo a lo profundo, sujeto de una cuerda, y te esfuerzas por elevarlo hasta donde ti… y nunca sabes lo que viene. En el mejor de los casos, una buena cantidad de agua. Luego, hay que repetir tres o cuatro veces el mismo ejercicio ¿no es cierto? Pues ¿cómo extraemos los pensamientos de nuestros hijos a la superficie?

Con paciencia. Tirando el cubo hasta el fondo y esperando que salga agua. Buenas preguntas son como ese cubo. Preguntas que no les incriminen ni con las que sospechen que estamos buscando algo que no existe. Conversar viendo la tele, se puede si no hablamos de algo muy serio. Conversar jugando un juego de mesa tamién se puede, otra vez, dependiendo del tema. Conversar un poco antes de ir a la cama, tal vez en el mismo cuarto antes de leerle alguna de esas historias que les gusta, es mi lugar preferido.

Sin embargo, cuando converses con tu hijo, déjalo con ganas de más. No hables y hables por media hora porque eso es fatal. Poco, suave y animador… si lo hacemos todos los días por 30 días del mes, es una buena cantidad de tiempo. Aprenderás mucho de tu hijo y él confiará más en ti. Con covid-19 o sin covid-19 no dejes de practicar esta regla. No falla.

Conversar con nuestros hijos no solo les ayuda a ellos sino también a nosotros

OBSERVA SU CONDUCTA

Si de una cosa nos sirve la experiencia es que, observando, podemos aprender más que de cualquier otra forma. ¿Necesitas preguntarle a tu hijo si se siente frustrado, enojado o bravo? Obviamente no. Lo conoces y puedes determinar enseguida su estado de ánimo.

Cuando lo ves así distinto, encerrado en sí mismo… es fácil comenzar una pelea con la pregunta que más problemas causa: “¿que te pasa?” Esa pregunta NO SE HACE. Dale espacio al muchacho y trata de comportarte de forma natural. Dale su espacio. Si no desea hablarte del asunto, déjalo. Mañana tal vez puedas preguntarle algo como “¿tuviste mejor día hoy? ” Así le abres la puerta a que se exprese, si desea hacerlo. Respeta sus sentimientos y espera. Claro, no todos los chichos son iguales y lo que puede funcionar con Pepito tal vez no funcione con Carlitos. La pura verdad es que la pandemia nos pone a todos un poco molestos al tener que estar dentro de nuestra casa por tanto tiempo, y, los muchachos no son diferentes.

Upset girl with teddy bear sitting on the floor at home

PROCURA QUE SE ALIMENTEN BIEN

Como sucede con muchos de nosotros, la ansiedad nos abre el apetito y en ocasiones queremos comernos un buey. Otras veces queremos comer solo “chucherías” y eso tampoco es apropiado. Además, durante estos tiempos de covid-19 tampoco conseguimos todos los alimentos que nuestra familia está acostumbrada a consumir. Eso también nos puede irritar a todos.

¿Qué podemos hacer? Podemos envolver a nuestros hijos en la compra y en el menú que vamos a preparar. Se puede comprar una buena carne molida y hacer juntos unos hamburguers. Otro día se pueden comer hoy dogs si eso les gusta y podemos comprar algunos de buena calidad. ¿Qué hay de preparar una buena pizza? Así vamos envolviéndolos y acercándolos a nosotros. Claro, esta no puede ser la comida de todos los días por lo que hay que preparar las mejores recetas que toda la familia “soporte” mientras estemos limitados.

Eso sí, TODOS LOS DÍAS debemos reunir la familia para tener, por lo menos, una comida juntos. La hora de la comida debe ser una ocasión feliz. NO es momento de quejas, de chismes o de réplicas. Queremos tener una comida en paz SIN CELULARES a la mesa. Esa debe ser una regla no negociable no solo durante la pandemia sino mientras vivan en casa. Recuerde: por lo menos UNA comida juntos.

Estas tres sugerencias nos pueden ayudar mucho a pasar lo mejor posible estos meses de ansiedad que si bien nos afectan a nosotros los adultos, tienen mayor impacto en los chicos. Es por esa razón que debemos dedicarles tiempo, observar su comportamiento y asegurarnos de que se alimentan bien.

De vez en cuando toda la familia puede disfrutar de algún alimento que les encante a los chicos.

Una buena excusa no es suficiente

El diccionario de la Real Academia de la Lengua define lo que es una “excusa” de la siguiente manera: Motivo o pretexto que se invoca para eludir una obligación o disculpar una omisión.” A ver, eso quiere decir que cuando necesitamos un pretexto para no cumplir con una obligación, utilizamos una excusa, la mejor que podamos, por supuesto. De igual forma, cuando deseamos disculparnos por olvidar cumplir con una responsabilidad, nuevamente, podemos recurrir a una excusa. Esto nos queda claro, ¿cierto?

Ahora bien, debemos también comprender que nadie ha dicho que una buena excusa nos va a exculpar totalmente de una responsabilidad no cumplida o de un olvido, que pueda traer consecuencias graves. Con o sin excusa, tendremos que cargar con las consecuencias de lo que asumimos como responsabilidad o de lo que olvidamos por nuestra irresponsabilidad. Una vez comprendidas estas verdades fundamentales podemos abordar, de una vez, nuestro tema: La responsabilidad que tenemos frente a la pandemia del covid-19.

Quédese en casa, eso dice el slogan que presenta esta doctora con motivo de la pandemia del covid-19.

¿Quién puede encontrar una excusa lo suficientemente buena como para exculparse por contagiar a los miembros de su casa, luego de un paseo por la playa? ¿Quién puede encontrar la excusa perfecta por la que salió a compartir con amigos y trajo al hogar el contagio del covid-19? ¿Quién puede llorar frente al ataúd de su abuelo o de su abuela y explicar por qué no se quedó en casa y prefirió irse a bailar?

Recientemente escuché por las noticias a una madre decir que después de cuatro meses de quedarse en la casa por la pandemia, cedió a la petición de su hijo de ir a la casa de un amigo a compartir un rato. Dice que le dió pena con el muchacho. ¿Cuánta pena puede darle ahora que su hijo contagió a sus abuelos y uno de ellos está grave en el hospital? ¿Hay alguna buena excusa? ¿Hay excusa que valga?

Una buena excusa no es suficiente amigo mío. El covid-19 es un virus sumamente contagioso. Y no nos queda más remedio que tenerle miedo. Miedo a que no tendremos excusa, si contaminamos a los que amamos y tratamos de proteger. Si no le tenemos miedo al covid-19 aumentaremos la posibilidad de contagio. Si nos contagiamos, contaminaremos a los miembros de nuestra casa. Puede que algunos no lo pasen tan mal, como una familia de amigos que conozco. Los dos la pasaron con muchos dolores pero sus vidas no corrieron peligro y sobrepasaron, pero otros, miles más, han quedado enfermos o muertos.

Los médicos, enfermeras, paramédicos, farmacéuticos y muchos otros que trabajan en el campo de la salud son héroes que arriesgan su vida diariamente por atender a miles de enfermos. Muchos ya están agotados. Estos valientes, inevitablemente están en la primera fila de los que saben que deben ejercer las máximas precauciones. Saben que no hay excusa, absolutamente ninguna excusa que contemplar frente a esta pandemia.

De modo que ¿cuál será tu excusa? Es que tengo que ganarme el pan. Eso se comprende pero debes pensar con cuidado tus acciones pues no quieres pagar el pan con tu vida por causa de un descuido, ¿verdad? Otros dicen: ¡Es que no resisto el encierro! ¿Te entiendo, pero ¿cómo sabes que resistirás el covid-19? Otra excusa: ¡Es que mueren muchos menos que los que se enferman! Eso es cierto también ¿Pero, quién garantiza que los que tu contamines van a sobrevivir? Piénsalo bien. Actúa con madurez y sabiduría práctica porque ninguna buena excusa es suficientemente buena, si te contaminas o contaminas a los tuyos. Ninguna.

Claro, diariamente miles salen a la calle, cada uno con su excusa en el bolsillo. ¿Será una buena excusa que les servirá de algo? ¡Hum! Y ¿qué tal si no? ¿Que tal si al final, esa excusa no era tan buena, ni tan convincente? Podrán arrepentirte y por supuesto, todos les perdonaremos… pero ellos, ¿se perdonarán a si mismos?

El contagio del covid-19 va en aumento. ¿Será que las excusas no están logrando nada?

Amigo mío. Lo que no se teme se reta. No retes a quien puede vencerte. Nunca empieces una guerra que no estés seguro de ganar. Aunque es cierto que desde que se inventaron las excusas nadie pierde, también es cierto que ninguna buena excusa es buena, frente a la muerte.

Rio revuelto, ganancia de pescadores

Este dicho español nunca ha sido tan veraz como en estos tiempos en que nos ha tocado vivir. Nadie pone en tela de juicio el hecho de que todo está revuelto. Las instituciones más sólidas están más inestables que nunca y la gente menos paciente y más resuelta a buscar y buscarse problemas. Sí, vivimos meses de inestabilidad en la que no hay institución, social, comercial, política, sanitaria o incluso religiosa, que no esté siendo sacudida hasta sus mismísimos fundamentos.

Claro, rio revuelto, ganancia de pescadores. No falta quién busque beneficios de la confusión, la ansiedad, las dudas y la desconfianza. Y tampoco escasea el que, desesperado, va a buscar refugio a la boca del lobo.

El dicho dice: “rio revuelto ganancia de pescadores”. ¿Ves eso hoy?

De la desesperación dependen los que lanzan el anzuelo sin escrúpulo alguno para atrapar vivos a los que muerdan el sebo. A mi cuenta de Komosabe, de Facebook, e incluso a mi cuenta personal de internet llueven los mensajes con motivos dudosos sobre negocios en la bolsa de valores, inversiones, y aventuras en las que supuestamente puedes hacerte rico de la noche a la mañana. Además, invitaciones a grupos de Chad y mil cosas que son, a todas luces, producto de los que buscan ganancias personales y muchas veces a costa de proyectos dudosos. Sí, cuando el río está revuelto… pululan los pescadores.

Estoy seguro que yo no soy el único. La propaganda de los que quieren aprovecharse de toda esta confusión nos afecta a todos, por lo que nadie está excluido de caer víctima de las llamadas tramposas y de los anuncios engañosos. No caigamos en la trampa, estimado lector.

¡NO CAIGAS EN LA TRAMPA!

Si el río está revuelto, solo será ganancia de pescadores si tu y yo somos peces incautos, asustados y sin esperanza.

Mantenga la mejor rutina que pueda. No es momento de inventar nada ni de buscarle las 5 patas al gato. Podemos superar lo revuelto de la superficie del río, si sabemos irnos a lo profundo, donde todavía las aguas están tranquilas y donde podremos reposar sin temor a perderlo todo. Y claro está, no queremos ir a lo profundo solos, queremos llevarnos a los nuestros, a los que amamos que dependen de nosotros. Es nuestro deber protegerlos y no permitir que se los lleve la corriente. Sin embargo, para protegerlos hay que escucharlos.

¿Cómo podemos fortalecer la unidad familiar? Si nos mantenemos juntos, no será imposible seguir adelante. Habrá solidaridad entre los miembros de la familia y sabrán actuar como un solo individuo. No se esparcirán asustados haciendo cada cual lo que le parece. Si eso ocurre, tarde o temprano alguno va a caer en las redes de pescadores. Eso sería terrible y más dura la tribulación para el resto de la familia. Evitemos esos golpes con buena comunicación, perspicacia y unidad de acción en el núcleo familiar.

Ser perspicaz con nuestra familia va a ayudarles a pasar esta temporada difícil.

APRENDAMOS A NO DESPERDICIAR

Cuando hay abundancia, por regla general, hay mucho desperdicio. En vista de los tiempos que vivimos y lo inestables que están, aprendamos a no desperdiciar. Si lo hacemos nosotros, nuestros hijos van a aprender a hacerlo.

No desperdiciemos agua, luz, gasolina, papel y sobre todo, no desperdiciemos los alimentos. Tengamos un suministro acumulado en casa, por varias semanas, y ayudemos a la familia a estar contentos con lo que se les hace disponible. Nadie va a morir de hambre, pero no hay que comer en exceso de forma ovípara en tiempos en los que los recursos, muy pronto, pudieran estar limitados.

Motivemos a la familia a comprender que tal vez no tengamos, por un tiempo, todas las cosas que nos gustan y que por lo tanto, tendremos que sustituirlas por otras. No es el fin del mundo pero hay que aprender a estar contentos con lo que tengamos disponible.

Ser agradecidos va a contribuir muchísimo a superar estos días de pandemia y volver a la normalidad de aquí a un tiempo. Vivir con esperanza será una fuerza motivante para todos los miembros de la familia. Si todos nos cuidamos podremos contarlo en los años por venir.

De modo que NO DESPERDICIEMOS los recursos, lo que incluye el dinero. APRECIEMOS lo que tenemos y enseñemos a nuestros hijos a apreciarlo también. El río está revuelto. Agitarnos no va a calmarlo. Seamos PACIENTES y esperemos el tiempo en que podamos ver días mejores.

El PREJUICIO pandemia incurable

Todos fijamos los ojos en el COVID-19 sin darnos cuenta de que vivimos en medio de una pandemia incurable que carcome nuestros sentimientos de humanidad. Está acabando con nuestra sociedad y seguimos insistiendo en que no existe. Pero sí existe y no nos deja vivir tranquilos. El prejuicio atrasa, enferma como una pandemia y termina matando a millones. Sí, es una enfermedad mortal.

¿QUÉ ES EL PREJUICIO?

¿Que es exactamente el prejuicio? Pues dicho de forma sencilla es llevar una idea o tener una opinión pre-concebida de las personas por causa de su estatus social, su raza, su cultura o su religión, a veces también por envidia o por el simple deseo de destruir. El prejuicio se antepone a lo que sea nuestra propia y personal experiencia con otro ser humano. Por esa razón es malo y muy dañino, especialmente para la persona que lo posee. Sus cadenas son difíciles de quebrar. Casi siempre su dueño es también su peor víctima.

El prejuicio nunca es positivo ya que siempre debemos tener razones por las que hacemos lo que hacemos. Y cualquier cosa que hagamos movidos por una idea preconcebida es dañino para nuestra salud mental, espiritual y emocional. Claro, en el cien por cien de las veces, el prejuicio se nos ha inculcado en nuestro desarrollo. No nacemos prejuiciados contra nada ni contra nadie, lo que muestra que no es algo natural ni inherente en el ser humano. Podemos nacer con gustos distintos pero nunca con prejuicios. De modo que es algo que aprendemos, tal vez en el hogar, puede que en la escuela, con amigos o incluso inculcado en grupos sociales, religiosos, culturales o familiares.

Es difícil determinar dónde empiezan y dónde terminan los prejuicios pero nunca, nunca, nos pueden hacer bien. Siempre nos harán mal. Nos contaminarán y al final, como el peor de los virus, nos enfermarán sin remedio. Contaminados, asfixiados y enfermos, moriremos de una muerte lenta y cruel.

Los prejuicios, así como los virus, son muy difíciles de desarraigar o curar. Atacan la mente y el corazón de las personas. Cuando estos prejuicios se hacen públicos y patentes le llamamos discriminación y esa está por todas partes en todas las sociedades del planeta. Contamina a todas las razas y a personas de todo nivel social y económico. No queda nadie excluído. Deportistas, artistas, religiosos, pobres, ricos, hombres y mujeres, políticos y comerciantes, estudiantes y maestros, nadie queda libre de su contaminación. Es una pandemia imparable que nos destruye por dentro… sin remedio.

No se quita lavándote las manos porque lo que debemos lavar es el corazón. No lo matas con desinfectante porque lo que debes desinfectar es tu mente. Lo llevas y lo pasas a tus hijos y ellos a sus hijos en una cadena interminable de víctimas que andan muertos en vida, incapaces de reconocer su enfermedad.

Es tan fácil determinar cuando una persona se ha infectado con el COVID-19. ¡Si fuera tan fácil determinar cuando una persona está prejuiciada! Si cada día, hasta diez mil personas en un solo estado de este país se reconocen contaminadas del coronavirus ¿tienes una idea de los que todos los días se contaminan con los prejuicios que se siembran en las noticias, los periódicos, la radio y la internet? Las víctimas se cuentan por millares de millares.

¿ESTAS PREJUICIADO TU?

¡Pero yo no estoy prejuiciado con nada ni contra nadie! Si es así, estimado lector, así debe ser. No estás haciendo nada extraordinario. Solo que, no te jactes, ¡cuidate! Y cuídate bien, porque si te descuidas te sucederá como con los que se descuidaron con el covid-19 y terminaron enfermos, o peor.

No debería ser nada extraordinario ser una persona cabal que no se contamina con las opiniones populares, la propaganda y las acusaciones sin base. Lo correcto es que sepas diferenciar el uso del abuso y el bien del mal. Lo apropiado es que todavía puedas distinguir lo que es malo, como malo y lo que es bueno, como bueno y que mantengas tu frente en alto, limpio y con ojos brillantes. Si es así como eres, tu, que no te vendes ni te regalas en causas odiosas, repugnantes, cobardes, asesinas y mentirosas… pues, amigo mío, ¡es justo así como debes ser!

VIrus, Coronavirus

Mantente libre de prejuicios. ¡Lucha contra ellos como luchas contra una epidemia! Ayuda a tus hijos. Ayuda a tu familia a pensar y a actuar con razones y por razones, no por prejuicios. Todos estamos en peligro de contaminarnos. Y es que el prejuicio es peor que una pandemia.

SUBIR ES UN GRAN RETO… ¡PERO LO DIFÍCIL ES BAJAR!

Tanto la mente como el corazón figurado se preparan para el ejercicio de subir y de llegar a la cima. Desde que somos pequeños eso es lo que se nos inculca y se sigue reforzando durante toda nuestra juventud. Parece que durante toda esa temporada de la vida a nadie se le ocurre advertirnos de que llegarán los años de la bajada, del descenso, de las pausas, del descanso.

Resulta que al fin, cuando nos percatamos de que hay que bajar, ya estamos cansados de todos los años y esfuerzos por subir y subir. Cansados de tantos y tantos retos, peligros y temores de la subida, ahora nos damos cuenta de que el mismo trayecto de subida lo tenemos que realizar, bajando.

Piense en el deportista que lo da todo para llegar al Salón de la Fama y al que nadie le advierte de que va a llegar el día en el que ya no pueda jugar. Es, el presidente de una corporación a quien le llega la hora del retiro y ahora no sabe qué va a hacer con su tiempo ni con su vida. Es, la misma historia del que llega a viejo y entonces que se percata de que llegó el momento de bajar la montaña a la que le dedicó todo su esfuerzo en escalar, y se olvidó de que tendría que descender de ella al valle de la vida, a la retirada, a otro tiempo de pausas indeseadas.

Si en el camino de la vida, en ascenso, al pináculo de nuestros logros, solo pensamos en subir y no hemos tomado en cuenta el descenso, puede que encontremos, en esos momentos, los retos más duros y peligrosos. Incluso, puede que no logremos terminar lo que empezamos.

A menudo, la mayoría de los que ascienden por el camino de la vida solo fijan la vista en el que va adelante. Al hacerlo se les escapa mirar a los que van bajando. Si acaso les vieron se dijeron a sí mismos: -” ¡Bah! ¡Esos tontos que no tienen nada que hacer… ¡fracasados! Yo, en cambio, estoy ocupado subiendo. ¡Ganando y ganando!, ¡arriba y arriba!… ¡Cuánto se hubiesen aprovechado si se hubieran detenido a preguntar sobre el descenso y a aprender de ellos!

¿Pudiéramos ser tan ignorantes? ¿Por qué nunca se nos ocurrió, que aún habiendo llegado a la cima, tendríamos que bajar de ella? ¿Por qué juzgamos a los que van bajando cuando por ese mismo camino tendremos que pasar nosotros?

La historia de los alpinistas que escalan montañas nos refuerzan la lección que tratamos de transmitir. Les contaré:

El Everest

El montañista Ivan Vallejo llegó a la cumbre del Everest el 26 de mayo de 1999 sin oxígeno suplementario y alcanzó la cumbre del K2 el 31 de julio de 2000. Volvió a llegar a la Cumbre del Everest en la primavera de 2001, otra vez, sin el uso de oxígeno embotellado, el 23 de mayo. En sus narraciones Vallejo cuenta que su amigo montañista Debrouwer Pascal de Bélgica, llegó a la cima del Everest… pero luego al bajar de ella, murió.

Ivan Vallejo, del Ecuador llega a la cima
del Everest en la primavera de 2001.

También recuerda que en mayo de 2002, otro, esta vez su compañero de expedición Chris Graswick también llegó a la cima del Cachenjunga y luego de celebrarlo, también murió en el descenso.

Continúa diciendo que en mayo de 2013 su colega JuanJo llegó a la cima del Dhaulaguiri, pero desgraciadamente también murió en el camino del descenso. ¿Cómo es posible?

Vallejo nos explica que esos descensos entran en lo que se conoce como “estadística de fatalidad en el descenso” un término que se acuña por causa de los montañistas que logran llegar a la cima pero luego mueren en la bajada. ¿No nos ofrecen estas dramáticas historias algo en lo que meditar?

Vallejo concluye: “Alcanzar la cima de una montaña de ocho mil metros de altura, sin oxígeno suplementario, es un ejercicio muy exigente tanto mental como físico, de modo que al llegar a la cima es natural que se celebre como corresponde. Pero, enseguida uno quiere escapar de lo que se conoce como la “zona de la muerte,” que es ese espacio por encima de los ocho mil metros de altura. Como ustedes seguramente comprenderán, si exigente es la subida, más lo será la bajada.”

¿No le parece curioso, estimado lector? Se le llama a la cima: “la zona de la muerte”. Impacta también saber que el descenso que hacen los montañistas establecen estadísticas llamadas “fatalidad en el descenso”. Sí bien el ascenso tiene sus enormes retos, el mayor peligro parece residir en los descensos.

Aprendamos a respetar a los que han logrado llegar a la cima y han sabido bajar de ella incólumes. No es sabio jactarnos en el ascenso, en nuestros años fuertes, en nuestros momentos de logros y tiempos de poder, pues ¿cómo sabemos que lograremos llegar sanos y salvos del descenso? Es evidente que en la cima nadie se queda y tampoco te quedarás tu allí. Es la zona de la muerte. Tendrás que bajar.

En resumen, no te enfoques en el ascenso, en la subida, ve dejando postes marcadores de amor, paciencia y cariño fraternal por tu semejante mientras vas en ese camino ascendente. Luego, cuando llegue el tiempo de descender, vas a volver a pasar por esos mismos postes marcadores y te serán de oasis, de descanso, de fuerzas, de estímulo y de alegrías. Los que has amado en el camino de tu ascenso te esperarán de regreso… y esos son los que siempre han valido la pena. ¡Ese es el verdadero momento de celebrar!

Por lo tanto, aprendamos esta lección de la vida que muy bien conocen los montañistas: “Subir es un gran reto pero lo difícil, es bajar. “

LA ESPADA DE DAMOCLES Y OTROS PELIGROS

La leyenda es bien conocida. Damocles era un cortesano envidioso de la corte de Dionisio I. Hablamos del siglo cuarto antes de la era común en Siracusa, Italia.

Tirano al fin, Dionisio era bien conocido por sus excesos, además de por sus abusos. Sus banquetes y extravagancias eran odiados por unos y deseados por otros. Uno de sus cortesanos, por nombre Damocles era uno de los que envidiaba sus lujos y excesos, de modo que, como sucede con los envidiosos, hablaba tras bastidores de sus excentricidades.

Pues, como suele suceder, las palabras de críticas tienen alas y llegan adonde tu no quisieras, de modo que llegaron a los oídos del rey. Dionisio, quien escaseaba de escrúpulos, llamo a una audiencia privada a Damocles.

La espada de Damocles

En la audiencia Dionisio, ladino como era, le propuso a Damocles sentarse en su trono todo un día. Sería colmado con todas las atenciones y lujos tal y como le prodigaban a él mismo. La leyenda dice que Damocles aceptó y Dionisio cumplió su palabra… solo que, le hizo colgar del techo una espada sujeta por un pelo de cola de caballo, justo sobre el trono en el que Damocles disfrutaría de su día de rey. Al ver la espada, colgada de un pelo, Damocles exclamó: –“pero señor ¿quién puede disfrutar de estos lujos y manjares exquisitos con la muerte sobre su cabeza?” ¡Precisamente!, contestó el rey, esa es mi vida. Ser rey y tirano pudiera parecerte tener sus beneficios, pero como ves, mi vida pende de un hilo. Día y noche una espada me persigue. Pero, como esto es lo que tu quieres, tendrás que estar sobre el trono todo el día.

La envidia le distorsiona la visión a los que tienen vista corta. No importa quién sea, el que obra la maldad, sabe muy bien que su pago es inevitable. Nadie puede callar los gritos de su conciencia. Gritos y reclamos que los de afuera, como Damocles, no pueden escuchar… pero están presentes en las noches y en sus momentos de solitud. Nadie que roba, abusa, mata o extorsiona queda libre de la retribución. Es una ley inmutable de la vida. A unos les viene más temprano y a otros más tarde, pero nadie se escapa.

En Baghdad se contaba la historia del ladrón de la plaza de mercado que ve, en una tienda próspera, al que vende oro. Ve cómo entran y salen los compradores y los vendedores de oro, siempre con una sonrisa. Un buen día, se decide robar. De manera que entra fugaz y echa mano al oro. ¡Había tanto! Rápidamente fue sorprendido y arrestado por la policía que custodiaba el lugar. Cuando le preguntan ¿cómo es posible que usted se atreviera a robar frente a la policía? Contestó: “-no vi la policía, solo vi el oro.”

NO VI LA POLICÍA, SOLO VI EL ORO”

El hambriento de oro solo ve el oro. Damocles solo vio lo que quería ver. No cometamos, estimado lector, el mismo error. Hoy, en el mundo hay más multimillonarios que nunca antes en la historia. Sí, nunca ha habido tanta riqueza en este planeta. Tampoco ha habido tanto amor al dinero, tanta hambre de paz, tanta hambre de amor, tanta hambre de valores por los que vivir y estar dispuestos a morir.

Por lo tanto, cuidémonos de la envidia, estimado amigo, cuidémonos del amor al dinero y de cualquier cosa que prometa conseguirnos, de forma fácil, riquezas que con el tiempo no nos dejen reconciliar el sueño. No envidiemos ni deseemos lo que otros parezcan tener, no sea que una espada se encapriche en colgarse sobre nuestra cabeza.

5 REGLAS DE ETIQUETA PARA LAS VIDEOCONFERENCIAS

Entre los programas más populares para hacer videoconferencias está Zoom, Skype, FaceTime y otros. Y aunque muchos ya den estos programas por sentado, son en realidad una maravilla que hace solo unos pocos años era un lujo que solo podían darse los gerentes de grandes corporaciones.

Hoy por hoy, cualquiera de nosotros puede darse por dichoso de tener a su alcance y muy a menudo de forma completamente gratuita, uno de esos programas que te pueden conectar con amigos en cualquier parte del mundo. Incluso, puedes disfrutar de una videoconferencia completamente gratis con simplemente entrar un código de acceso.

Por supuesto, como sucede con todo en la vida, hay algunas cosas básicas que debemos tomar en consideración para poder disfrutar de ese evento y claro está, permitir que otros también lo disfruten. Le invito, pues, a repasar 5 reglas básicas de etiqueta que no debemos soslayar en caso de que tengamos la oportunidad de conectarnos a uno de estos eventos.

REGLA NÚMERO 1

Seleccione de antemano un lugar apropiado para su videoconferencia. Tome en cuenta que disfrutará más del evento si otros pueden verlo pues reconocerlo será parte del placer de estar presente. Si decide hacer eso, colóquese en un lugar ventilado y con buena luz. Si está frente a una ventana y la conferencia es durante el día, probablemente no necesite otra fuente de luz sobre su rostro. Se verá claramente y será fácil y agradable verle.

Evite lugares oscuros pues la conferencia no es una “sesión” sino una reunión en la que su ambiente puede contribuir a la alegría de la ocasión, sea cual sea el propósito de la videoconferencia.

REGLA NÚMERO 2

Asegúrese de que su cámara esté bien enfocada a su persona. Nadie está interesado en verle el estómago, la frente, el techo de su casa, o su pecho. La posición apropiada es en el centro de su pantalla y con sus ojos a una tercera parte del espacio entre ellos y el tope de su computadora o tableta.

Cuídese de que no se le corte la cabeza o que esté tan cerca de la cámara que todo lo que se le ven son los ojos y la nariz. Por favor, al entrar a la conferencia haga los ajustes necesarios para que su presencia se haga agradable y apropiada.

REGLA NÚMERO 3

Si tiene que tener cuidado con su cámara, el mismo cuidado debe tener con su micrófono. Siempre ingrese a su videoconferencia con el micrófono apagado y manténgalo así hasta que tenga que intervenir por medio de participar. Igualmente debe practicar cómo encender su micrófono antes de hacer un comentario, sea breve o sea más extenso.

Tome en cuenta de que tal vez haya otras personas en su casa que no están conectadas a la conferencia y seguramente usted no desea que se escuche lo que están haciendo o diciendo. Tampoco es el momento para hacerles comentarios inapropiados que, aunque no se escuchen, todos pueden ver su actitud y sus modales al propinar un regaño a los que se encuentran haciendo ruido e interrumpiendo su presencia o hasta su comentario en la videoconferencia. Si usted viola el punto número uno en esta lista de sugerencias, en realidad lo que pase es, hasta cierto punto culpa suya porque debió haberse acomodado en un lugar menos público y más tranquilo para disfrutar de su videoconexión.

REGLA NÚMERO 4

Si es mujer, favor de maquillarse ligeramente. Si es varón asegúrese de estar bien afeitado y peinado. Siempre esmérese por verse limpio y preparado. Otros van a juzgar su presencia en la reunión según se vea, muy particularmente si usted es el presentador o uno de los presentadores. Transmitir una imagen descuidada y poco profesional siempre hace daño, aunque muchos traten de dar explicaciones con muy poca base para justificar su falta de profesionalismo. Por favor, luzca genial, fresco(a) y dispuesto. Ver a alguien así en una videoconferencia anima a todos sin tener que decir mucho.

REGLA NÚMERO 5

No asista a una videoconferencia con sueño (o cara de sueño). No recueste su cabeza sobre sus manos en señal de aburrimiento y evite a toda costa rascarse la nariz, las orejas o bostezar. En todo momento debe recordar que otros le están mirando y usted dejará mucho que desear.

Tenga su computadora o tableta sobre una mesa. Esté listo para tomar algunos apuntes y refleje interés en lo que se está desarrollando. Por favor, no se ponga a jugar con los botones del programa ni mire para los lados como el que busca algo que hacer. Enfóquese en el asunto o no asista a la videoconferencia.

Hay otras reglas que deben seguirse si usted es la persona que va a transmitir la reunión o la conferencia, pero estas otras 5 recomendaciones las dejaremos para otra oportunidad.

¡SE CANSA UNO!

Así, con esa expresión en sus labios nos recibió nuestro amigo Pedro Battler cuando visitamos el pintoresco pueblo de Corozal, Puerto Rico. Pedro ya era un hombre entrado en sus ochenta y nosotros unos jóvenes inexpertos en nuestros veinte. Y no era que llegábamos tarde a nuestro encuentro, simplemente era la expresión con la que a menudo vi a Pedro introducirse a la gente. Simplemente te veía y exclamaba “¡Se cansa uno!”

Cuando habíamos pasado juntos varios días de la visita, le pregunté: “Pedro ¿y eso de se cansa uno? ¿qué quieres decir?” Me dijo: “chico es que uno se cansa de todo. No importa quién seas y no importa lo que hagas, con los años y con el tiempo, uno se cansa. ¡Hasta la belleza cansa!, todo te cansa. Al principio lo que parece una novedad, después de un tiempo, se convierte en rutina. Todo cansa y ¡se cansa uno!”

Por aquellos tiempos yo no comprendía todo lo que quería decir aunque sí podía entender parte de su realidad. Pedro, a pesar de su vibrante energía, ya estaba encorvado por padecer de una artritis crónica que había aguzado el paso de los años. Seguramente, luego de sus muchas luchas y vivencias, era comprensible que se sintiera cansado y fuera lo suficientemente franco como para expresarlo audiblemente… aunque todavía con cierta gracia muy de él y a veces, me parecía a mi que también con cierta malicia. Claro, aunque te esfuerces por entender, no es lo mismo ver las cosas desde la perspectiva de un hombre de ochenta cuando tienes 50 años menos. De todas formas, para mi, igual que para muchos otros, Pedro era un hombre valiente, positivo y de gran fortaleza espiritual.

Con el paso de los años y al llegar hasta donde estoy, puedo entender mejor a mi inolvidable amigo. Es cierto, en muchos sentidos, ¡se cansa uno! Y no es que uno pierda el gusto por la vida o que no tenga proyectos hermosos en los que enfocarme, pero, sí te cansas.

Por fuera, te cansas de escuchar “el próximo mes volveremos a la rutina” y al mes siguiente escuchar lo mismo y lo mismo. Te parece que la rutina no volverá nunca y que estaremos de cuarentena en cuarentena por sabe Dios cuánto tiempo. Pero siguen las mismas promesas de los que dicen regir el destino de los pueblos. Promesas que nunca se cumplen y que de hecho, hasta se pronuncian con pleno conocimiento de que son imposibles de cumplir. ¡Oiga! ¡se cansa cualquiera!

Se cansa uno de ver cómo la maldad se las ingenia para, no importa lo que se invente, usarlo para lo malo. Te cansas de ver cómo se tuerce la justicia. Te cansas de ver el “abuso institucionalizado.” Te cansas de ver maltrato, exilio y dolor. De ver cómo lo bueno es malo y lo malo es bueno. Las plagas, o la pandemia, sirve para enriquecer y para empobrecer. Te cansas de las contradicciones y de ver que no solo no aprendemos nada, sino que cada vez sabemos menos. Sí, se cansa uno de seguir montado en esta noria de la vida que promueve todo lo que al final es vanidad.

Pedro Batler era un personaje en el pueblo de Corozal. No había nacido allí pero se ganó el cariño de la gente, que en Corozal no era difícil de ganar. Muchas veces, caminando con él por la calle, escuchaba que al pasar, tal vez desde la otra acera, al verlo, algunos levantaban la voz para mirarlo y decirle, “¡Se cansa uno”! A lo que siempre sonreía y respondía: ¡Sí, se cansa uno!

LO POCO AGRADA Y LO MUCHO, ENFADA

Todo en la vida es cuestión de medida. Mi amigo José Germán Roig me contó, que en Juana Díaz, un atractivo pueblo de Puerto Rico, allá por los años cincuenta, había un dueño de colmado (bodega) acusado de haberle propinado un puño (un golpe) a su cliente. Cuando el juez preguntó por qué había agredido así a su parroquiano, el tendero le dijo que ya estaba cansado de que constantemente lo estuviera alabando diciéndole: “querido dueño del colmado” y que se cansó y le dio un buen puño para que no le llamara más “querido dueño del colmado,” porque lo tenía harto. El juez le dijo que esa no era una razón válida. A lo que el tendero le respondió: “querido juez” es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.”

De hecho, dicen que después de decirle al juez diez o doce veces “querido juez,” el mismo magistrado, enfadado, dio un malletazo y dijo: “¡no me diga más “querido juez!” … por lo que al final, salió absuelto de cargos. ¡Hasta el juez se enojó con tanta babosería! Y es que lo poco agrada y lo mucho, enfada.

Es verdad que no hay razón para perder la calma y actuar de esa forma, sin embargo, cuando los halagos no son sinceros, se convierten en palabras que llegan a ser irritantes y provocan que se nos salga “el monstruo” que llevamos dentro (como también dicen en la Isla). Aunque parezca ser un elogio, eso que se dice constantemente, sin sentido, con el único propósito de halagar el oído, se llega a convertir en una afrenta y al final, en una falta de respeto.

Mi abuela Ramona decía en esas situaciones: “¡gracias, pero no me quieras tanto!.” Y es que las palabras ya vienen cargadas de significado, según quién las diga, cómo las diga y en qué momento las diga.

Es como el que se la pasa diciendo “¡gracias a Dios!” esto y “¡GRACIAS A DIOS!” lo otro. A veces, todo el mundo sabe que es de la boca para afuera, pues no siempre el que predica, se aplica y no todo el que calla, falla.

Recuerdo el relato en el que uno de esos religiosos plagados de su propia justicia decía en su oración: oh Dios, te doy gracias porque no soy como todos los demás: extorsionadores, injustos, adúlteros…, ni tampoco soy como este cobrador de impuestos…” era de los que tienen que compararse con los peores porque saben que no pueden compararse con los mejores. No olvido la conclusión de esa historia, pues a Dios no puedes engañarlo: “Porque todo el que se engrandece será humillado, pero el que actúa con humildad será engrandecido.” -Lucas 18:9-14.

Y es que lo poco agrada, pero lo mucho, lo mucho en las comparaciones, lo mucho en pintarse en falsos colores y la mucha palabrería hueca… enfada al más manso de los mortales… y parece que también a Dios.

UN ENFOQUE EQUIVOCADO

Por otro lado, debido a un enfoque equivocado, podríamos restarle méritos al esfuerzo de las personas, pensando que si lo hacemos le quitamos méritos a Dios. Tal vez, la siguiente historia explique lo que quiero decir.

Cuentan que un hombre, un viajero, se detuvo en un campo florecido. Estaba lleno de árboles frutales y bien decorado con flores de colores seleccionados, colocadas en terrazas preciosas. El dueño de la finca estaba, a la sazón, trabajando duro allí mismo. Entonces el viajero le dijo: “Amigo, la verdad que Dios lo ha bendecido con una finca preciosa. ¡Seguro que está muy agradecido al Señor!” El dueño de la finca le contestó: “¡Tiene usted mucha razón. Dios me ha bendecido! De eso no hay duda. Pero tenía usted que pasar por aquí hace dos años, cuando El estaba solo.”

Dos años atrás aquella finca solo daba abrojos y malas hierbas. Exhibía un paisaje desolador. No había nadie que trabajara la tierra. Al natural aquella finca era un desastre, pero, nuestro jardinero comenzó a trabajarla duro con esperanza. Con el paso del tiempo, el escenario fue cambiando. ¡Claro que Dios le ayudó dándole las fuerzas y la voluntad! ¡Dios le regaló la vida para que la usara para provecho! ¡Dios creó aquellas flores y frutas y le dio la inteligencia para ordenarlas y cuidarlas de forma magistral! … pero eso no le quita al dueño de la finca el mérito de su esfuerzo. Entonces, por favor, aprendamos a reconocer el mérito que tengan los demás, con la plena seguridad de que a Dios nunca le podemos quitar el mérito.

Sin embargo, he visto a muchos seres humanos buscar un poco de reconocimiento en sus padres, en sus hijos, en sus maestros, en sus líderes, incluso en sus amigos, para solo encontrar palabras gastadas o alabanzas a medias que no ofrecen un reconocimiento verdadero y sincero. He visto mujeres descuidadas porque sus esposos han dejado de decirles que son hermosas. Han dejado de decirles que están enamorados de ellas. Las mujeres y los niños, los hombres, todos, necesitamos reconocimiento para florecer. Retenerlo es como quitarle el agua a un campo seco.

Estimado lector, aprendamos a regar sobre nuestro semejante, abundancia de palabras de ánimo, concediéndoles el crédito y el mérito que justamente se merecen por algún trabajo bien hecho. Recordemos: lo poco, agrada y lo mucho, enfada. Enfada la falta de perspicacia para reconocer el mérito y aprender a dar el crédito merecido. Enfada no saber cuándo dar alabanzas justas y medidas. Enfada el halago vacío. Enfada ver cómo se marchitan los que deben florecer.

Agrada el que se esfuerza por hacer el máximo dentro de sus posibilidades sin jactarse, sin elevarse sobre los demás, sin buscar su gloria personal … eso, es un adorno que agrada… ¡el adorno que nunca enfada!

Todos necesitamos y merecemos elogios y el crédito por algo bien hecho.

USA EL “MATABURRO”

Tenía un tío catalán que no siempre era el ser más simpático del universo. Aunque estoy seguro de que quería ayudarme, me irritaba mucho que constantemente me estuviera diciendo: “búscala en el mataburro”. ¡Que pesado! Le llamaba “el mataburro” al diccionario. Y cada vez que a regañadientes yo consultaba el dichoso “mataburro,” ¡ahí estaba la respuesta! Tenía que aprender a usar el diccionario o estaba irremediablemente condenado a exhibir las grandes orejas de los burros.

Mi tío le llamaba al diccionario “el mataburro”

Cuando se trata de aprender, muchas veces tomamos el camino más fácil, creo que nos pasa a todos. Me resultaba muy fácil preguntarle a mi tío Germán sobre cualquier cosa. El era un hombre bien educado, médico y por aquellos días se quedaba en casa de mis abuelos en lo que resolvía su estadía en Cuba. Como yo visitaba regularmente a mis abuelos, llegué a tener bastante contacto con él. Recuerdo que le gustaba mucho el balompié y eso me atrajo a pasar algún tiempo con él… aunque siempre estaba un poco tenso con eso del “mataburro”. De todas formas, ese contacto con él por aquella temporada, me enseñó que requiere trabajo y esfuerzo aprender y tío se encargó de que me enterara.

Hoy, nuestros hijos y jóvenes tienen la Internet al alcance de la mano por lo que el aprendizaje requiere mucho menos esfuerzo. Con todo, todavía se requiere sacrificio aprender algo que valga la pena. Se tiene que pasar trabajo y tiempo echando a un lado la información engañosa, incompleta y malintencionada que está allí en la web. Hay que vadear una inmensa cantidad de anuncios e ignorar muchas propuestas y noticias atractivas que solo te desvían de tu cometido. El conocimiento está más accesible pero el aprendizaje sigue siendo un reto.

Nuestros jóvenes deben aprender a llegar a los lugares donde pueden adquirir el conocimiento que necesitan sin perder tiempo y sin entretenerse en otras cosas. Conocimiento limpio y exacto que les ayude a aprender. Este tipo de dificultad no lo enfrentábamos en mis tiempos de estudiante.

Tal vez por lo anterior soy partidario de los libros, me gustan los libros, aunque sean electrónicos. De hecho, si son electrónicos puedo cargar con ellos en mi tableta y leer cuando tengo el tiempo o se me ofrece la oportunidad. Si he descargado en mi teléfono o computador algunas aplicaciones como el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en vez de ir a un motor de internet, voy directamente a mi diccionario electrónico y de forma rápida y segura, obtengo la información deseada. Lo mismo es cierto con relación a información general. Es mejor bajar la aplicación de una encyclopedia que andar por ahí buscando la respuesta. En la mayoría de los casos es mejor ir a páginas ya determinadas por los padres que andar “surfing” que es donde está el peligro en la Internet.

¿Podemos inculcar esta costumbre en nuestros hijos y jóvenes? Usemos a menudo el diccionario y otras obras de consulta electrónica específicas, en vez de andar “pescando”. Incluso hay muchos lugares de conocimiento general que pueden ser útiles y no son para nada peligrosos.

Andar “navegando por la internet” es una pérdida de tiempo además de ser peligroso.

Tío Germán me estaba enseñando a pescar y no se conformaba con darme el pescado con el que resolviera el problema inmediato. Ya él no está en el escenario, pero sus palabras, y hasta el tono en que las decía, me siguen ayudando y pienso que me han ayudado a través de los años. No siempre un maestro simpático es el que te deja la mejor enseñanza. ¿Curioso no? A veces el que no piensas, o inclusive el que no te cae bien es capaz de dejar una marca para nuestro bien.

De modo que aunque tampoco a ti te caiga muy sabroso el consejo. Créeme que es valioso, amigo: Anda, ve y “¡busca el mataburro!”.

LISTADO DE LUGARES SEGUROS PARA ESTUDIANTES

  • https://www.jw.org/es
  • https://www.rincondelvago.com
  • https://www.rae.es
  • https://prezi.com/es
  • https://www.bibme.org
  • https://www.britannica.com